Bolsas de basura, escombros, garrafas oxidadas, latas de lubricantes, repuestos, electrodomésticos destartalados, partes de lo que alguna vez fueron motos y quién sabe qué más flota entre la inmundicia de una laguna de unos 80 metros de largo, 25 de ancho y tal vez tres de profundidad en Los Vázquez, al sureste de la capital. Pero ni el aspecto ni el olor del agua podrida le molestan a Mercedes Monteros. Para ella, que vive con su esposo y sus seis hijos más chicos en frente, lo que le preocupa es la salud: “El problema más grande del barrio es que la laguna se llena cuando llueve, rebalsa y todo eso inunda mi casa y las de los vecinos. Entonces a los chicos le salen granos en el cuerpo. Creo que es por el agua contaminada”, contó Monteros con Madeleine, de 11 meses, en brazos. La bebé ahora se ríe a carcajadas. “A ella le salió un grano acá en el pecho y hace dos semanas le habían salido en la nuca. No podía mover la cabeza, le salía mucho pus y lloraba muchísimo. Creo que es por el agua”, afirmó.
Monteros le contó a LA GACETA que a sus otras hijas a menudo le salen granos en las piernas, en el cuerpo e incluso en el rostro. “En el dispensario de Villa Angelina -el más cercano al barrio, a unas 15 cuadras-, me dijeron que se llama piodermitis y que es por un virus. Nos dieron remedios y a los chicos se les pasa, pero es doloroso: se les pone rojo, se les hincha, aparecen los granos y le sale pus. Se secan en un lado y aparecen en otro”, continuó Monteros.
La médica Silvina Mazzuco, al frente de la Dirección General de la Red de Servicios del Sistema Provincial de Salud, explicó que las lesiones en la piel -por micosis, picaduras de insectos o parásitos- pueden infectarse y allí dar lugar a la piodermitis. Aseguró que las lesiones pueden darse por muchas causas, no sólo por la laguna. “En los servicios tenemos todos los medicamentos para tratar las lesiones en la piel. Estamos al tanto”, explicó Mazzuco (ver nota aparte).
La barriada del sureste de la ciudad se extiende al sur hasta las lomadas que antes fueron las células de basura del vaciadero oficial de la ciudad hasta 2004; limita al norte con el pantano; con el río Salí al este; y con la autopista al oeste. No hay cloacas, no pasa el camión de la basura, no hay pavimento, no hay alumbrado público y los vecinos se quejan de la falta de presión de la red de agua potable. Las chicas y los chicos del barrio se divierten pescando mojarritas en la laguna y tirando piedras para hacer “sapito”. Por la crisis económica muchos vecinos perdieron sus trabajos y volvieron a la actividad por la que llegaron al barrio, en plena crisis de 2001: cirujear. “Acá lo primero que hace falta es que saquen la laguna. Si bien hay algunos vecinos que tienen sus chiqueros con animales cerca, se puede cerrar la parte que se empantana y dejar los cercos. Para mí que los granos salen por la laguna. Muchos políticos han prometido limpiarla, vinieron el año pasado unos camiones pero después no han vuelto más”, recordó Monteros sobre las promesas previas a la última elección.
Pamela Vera también reclamó para que se drene el pantano. “Vivir frente a la laguna es un infierno. Entre el olor, los bichos y las víboras que salen de ahí... Es fiero. A mi mamá la operaron y la teníamos adentro de la casa durante la recuperación, por las moscas. Es feo vivir así con mis hijos, porque se enferman: más que granitos son unos tremendos ‘granotos’”, lamentó Vera, de 29 años, que vive frente a la laguna junto con sus hijos, su pareja, su mamá y su hermano.
Su familia se trasladó desde el barrio Alejandro Heredia hace cuatro años, porque la mamá de Vera buscaba sacar a sus dos hijos de la adicción al paco. “Desde que vivimos acá un montón de políticos han venido a filmarse y sacarse fotos, pero la laguna sigue aquí. Durante la época de la política -por las campañas electorales- un candidato ha prometido limpiarla, pero vinieron unos camiones dos veces y ahí está la laguna, como siempre”, cuestionó Vera, que pide alumbrado público, más plazas y que se aumenten los equipos de psicólogos de la Secretaría de Adicciones en el barrio, porque -dijo- le permitieron recuperarse.
“No se preocupe señora, ya vamos a sacar toda el agua, vamos a rellenar, a desmontar y a fumigar”, satirizó Vera -entre risas- la promesa que la mayoría de los funcionarios o candidatos hacen al visitar Los Vázquez. Y agregó: “parece que se olvidan que acá también vivimos seres humanos”.
Los vecinos contaron que el año pasado, entre otros, visitaron el barrio el entonces secretario General de la Gobernación, Pablo Yedlin (fue candidato a diputado en tercer término por el PJ), y el secretario Nacional de Juventud, Pedro Robledo (PRO). Entre las promesas, estaba la de erradicar el pantano.
La Secretaría de Medio Ambiente de la Provincia elaboró un proyecto para drenar la laguna hacia un humedal cercano al río Salí. Los trabajos no se realizaron porque todas las máquinas de la Dirección Provincial del Agua se destinaron a trabajos en ríos del sur tras las inundaciones en La Madrid. “Hubo preocupación, se trabajó y se sabe lo que hay que hacer”, explicó Alfredo Montalván, secretario de Medio Ambiente (ver nota aparte).
A media cuadra de la laguna, Sandra Gómez se preparaba para llevar a sus hijos a la escuela. Contó que tiene dos preocupaciones en el barrio: el pantano de agua podrida y la venta de paco. “Cuando he llegado al barrio era tranquilo, pero ahora hay mucha droga y los chicos andan mal. Me pone mal la cantidad de paco en la calle y esa laguna. Uno de mis hijos tuvo el virus y pensaba que tenía ronchas, pero eran granitos. Le salieron un montón, de los que se dicen ‘granos hormigueros’”, relató Gómez, de 46 años y 10 hijos varones, con un llanto silencioso. La vecina contó que, por miedo a que los animales que tenía pudieran provocar los granos, los vendió. “Vendí todo pero igual les siguieron saliendo estos granitos a los chicos”, continuó.
Gómez renegaba del abandono del barrio mientras mostraba las cicatrices que los granos le dejaron en las piernas a uno de sus hijos más chicos. Detrás de ella los niños que estudian en el turno mañana jugaban a las bolillas, mientras el que entraba a las 14 castigaba el piso con una masa: separaba una pieza de aluminio de unos apliques eléctricos viejos para venderlos y llevar plata a la escuela. “Así tengo para comprarme un alfajor en el recreo”, contó el chico de siete años.
“Acá padecemos mucha pobreza. Si tuviera para irme a otro lado ya me hubiera ido para sacarlos a mis hijos. Es dura la vida para el que tiene hijos acá”, terminó Gómez con la mirada firme.