Lo que más recuerda de su salida, la última en un Monumental rendido a sus pies, fue no saber cómo reaccionar ante una ovación generalmente destinada a los ídolos. De hecho, Rodrigo Aliendro bromea y asegura que esos aplausos en el 0-0 con Unión fueron de su familia y amigos. “Sí, de ellos. ¿A mí quién me puede saludar así?”. Entre la realidad y su ficción, el volante central hace una declaración de cuanto le cuesta expresar su agradecimiento para con los hinchas de Atlético, que encontraron en su fútbol al motor de un equipo que a veces sin él no camina de la misma forma.
Puede jugar bien o mal, Aliendro, pero jamás dejará de morder. Es parte de su nueva etapa, esa que quizás encontró el año pasado en el partido contra Jorge Wilstermann, por la Libertadores (1-2). Fue cuando realmente se sintió volante central. “Al no tener marca, lo que hacía era correr y correr a los rivales; molestarlos. Hoy sigo haciendo lo mismo. Todavía no sé marcar bien”. El acto de humildad del “Turro”, como suelen decirle con cariño los simpatizantes del “Decano”, no haca más que ratificar que Aliendro sigue siendo el Aliendro que llegó a 25 de Mayo cuando el equipo todavía no había logrado nada de lo que cosechó en la Superliga y en su versión de socio de actividades internacionales: un tipo humilde.
Cultor del perfil bajo y enemigo de quien se siente estrella de una fama a veces efímera pero que ha sabido (y sabe) nublar la cabeza de más de un integrante del plantel Atlético, el corazón “decano” tiembla cuando alguien le pregunta si se siente algo más de lo que él cree que es para Atlético. Si se siente ídolo. “No. Me falta mucho para eso. Ojalá algún día pueda serlo, pero tengo que ganármelo”, dice como si hiciera falta. Lo suyo no son goles, obras generalmente consumadas por Luis Rodríguez, ni tampoco atajadas, dibujadas por Cristian Lucchetti. Pero sabe transpirar la camiseta, y lo hace como pocos.
“No sabía qué hacer, cómo devolverle ese afecto a la gente”, vuelve a decirle a LG Deportiva Aliendro sobre la noche del empate con el “Tatengue”. “Nunca imaginás algo así. Es hermoso, sobre todo para la familia”, agrega el volante, cuyo mayor orgullo fue eso, que sus padres, Liliana y Carlos, y su hermano Cristian, haya presenciado lo que para él sigue siendo parte de un cuento de hadas.
Y entre el “me falta muchos para ser ídolo”, quién le saca la ilusión a quien hoy estará a pleno en un “José Fierro” preparado para convertirse una vez más en un escenario de una noche histórica para el mundo Atlético. Peñarol, el gran campeón de América vuelve a pisarlo. “Sí, es ‘el’ partido para nosotros. Tal vez el más importante del año”, explica Aliendro, que se declara ansioso viviendo una previa eterna. “Y bueno, no me gusta esperar, ja”, acepta.
Surgido en Chacarita, repartidor de pizzas part time en Buenos Aires cuando todavía el fútbol profesional no lo había reconocido como corresponde, a los 27 años y siendo una pieza estable y funcional de Atlético, que le devolvió tanto sacrificio con la compra de su pase, Aliendro muestra los dientes con esa sonrisa lograda producto de la conformidad de quien sabe que lo deja todo por sus colores. Quizás algún día se convierta en ídolo. O quizás ya lo sea... y no lo sabe.