La crónica policial refleja los accidentes viales que se producen casi a diario y que se incrementan durante los fines de semana, generalmente con muertos. El exceso de velocidad, el consumo de bebidas alcohólicas, la imprudencia, el abuso de confianza suelen ocupar un lugar protagónico en tragedias viales que ocurren en las calles y las rutas. Según la estadística de la asociación civil Luchemos por la Vida, en 2017 hasta el 11 de enero pasado, se registraron 7.213 decesos; Tucumán aportó 395 víctimas. El Observatorio de Seguridad Vial del Instituto de Seguridad y Educación Vial (ISEV) informó en enero pasado que la mortalidad en el siniestro vial aumentó un 9,2% entre 2016 y 2017. La siniestralidad vial grave (episodios que registran como mínimo un lesionado grado 3, o sea, con fractura) se incrementó un 21,5% en el período evaluado. La morbilidad vial, que se refiere a los lesionados graves presentó un incremento, que fue del 16,6% entre un año y otro. En un artículo del 9 de abril pasado, publicado en el diario La Nación, se consigna que a fines de 2016, se obtuvieron importantes cambios en la ley de tránsito vial: el exceso de velocidad y el consumo de alcohol y estupefacientes fueron considerados agravantes; se incrementaron las penas por homicidio culposo y lesiones graves al conducir, y se cambió la figura de “abandono de persona” por la de “fuga del lugar del hecho”, es decir que el responsable será juzgado penalmente si huye, aunque la víctima esté acompañada. Se pone como ejemplo a España, que la década de 1990 tenía 9.000 víctimas mortales y desde entonces, lograron reducir esa cifra en un 81%. Lo lograron a través del control y sanción: licencias de conducir con sistemas de puntos que varían según la conducta vial, mejor señalización en las rutas, más controles de seguridad y fuertes campañas educativas con testimonios reales de quienes fueron responsables o víctimas de accidentes de tránsito. En Tucumán, los relevamientos sobre el tema son cada vez más preocupantes, sin embargo, ello no parece inquietar a los conductores, especialmente a los transgresores ni tampoco se perciben acciones de fondo por parte del Estado. “Es una cuestión cultural”, “los tucumanos son transgresores”, se suele escuchar de boca de las autoridades, pero poco o nada hacen para contrarrestar este pésimo hábito que desencadena desgracias con mayor frecuencia. En algunas ocasiones, hemos señalado que se debe combatir el problema desde la raíz. Si en la escuela primaria, un niño no aprende a leer y escribir correctamente, probablemente será un semianalfabeto, aunque se lo haga pasar de grado. Lo mismo sucede con alguien que desea obtener la licencia de conducir. Si no estudia las normas viales ni rinde exámenes eliminatorios -el que no apruebe debería volver a hacer el curso-, posiblemente será un infractor y eventualmente atropellará a alguien. Debería haber talleres para los aspirantes, guiados por profesionales de la salud, en los que se entrevisten a personas que hayan quedado con alguna discapacidad por un accidente vial o que recorrieran las guardias del Padilla o del Centro de Salud durante los fines de semana.

Creemos que es necesario diseñar una política de Estado sobre seguridad vial que permita enfrentar con firmeza este flagelo. Si los españoles pudieron lograrlo, ¿por qué no los tucumanos? ¿Acaso proteger la vida de los ciudadanos no es un motivo importante?