Ya de chico Blas Rivadeneira “martirizaba” a su hermano menor, Juan, obligándolo a escuchar las historias que él armaba con muñecos. “El pobre no jugaba; se quedaba mirándome mientras yo relataba y manipulaba los juguetes”, recuerda este escritor y licenciado en Letras tucumano respecto de sus comienzos como narrador. “La escritura comienza un poco más grande; a los 12, 13 años, ya decía que iba a ser escritor”, añade Blas, cuyo nombre, como el de otros tucumanos, ya suena cuando se habla de “nuevos narradores jóvenes argentinos”.
Lo constata la reciente publicación de uno de sus cuentos en el libro “Raros peinados nuevos. Veinte escritores sub 32”, que editó Eterna Cadencia y que recoge obras de los ganadores de la Bienal Arte Joven Buenos Aires, en la que fueron jurado Martín Kohan, Mariano Valerio, Laura Wittner, Francisco Garamona (en representación de Mansalva) y Leonora Djament (Eterna cadencia).
- ¿Para qué sirven los premios?
- No soy de presentarme a muchos concursos. Haber sido seleccionado en este, organizado por la Bienal Arte Joven Buenos Aires y poder ser publicado en Eterna Cadencia, una de las editoriales argentinas con uno de los catálogos que más me interesan, es una buena oportunidad para difundir lo que escribo en una instancia más amplia. El libro tuvo bastante repercusión e incluso fueron bastante bien las ventas. Considero los concursos como oportunidades para la circulación de la literatura, sobre todo para los jóvenes, y en ese sentido está bueno, porque faltan instancias de fomento de la actividad literaria. Pero no creo que tengan mucho que ver con la literatura en sí misma, ni que uno pueda escribir para ganar concursos. Si existiera ese tipo de recetas se perdería lo más interesante de la práctica de la escritura, que es la incertidumbre. Obviamente está bueno que un jurado compuesto por escritores o editores que uno respeta valorice lo que hacés.
-¿Hay alguna identidad común en estos escritores “sub 32”?
- ¡Yo ya no soy un sub 30, jaja! (nació en 1984). Siempre es difícil, mientras el fenómeno está sucediendo, en tiempo real, detectar poéticas emergentes con algún grado de cristalización. Por lo pronto, “Raros peinados nuevos” da cuenta de un abanico bastante amplio de intereses que escapan un poco, quizás, a cierto realismo relativamente dominante en la literatura argentina más cercana.
Digo relativamente porque es difícil sentenciar que predomina un tipo de estética cuando, al mismo tiempo, se está experimentando bastante con literatura de géneros como el terror o la ciencia ficción y siguen existiendo líneas experimentales más ligadas a la tradición vanguardista, como la de Aira o lo que hace Pablo Katchadjian.
-¿Te sentís deudor de alguna tradición?
- En diferentes momentos de mi biografía lectora me apasioné con distintos autores. Desde Onetti, Manuel Puig, Di Benedetto, Felisberto Hernández, hasta el propio Borges, Bioy, Cortázar y García Márquez... Recuerdo que en la adolescencia me fascinaban tanto que me obligaba a dejar de leerlos para “sacármelos de encima” en términos de influencia. Un escritor con el que tengo una relación muy particular, ya que es el autor al que me dedico en mis estudios académicos, es Mario Levrero. También me interesa la tradición narrativa norteamericana, Salinger... franceses como Carrère... No creo ser deudor de nadie en particular sino de muchos; lo que sí rescato es cierta actitud -o ética- frente a la literatura, en el sentido de rechazar su abordaje como un mero mecanismo donde hay que repetir convenciones que en ese momento estén de moda o gozando de cierto prestigio. Creo que, al contrario, se trata es de ser auténtico en relación con la escritura rompiendo o usando las convenciones que sirvan para ese gesto de autenticidad.
-Sos uno de los organizadores del Festival de Literatura de Tucumán, una actividad en la que piensan en colectivo... pero guardan su individualidad. ¿Es así?
- Desde ya el FILT es una aventura que emprendimos algunos escritores jóvenes (Sofía de la Vega, Ezequiel Nacusse, Julián Miana y muchos más colaboradores) con la idea de instalar Tucumán en el mapa literario nacional apostando a cruces de diferentes tipos: de generaciones, estéticos, de trayectoria, etc. Es una apuesta por lo colectivo, por revitalizar la movida literaria, pero nunca lo pensamos como un grupo que defiende determinada visión estética. Los que organizamos el FILT compartimos lecturas y gustos, pero también tenemos diferencias de intereses, y la literatura que hace cada uno es bastante distinta y personal.
- ¿Se puede hablar de una narrativa regional?
- Creo que, si bien la poesía sigue siendo el género literario más practicado en la región, están apareciendo cada vez más libros de narrativa. Y lo interesante de esta narrativa es, precisamente, que escapa al regionalismo entendido como color local; se trata de relatos eminentemente urbanos con propuestas estéticas que se nutren de distintas tradiciones. A propósito de esto, estoy compilando junto a Arantxa Laise un libro de relatos centrados en la ciudad escritos por autores tucumanos; será publicado por Edunt este año.
- Tu cuento ganador gira alrededor de un taller literario. ¿Se aprende a escribir?
- En realidad la escritura lo aprehende a uno. Uno transita por la escritura en literatura; no significa que no haya técnicas, que las hay y son importantes. La literatura se hace en la práctica de la escritura y los talleres literarios están buenos porque plantean la escritura en relación con la de la lectura. Los recomiendo no solo para aquellos a los que les gusta escribir o quieren dedicarse más o menos sistemáticamente a la escritura -sabemos que la profesionalización del escritor es muy difícil en la Argentina y en Tucumán-, sino también para todos a los que les apasiona la literatura, porque es una instancia para compartir lecturas propias y de autores de distintas tradiciones. Un taller puede ser espacio para motivar primeras escrituras y sacar a la discusión pública textos que uno “no le muestra a nadie”; y para al escritor más experimentado lo sacan de su zona de confort a partir de un intercambio crítico. Tuve la suerte de participar en talleres dictados por escritores que respeto y con poéticas tan distintas como Damián Ríos, Hebe Uhart, Eduardo Muslip, Samanta Schweblin, Carlos Ríos, Luciano Lamberti, Federico Falco, Pablo Katchadjian, entre otros. Cada tallerista tiene una metodología de trabajo y una manera particular de relacionarse con la literatura y la tradición literaria, eso enriquece. Por otro lado, dicto el taller literario “El Juguete Rabioso” junto con Ezequiel Nacusse; también lo hice en escuelas y fui ayudante estudiantil en la materia “Taller Literario” de la Facultad de Filosofía y Letras. Después de esta recomendación, puede resultar paradójico que el relato “Taller literario” que premiaron tenga un tinte paródico, en algunos pasajes, brutal- “parodia corrosiva y colosal” según el prólogo de Martín Kohan-. Pero entiendo que la parodia como dispositivo narrativo funciona en relación con cosas que interesan. Una parodia de algo que detestamos es difícil que genere empatía en el lector, ya que generalmente será un ataque unilateral más propio de un troll que de un escritor.