Se suele decir que la educación es la base fundamental del progreso de una nación y de una persona. Si un individuo es analfabeto tiene escasas o nulas posibilidades de obtener un trabajo digno y está propenso a caer en la marginalidad. En los últimos años, viene creciendo con fuerza la Generación “Ni-Ni”, integrada por jóvenes de entre 15 y 24 años que “ni trabajan ni estudian”.
En octubre de 2016, se divulgó un relevamiento de la firma Adecco que indicaba que más de un millón de jóvenes argentinos no estudiaba ni trabajaba, y de esa cifra, más de 700.000 que ni siquiera estaban intentando insertarse en el mercado laboral. Ello implicaba que casi siete de cada 10 jóvenes no encontraban trabajo por carecer de experiencia laboral, mientras que el 52% de los consultados contestó que no trabajaba de lo que había estudiado porque no halla empleo en su especialidad. Se indicaba en el trabajo que de los 4,4 millones de jóvenes que conforman la población, un 24,6% no estudiaba ni trabajaba. De ese porcentaje, había un 17,3% de chicos que no sólo no estudiaba ni trabajaba, sino que demás tampoco buscaba empleo. De ese grupo de 700.000 jóvenes que ni siquiera buscaba insertarse en el mercado laboral, 589.000 eran mujeres y 179.000, varones. De acuerdo con el relevamiento, del total de jóvenes en el país, un 34,2% trabajaba, un 26,7% dedicaba su tiempo a estudiar, un 10,3% trabajaba y estudiaba, y un 3,3% estudiaba y buscaba trabajo.
En nuestra edición de ayer dedicamos un espacio destacado a una iniciativa educativa para captar esos chicos de entre 14 y 17 años que por diversos motivos han desertado del sistema. La sobreedad les impide volver a la secundaria común, no porque sean rechazados en los establecimientos, sino porque ellos mismos se sienten incómodos con compañeros más chicos. Tampoco están en condiciones de ingresar a la escuela nocturna porque el sistema para adultos exige tener 18 años para cursar. El Ministerio de Educación ha encontrado una salida para estos adolescentes: una “secundaria alternativa”.
El modelo comenzó a aplicarse en forma experimental en el Colegio Nacional Bartolomé Mitre, de esta capital; a partir de los buenos resultados obtenidos, se invitó a sumarse a las otras escuelas secundarias estatales. La iniciativa se puso en marcha en 2014 y terminó en 2017 con la primera promoción de 120 alumnos. Según la vicedirectora del Colegio Nacional, varios de los egresados han comenzado este año la universidad, otros han ingresado a la Policía y otros están incursionando en el mundo del trabajo. “En nuestro colegio albergamos a muchos chicos con problemáticas difíciles, judicializados o que no se adaptaron en otras instituciones. El abanico de situaciones es muy amplio. Aquí tienen un 70% de clase presencial y otro 30% de trabajo independiente con soporte virtual”, dijo la docente.
Se trata, por cierto, de una muy buena iniciativa educativa del Gobierno, a la que se podría acompañar con otras acciones, como por ejemplo, efectuar un estudio sobre la cantidad de chicos “Ni-Ni” tucumanos, indagar en las causas de deserción, averiguar cuántos provienen de hogares de padres analfabetos que han vivido siempre entre la indigencia y la marginalidad. Ello permitiría diseñar programas sociales que alienten aún más la integración.