De Inés Páez de la Torre.-
Que la excitación física conduce a la atracción es algo comprobado. Pero no se trata solamente, como cabría pensar, de la excitación genital: cualquier tipo de agitación física generada por situaciones no eróticas puede funcionar como un auténtico afrodisíaco.
Excitaciones “positivas” –el éxito en un proyecto, el logro de una meta deportiva, divertirse en una fiesta, etc´petera- y “negativas” –peligro, temor, dolor, estrés, etcétera- son capaces de producir este efecto. La clave está en que sea una experiencia compartida.
El cine lo ha reflejado muchas veces: dos personas, por azar, deben atravesar juntas situaciones intensas y desafiantes… y terminan enamorándose. Es el caso de “Máxima velocidad”, la exitosa película de los 90: los personajes interpretados por Keanu Reeves y Sandra Bullock se trasladan desesperados por las calles de Los Ángeles en un ómnibus con pasajeros (ella al volante), sin poder disminuir la velocidad para que no explote la bomba que ha puesto en el vehículo un peligroso terrorista (perfecto papel para Dennis Hopper). Al final, cuando todo se resuelve, Annie y Jack no pueden sino besarse apasionadamente, después de tanta adrenalina.
En los años sesenta, Stanley Schachter, el famoso psicólogo social estadounidense, junto a su colega Jerome E. Singer, desarrollaron la teoría según la cual las emociones tienen dos fases. La primera consiste en una conciencia de la excitación fisiológica: incremento de la frecuencia respiratoria y cardíaca, sudoración, etcétera. En la segunda, la persona busca una explicación para esas sensaciones: “Me siento así porque estoy bajo la emoción de… amor, temor, ira, ansiedad, etcétera”. Una vez que hemos etiquetado la excitación de una determinada manera, tendemos a confirmar con nuestro comportamiento que tal etiqueta es adecuada, a modo de refuerzo.
El atribuir a un determinado estado de excitación una emoción u otra está condicionado por diversos aspectos sociales y de aprendizaje (a algunas personas les cuesta discriminar emociones, o tienen un repertorio muy limitado entre las cuales elegir).
Una parte importante de esta teoría es la atribución errónea de la excitación: si el cerebro no está seguro del porqué de una emoción, buscará pistas para ponerle palabras a lo está sintiendo. Por ejemplo: si cada vez que veo a una persona me siento entre movilizada y ansiosa, puedo concluir, erróneamente, que es porque “la amo” (al fin y al cabo, una pista: “cuando nos vemos hacemos el amor”). Si me convenzo de eso –quizás, incluso, un amigo valida mi percepción- empezaré a hacer cosas que alimenten mi supuesto amor. Es decir, me comportaré como una persona enamorada.