De Inés Páez de la Torre.-
El término “poliamor” comenzó a utilizarse en la década del 90. Su etimología remite a “muchos amores”. En efecto, los poliamorosos rechazan deliberadamente la hegemonía -muy arraigada en las estructuras culturales de Occidente- de la monogamia tradicional. Esto es: relaciones heterosexuales, dominadas por el hombre y basadas en el amor y la sexualidad exclusivos. Postulan, en cambio, las relaciones abiertas, igualitarias, democráticas, elegidas mutua y libremente, basadas en la legitimidad de amar a varias personas a la vez, y en donde las reglas y los límites se negocian en lugar de ser dados por sentado.
¿Por qué el amor romántico habría de estar restringido a un solo destinatario?, se preguntan los partidarios de estos vínculos. El verdadero afecto, aseguran, es capaz de reconocer e impulsar la libertad del otro para amar y enriquecerse con estas experiencias.
Sexo + amor
El poliamor se distingue de la solapada y cobarde rebeldía contra la monogamia: la infidelidad. Y es que los “polis” no mienten. Justamente son defensores de un vínculo honesto. Tampoco puede identificárselo con el sexo casual, las relaciones abiertas o el swingerismo (prácticas todas en las que el componente principal es el placer sexual, por lo general despojado de compromiso emocional). Por el contrario, el poliamor consiste en amar a varias personas –o estar abiertos a que esto suceda- y no sólo en tener sexo. Por eso la intimidad es un ingrediente esencial. Tampoco hay necesariamente una pareja principal, con más jerarquía que las otras.
Aunque no se trate sólo de sexo, los impulsores del poliamor sostienen que este estilo de vida posibilita exploraciones sexuales más interesantes y que libera a cada compañero de tener que satisfacer todas las necesidades -afectivas, sexuales- del otro. Así, para los poliamantes, pensar que debemos encontrar “la” persona -algo que nuestra cultura promueve desde muchas voces- es una utopía: sentir atracción y afecto por varias a la vez es perfectamente natural y no implica querer menos ni con dudosa calidad.
Desde luego que estos vínculos no están exentos de problemas. Establecer una vida en común con estas características supone establecer acuerdos “sustentables” (como se dice ahora), manejar los celos y, en suma, trascender el paradigma del ideal monogámico que todos hemos internalizado de un modo u otro.
Mucho más que dos
En el cine, Woody Allen reflejó una convivencia poliamorosa -un trío entre los personajes encarnados por Javier Bardem, Penélope Cruz y Scarlett Johansson- en “Vicky Cristina Barcelona” (foto). Pero lo cierto es que no hay una estructura típica de estas relaciones. El número de involucrados y el grado de compromiso varían. Algunos conviven y otros no. Tampoco hay reglas en cuanto al género, las identidades y la orientación sexual. Muchos están criando hijos pero es obvio que en estos casos el asunto se complejiza.
Se ha comparado el estado actual del movimiento poliamor con lo que ocurría con el movimiento gay hace unas décadas: luchando por ser visibilizado, reconocido y aceptado como una opción legítima dentro de la diversidad sexual.