La Rufino Cossio serpentea a la vera del parque Guillermina. Nace como un pequeño boulevard y rumbo al sur baja entre la frescura de la arboleda y una quietud bien de barrio. Todo Tucumán sabe que en esa cuadra, a cualquier hora -peor a la siesta-, se corre el riesgo de ser asaltado. También lo sabe la Policía, lo que no parece ser motivo para que coloquen una guardia disuasoria permanente en la zona. De vez en cuando aparecen los uniformados y de repente... no están más. Tal vez hacen un alto para tomar algún descanso liberador. La cuestión es que hay tres certezas sobre el parque Guillermina: la naturaleza sigue defendiendo su belleza, está descuidado/vandalizado y es inseguro de punta a punta. Pensándolo bien, sirve como metáfora para la realidad tucumana en su conjunto.
Contemplada a la distancia, desde la Mate de Luna, la fachada puede llamar a engaño. Los juegos, la pista de salud, los bancos, las caminerías, son víctimas de la desaprensión y eso queda expuesto mirando de cerca. Campo adentro van creciendo los pastizales, el deterioro de las calles interiores, las roturas del mobiliario urbano. Y el límite con el canal Sur es una finisterre librada a su suerte. Circular por ahí es cosa de valientes o de desprevenidos. Las consecuencias no suelen ser las mejores.
Las condiciones del arbolado merecen un análisis, porque muchos ejemplares lucen con el tronco hueco o carcomido, las raíces exhaustas. Hace unos días surgió un contrapunto entre el municipio capitalino y la Sociedad Amigos del Árbol a causa de un incidente registrado en la plaza Urquiza, cuando se desprendió una rama de una tipa y -afortunadamente- no había nadie alrededor. Los funcionarios revelaron que no habían podado antes debido a la oposición de la ONG. Los Amigos del Árbol lo negaron. ¿Desidia o fundamentalismo? ¿Quién tiene razón? Mejor sería encontrar soluciones intermedias. Mientras tanto, habrá que cruzar los dedos para no lamentar malas noticias en el Guillermina.
Contra el vandalismo está comprobado que no hay nada que hacer. Su incidencia en el paisaje urbano es directamente proporcional a la educación de la ciudadanía. Aplazo general entonces. Pero hay algo más, relacionado directamente con Tucumán, porque vándalos hay en todo el país, pero no actúan con el nivel de virulencia que se nota aquí. ¿Cuál puede ser el motivo de semejante saña? ¿Por qué tanta bronca a la hora de ensuciar, romper y robar? Es un emergente de alguna clase de mal humor social que no puede encapsularse en la estupidez o la ignorancia. Si hay otras explicaciones, bienvenidas sean. El terreno de las batallas perdidas es enorme. Por ejemplo, con los chicos que utilizan como juegos -y echan perder- los aparatos de la pista de salud, mientras sus padres miran para otro lado. O se enojan (mucho) si alguien intenta explicarles.
En otras épocas, de esta clase de situaciones se ocupaba el placero, una pieza de museo aferrada a la nostalgia de los memoriosos. Carlos Arnedo, secretario de Servicios Públicos de la Municipalidad, se sinceró en LA GACETA del domingo pasado, cuando brindó detalles del plan para dotar a los espacios públicos de cámaras de seguridad. “Para cuidar las plazas de la capital se necesita a Hulk”, sostuvo. Los placeros desaparecieron del mapa a causa de las amenazas y de las palizas que fueron recibiendo. Los buscaban para pegarles antes de que tuvieran tiempo de llamar a la Policía, cuestión de liberar la zona. Pero no sólo era cuestión de la agresividad de los delincuentes; tampoco los respetaban en el cuidado de la jardinería, el mobiliario o los juegos. Terminó siendo una profesión de alto riesgo.
Será porque no es fácil el día a día en Tucumán y eso se refleja sin distinción de momentos ni de lugares. En el desapego a las más elementales normas de convivencia, por ejemplo. En el caso del parque, el disfrute se esfuma a caballo de la música a todo volumen desplegada a un puñado de centímetros del prójimo, de la mugre desparramada, de los pelotazos que pueden llegar desde cualquier parte, de las mascotas ajenas sin control.
El panorama, desalentador, obliga a pensar en soluciones extremas. Si el parque es un aguantadero de ladrones, si es territorio de vándalos, si se roban elementos del mobiliario apenas los reponen, si hay zonas peligrosas por el deterioro y la falta de mantenimiento, será cuestión de pensar seriamente -aunque no resulte simpático- en rodearlo de un buen enrejado y habilitarlo en determinados horarios.