En el formulario de registro que un equipo debe llenar para poder ganarse el mote de candidato de cualquier torneo, hay ítems indispensables. Jugar bien, tener contundencia o mostrar equilibrio, son algunos requisitos ineludibles. Y anoche San Martín puso la tilde en cada uno de esos casilleros. Pero a todo eso le agregó otra condición fundamental: mostrar carácter para sobreponerse a las contingencias que pueden aparecer en medio del camino.
El duelo contra Agropecuario era una final, lisa y llanamente. El “Santo” estaba obligado a ganar para solidificar sus sueños de volver a jugar en el fútbol grande y La Ciudadela era una caldera.
Por eso, el gol de Eduardo Casais cuando los equipos aún se estaban “midiendo” fue el baldazo de agua congelada; un gancho al mentón que hizo trastabillar a un San Martín que, pese al golpe, tuvo la calma, la templanza y la valentía de dar vuelta una historia que arrancó complicada casi desde el vestuario.
Las manos hacia abajo de Darío Forestello ni bien la visita se puso en ventaja fue un mensaje claro que sus pupilos entendieron al pie de la letra. “Yagui” pedía calma para poder llevar adelante un plan de emergencia que no podía fallar. Y esta vez, su equipo dio otra muestra de que dejará hasta la última gota de sudor en cancha para poder reencontrarse con la gloria.
A pesar de estar abajo en el marcador, su equipo no perdió la calma ni la brújula. Apeló a lo que mejor sabe hacer de un tiempo a esta parte: toque seguro al ras del piso, rotación, movilidad, explosión y verticalidad. Arrinconó a un “Sojero” que parecía haberse sacado la “grande” y que sólo se dedicaba a esperar el paso de los minutos para poder desatar el festejo.
Pero así y todo el gol de Ismael Benegas no rindió el efecto deseado. Cuando parecía que luego del empate San Martín iba a tomar el control de la situación volvió a dormir una siesta en defensa y Martín Prost revivió viejos fantasmas. Jugada de pizarrón, gol visitante y a remar de nuevo contra la corriente.
Con un panorama oscuro y el descanso a la vuelta de la esquina, Claudio Bieler asumió el rol de capitán y líder de un equipo con un hambre de gloria más grande que La Ciudadela. Pivoteó, generó juego, fue una amenaza constante sobre el área de “Agro” y niveló la lucha en un momento clave.
“Taca” se encargó de ejecutar el penal que le cometieron a Emiliano Albín; marcó el gol para una nueva igualdad y mandó a sus compañeros con la mente más serena a la charla del entretiempo. Allí Forestello refrescó conceptos y le hizo ver a sus jugadores que haber remontado dos veces un duelo fundamental no era poca cosa. Pero faltaba un paso más.
Así San Martín salió a comerse vivo a un huésped irrespetuoso que se había atrevido a mojarle la oreja. Y antes de los 20 minutos le pegó dos bofetadas para demostrar cómo deben jugarse estos partidos. Gonzalo Rodríguez y, una vez más, Bieler (con una joyita) sentenciaron el duelo y abrieron la posibilidad de que el “Santo” anotara otro requerimiento en el largo camino al cielo: tomar el control de la situación y manejarla hasta el final.
San Martín dio una muestra de carácter y de que está preparado para lo que sea. De a poco va acumulando todos los requisitos para poder abrazar esa gloria que últimamente le dio la espalda.