Luego de 16 años la Copa del Mundo volvió a tierra sudamericana. En el Congreso de la FIFA, celebrado en Londres en 1966, se decidió que Argentina sería el país elegido para organizar el Mundial de 1978.
En los años previos a la competencia, el certamen tuvo mil y un opositores. Muchas selecciones no veían con buenos ojos llegar a nuestro país debido a que el gobierno militar había tomado las riendas en la conducción dos años antes. Hubo muchas voces en contra, incluso apoyadas por grandes jugadores como Johan Cruyff, que decidió bajarse de la nómina de su selección y no venir a Argentina por no estar de acuerdo con el régimen de ese entonces.
Sin embargo, el inmenso apoyo que la FIFA le brindó al gobierno nacional hizo que Argentina fuera sede del undécimo campeonato de la historia.
Argentina, apoyada por sus hinchas, que dieron muestra de una pasión inconmensurable, superó durante la prórroga del juego final a Holanda, que una vez más tal cual lo había demostrado en Alemania 1974, hizo alarde de un juego pragmático y vistoso, pero se quedó en las puertas de la gloria.
Mario Kempes fue la gran carta ganadora que mostró la Selección para alzar por primera vez con el máximo trofeo. Sin embargo, nada fue fácil para los dirigidos por César Luis Menotti.
Durante los meses previos al comienzo del gran torneo, en Argentina todos miraban de reojo a su selección. El equipo no daba muestra de garantías y parecía navegar sin rumbo.
Menotti y compañía casi que se acostumbraron a vivir en el ojo de la tormenta. La crítica periodística era dura y el sueño de consagrarse parecía casi utópico. Para colmo, durante los tres primeros juegos de la Copa, Kempes no marcó ni un gol y quedó en el ojo de la tormenta. Pero no era todo.
La Selección había perdido contra Italia en el último juego de la fase inicial y debía dejar el “Monumental” y marcharse a Rosario para disputar la segunda ronda del certamen. Y allí, en la casa de Rosario Central, equipo en el que “El Matador” había vivido grandes años antes de viajar a España, emergió como la gran figura de su equipo y del torneo, claro.
A partir de ese momento no sólo se encaminó a transformarse en el goleador del torneo, sino que además fue el hombre que le dio el salto de calidad a Argentina, en el momento justo.
Kempes estuvo apagado en los primeros juegos, ante Hungría, Francia e Italia. En aquellos duelos, “El Matador” había lucido un poblado bigote, algo muy común en aquella Selección. Pero Menotti, buscando soluciones “extrafutbolísticas” al ver que el equipo seguía sembrando dudas y el final de la historia parecía encaminado a ser triste, decidió acudir más a la psicología que a argumentos esenciales del juego.
El entrenador no anduvo con vueltas. “Aféitese, Mario”, dijo el “Flaco” en una frase que marcó un antes y un después en la Copa para Argentina. Kempes hizo caso al consejo de su entrenador y fue la figura de la recta final del torneo. Le marcó dos goles a Polonia, a Perú y a Holanda, en el juego decisivo. Sólo Brasil zafó de su artillería pesada en la segunda ronda del campeonato.
“Luque me entregó la pelota. Piqué, entré al área, me salió el arquero y comencé a caer. En el último esfuerzo alcancé a tocarla. Fue gol. Nunca en mi vida escuché un estruendo como ése. El césped temblaba”. La frase del “Matador” recordando el primer grito en la final contra Holanda pone la piel de gallina. Ese gol puso en ventaja a los locales que debieron sufrir hasta el tiempo extra debido al empate de Dick Nanninga. Pero Kempes marcó otro más y Daniel Bertoni selló la primera corona.
Sí, Argentina levantó su primera Copa gracias a contar con un goleador fuera de serie, que se sacó la mufa con una maquinita de afeitar.