Por Julio María Sanguinetti - Para LA GACETA - Buenos Aires
En Historia de dos ciudades, Charles Dickens arranca diciendo: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos hacia el cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto.” Creo que estas palabras sirven para describir lo que estamos viviendo en este tiempo.
Vivimos tiempos de la sabiduría, sin duda, con la explosión científica y tecnológica. En el mundo aumentó la esperanza de vida y disminuyó la pobreza en un planeta con 7.500 millones de habitantes. Al mismo tiempo vivimos tiempos de la locura con cuestiones anacrónicas como las guerras de religión o la expansión de la globalización de la mano de la revolución de las comunicaciones con el resurgimiento de reacciones nacionalistas como las de Cataluña. A través de una demagogia insensata, en su momento de mayor prosperidad y después de 500 años de pertenencia a España reverdece el secesionismo catalán.
Hoy vemos en América latina a una Justicia enfrentando a la corrupción. Vemos, por otro lado, a una Venezuela, que acogió en otros tiempos a los latinoamericanos que buscaban libertad, sumida en las tinieblas actuales. El chavismo germinó en un contexto de partidos debilitados por los personalismos, el faccionalismo y la corrupción. Tuve el triste privilegio de estar cerca de Chávez cuando juraba por una Constitución moribunda. Ese episodio que parecía casi folclórico luego se transformó en la tragedia que sigue afectando a los venezolanos y que no ofrece un horizonte de salida. Nada, en definitiva, ha logrado conmover a la actual estructura que ha dejado atrás el populismo para convertirse en una muestra de abierto totalitarismo.
América latina vivió recientemente la mejor década de su historia, entre 2003 y 2012. Algunos países la aprovecharon, otros la desaprovecharon. Perú, entre los primeros, es probablemente el país que mejoró más. Chile, siguiendo su línea, también la aprovechó. Venezuela fue el colmo del despilfarro con una prosperidad puesta al servicio de una aventura personal que derivó en una dictadura de una ineficacia extraordinaria. Latinoamérica hoy presenta múltiples crisis económicas, políticas y morales. Brasil no encuentra el camino.
Avances y retrocesos
El mundo exhibe tendencias antihistóricas. Diputados neonazis ingresando al Parlamento alemán, ingleses votando la salida de Europa para volver al espíritu isleño. En Europa vemos cómo el fraccionamiento de los partidos conduce a la ingobernabilidad. España deja atrás su sólido bipartidismo con la consolidación de Podemos y Ciudadanos.
Los cambios en la comunicación transforman la democracia. Se debilita la fe ciudadana en las estructuras representativas. El ciudadano se siente representante de sí mismo y, cuando siente un motivo de protesta, busca expresarse por sus propios canales. Esta dinámica puede derrumbar regímenes muy sólidos como el de Mubarak pero sin lograr, luego, construir nada. El descrédito de las instituciones es la consecuencia negativa del progreso.
Hoy las grandes empresas son corporaciones que no existían hace 20 años. Las líderes ya no son las automotrices o las petroleras sino empresas como Apple, Google, Facebook, Amazon y Microsoft tienen una cotización conjunta similar al PBI alemán. Google y Facebook se llevan el 80% de la publicidad digital; Amazon tiene el 50% de la venta online en los Estados Unidos. Generan fenómenos que afectan las vidas de todos.
Vivimos en un mundo en el que fracasan las encuestas, esa suerte de vocero de ese monstruo sin cabeza llamado opinión pública. Ese termómetro de la aceptación de gestión de los gobiernos hoy está en crisis. La información nos llega de manera fragmentada y simplificada a través de las redes.
Los cambios comunicacionales hacen que hoy la democracia no sea más un debate de convicciones sino una competencia de seducciones. Una etapa más de la historia del entretenimiento. La trayectoria, la tradición, el programa, la historia de un partido valen menos que la seducción personal. Y esto pone en jaque a los presupuestos democráticos. El sistema democrático, en definitiva, no es más que un ejercicio de razón. La democracia reposa finalmente en el voto ciudadano y este no es una encuesta sino un acto de gobierno. El mayor de todos. Es el que elige el gran rumbo de un país.
* Extracto de una charla del ex presidente uruguayo que tuvo lugar en el Hotel Scala de Buenos Aires.