Austeridad. Esa es la palabra que aparece cada vez que en la Argentina se desata una crisis. Pero los excesos se pagan con más déficit. En una empresa, en un Estado y en una casa. Y lo peor no pasó. El juego de las expectativas le fue dando paso a la especulación, la madre de cualquier negocio que busca pingües rendimientos de corto plazo. Y eso, más temprano que tarde, hay que pagar.
La gestión del presidente Mauricio Macri pasó uno de los momentos más difíciles de su mandato. Pero la crisis cambiaria no sólo dañó la imagen de un hombre que, anticipadamente, se lanzó a la reelección. También a la oposición que no supo -ni aún sabe- reaccionar a este fenómeno de un dólar a $ 25. Eso sí, el oficialismo y la oposición han compartido una misma sensación: susto. Porque el costo político de una acción y de una reacción frente a la sociedad puede ser más elevado y más grande que la grieta.
“Alguien tiene que ceder”, dijo ayer el jefe de Estado, en conferencia de prensa, respecto de los sacrificios que deberán hacerse en este nuevo marco de país que se abrió a partir de las gestiones de un crédito “stand-by” solicitado al Fondo Monetario Internacional (FMI). El tiempo perdido aún se puede recuperar. Pero deberá cambiar el tono, de ambos lados, si se pretende alcanzar un gran acuerdo nacional. De allí que el propio Macri incorporó a la mesa chica de sus negociadores al ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y al presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, dos hombres con aceitados contactos con el justicialismo. El contrapeso de aquella apertura macrista es la reincorporación de figuras radicales de alto vuelo. ¿Dónde quedarán los propios, los dirigentes de Cambiemos? Ese es el gran interrogante que existe en cada uno de los distritos del país. Ante los malos días del Presidente, por caso, hubo una suerte de parálisis de la dirigencia. No se conoció un pronunciamiento conjunto de las fuerzas que integran Cambiemos en Tucumán. Sólo comentarios aislados de referentes. Un líder partidario requiere de apoyos explícitos y de respaldos a sus políticas de Estado.
El desconcierto por lo que vendrá no es patrimonio macrista. También se instaló en la Casa de Gobierno. Por las dudas, el gobernador Juan Manzur abrió el paraguas. Le dijo a LA GACETA que no fue ni será el gobernador del ajuste. Detrás de sus palabras, hay dos situaciones:
• Por un lado, el mandatario mantendrá la conducta que heredó de su antecesor, de generar un ahorro equivalente al 10% del Presupuesto. Esto generaría un fondo anticíclico o de contingencia cercano a los $ 6.500 millones a lo largo del año.
• Por otra parte, si bien el lunes solicitó a los miembros de su gabinete que sean austeros, también ha dicho en ese encuentro que no prevé dictar ninguna norma que implique un ajuste en el presupuesto vigente.
Manzur señala que el endeudamiento público no está dolarizado. Por lo tanto, esos $ 10.000 millones de pasivo que arrastra el Estado provincial no padecerán los efectos del nuevo tipo de cambio. Sin embargo, en el equipo económico prevén que una consecuencia de las turbulencias cambiarias puede venir del lado de la actividad económica que, en el lenguaje del área de Hacienda, no es otra cosa que una menor recaudación de impuestos provinciales. Paralelamente, hay otra variable que puede llegar a tener una incidencia directa en el gasto público: la inflación. Un porcentaje como el que proyecta el mercado (del 25% para este año) disparará la cláusula gatillo en los gremios del sector público. Tomando como referencia el último arreglo, del 17%, podría proyectarse que la erogación extra que debería hacer la gestión de Manzur, para saldar los ocho puntos porcentuales si se cumplen las proyecciones privadas, rondaría la friolera de entre $ 1.000 millones y $ 1.200 millones. Esa erogación adicional golpearía el equilibrio fiscal presentado por el Gobierno. “Hay que esperar que se calmen las aguas”, dice un funcionario cercano a Manzur.
El déficit fiscal pone a los gobernantes entre la espada y la pared: corporizar aquel estado de austeridad o que todo quede en buenas intenciones. No hay lugar para los excesos financieros.