Es mitad de enero y el Pesebre todavía está armado en el despacho de la rectora, Alicia Bardón. No hay ni un alma. Deberá que esperar hasta febrero para volver a ser guardado. Los musgos que lo adornan le sirven a la funcionaria para explicar a qué se dedicará cuando el 28 de mayo deje de conducir la administración de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y asuma su sucesor. Retomará su tema de investigación: las plantas inferiores. “Los musgos. Como los del pesebre”, acota.
¿Va a extrañar el Rectorado? “¡No! Nada”, responde. “Siempre he creído en la oxigenación de las funciones”, agrega. Dice que jamás pensó en perpetuarse y reconoce: “alguien temió que estuviera impulsando la reforma del Estatuto para quedarme”. Como si fuera una advertencia, añade: “Espero que quienes me sucedan no utilicen nuestras normas en beneficio propio”.
Es la última entrevista-balance como rectora de la UNT. La primera mujer en 103 años. En breve colgarán su retrato en la sala de Consejo. El anterior rector, Juan Cerisola, no corrió con esa suerte por sus causas pendientes en la Justicia.
Después del 28 volverá a su cátedra de Química Orgánica III, cargo que tiene congelado desde 2002 cuando arrancó su carrera política en la facultad de Bioquímica. Para entonces ya estará jubilada, pero la Ley de Educación (N°24.521) permite a los docentes universitarios continuar como profesores hasta los 70 años mientras dure su regularidad.
“Me ha tocado una época de administrar para que nos alcanzara y podamos mantener la institución abierta”, reconoce Bardón. Ese, asegura, es su mayor logro: hacer que el déficit universitario se achicara.
“Me siento orgullosa de haber ordenado las cuentas de la Universidad, de haber trabajado de forma intensa para enderezarlas”, señala. Cuando resultó electa en 2014 (después de un período como vicerrectora Cerisola) la UNT estaba dejando de recibir las utilidades que desde 2006 había arrojado la explotación minera de Bajo la Alumbrera y Farallón Negro.
Pese a ese caudal de dinero (de 2006 a 2009 unos $ 353 millones) la rectora explica que heredó una universidad que recibía un presupuesto con “un 5% en promedio menos de lo que pagaba en sueldos”. Un porcentaje que traducido a números, equivale a varios millones de pesos. Una planilla salarial pesada que, según Bardón, requirió de una “ingeniería de eficientización muy grande” para no echar a nadie ni arancelar la educación pública.
Solo en el Rectorado movieron a más de 100 empleados para asignarlos a otras áreas. “De la Nación me decían que no podían pagar tanto personal”, reconoce.
“¿Sabés lo que significa para una institución tan grande que se hayan podido ordenar las cuentas sin echar gente, manteniendo las aulas abiertas con los estudiantes, los profesores y los no docentes donde deben estar?”, pregunta.
Reorganizar. Esa palabra define, según Bardón, su gestión estos cuatro años. Acomodar lo que “la fiesta de YMAD” , como había dicho el vicerrector, José García en 2016, dejó.
“Lamentablemente, no tuve la capacidad presupuestaria como para trabajar activamente para realizar un crecimiento edilicio”, reconoce Bardón. Quizás la deuda más grande sea con su propia facultad y el inconcluso edificio de Bioquímica, ese monumental bloque de cemento que acapara la vista cuando se ingresa a la Quinta Agronómica.
En estos cuatro años, asegura Bardón, tuvo que revertir malas “prácticas” de abusos hacia el patrimonio universitario. “Soy una persona inflexible en ciertas cosas y he visto en gestiones anteriores mucha flexibilidad en eso”. En el anaquel quedarán varios temas que tuvo que surfear estos años como la remoción del directorio de Canal 10, el ordenamiento del uso de las casas universitarias de Horco Molle, asumir el rol de querellante en la causa YMAD (que tiene procesado al ex rector Cerisola), la inconclusa reforma del Estatuto.