¿Los opositores buscaron desestabilizar al Gobierno a puro palo y piedra? ¿O fueron infiltrados del propio Estado nacional, como argumentaron Agustín Rossi y otros diputados en el recinto? Unos y otros lanzaron las teorías conspirativas en pleno debate de la Cámara de Diputados. Conspiraciones, barbarie y avasallamiento de derechos partieron con furia, como esos trozos de paseo público que se arrojaban el lunes, desde ambas puntas de la grieta, esa que lastima como puñalada y que avanza con mayor rapidez que el calentamiento global. Es la diferencia irreconciliable. No es la distinción entre ideologías, justa y necesaria, sino la que sólo genera y atrae violencia.
Los desaforados que estaban fuera del Congreso fueron eso: violentos. La primera fila de la manifestación estuvo colmada de vándalos que llegaron con armas caseras dispuestos a enfrentarse con la Policía y a generar caos. ¿Habrán sido motivados por los mismos que durante 12 años impusieron proyectos a su antojo y que ahora quisieron bloquear el debate en el recinto que ya no manejan? Es probable, como también lo es que la izquierda enceguecida con Mauricio Macri haya encontrado el pretexto perfecto para intentar desestabilizarlo. El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición, dice el artículo 22 de la Constitución Nacional. Algunos buscaron vulnerarlo, rompiendo las barreras del agrado o el repudio que pueda generar la reforma.
La enmienda previsional que impulsa Cambiemos es desfavorable y confusa para los jubilados. También es injusta, porque resulta poco razonable que los únicos -o de los pocos- que pueden pagar la fiesta y el despilfarro político de las últimas décadas sean los jubilados. El periodista experto en economía Ismael Bermúdez -del diario Clarín- explica con claridad la situación. De las 17,4 millones de personas alcanzadas por la movilidad (entre asignaciones, jubilados y pensionados), quedarían fuera del “bono compensador” más de 7 millones, con lo que ya se habla de la inequidad de una de las patas de la reforma. Reconocer que hay que dar una compensación ya implica aceptar que la fórmula posee problemas de empalme entre el modo anterior de ajustar jubilaciones (semestral) y el nuevo (trimestral). Según los expertos, hasta mediados del año próximo, la jubilación debería ajustarse con la vieja fórmula y de ahí con la nueva. Sea cual fuera la discusión que se quiera plantear, los números no mienten respecto de que por algún lado hay recorte: el Gobierno ahorrará en 2018 al menos $ 80.000 millones aplicando el nuevo índice.
Los defensores de la enmienda jubilatoria arguyen que, pasado 2018, los jubilados mejorarán y recuperarán salarios a partir no del índice, sino del ítem de la ley que manda a que cobren un 82% del salario mínimo, vital y móvil. Para ello habrá que esperar. Además, esa disposición no alcanza a todos: excluye a los que se jubilaron a través de regímenes como los de la moratoria de las amas de casa, es decir, a los que no hicieron aportes durante 30 años. Para muchos, esa diferenciación es correcta y responde a la lógica de que merecen más beneficios quienes aportaron al fisco durante décadas por sobre quienes no lo hicieron. Igual, pierde el que menos tiene.
A todo lo malo que tiene el proyecto de Cambiemos lo antecede el despilfarro de recursos que efectuó el kirchnerismo, salpicado de cabo a rabo por la corrupción e incapaz de haber logrado un crecimiento sostenido y una disminución de la pobreza en el lustro que mayor ingresos tuvo el país desde la década del 40.
En esa liturgia narcótica reside gran parte de la grieta estúpida, porque un 33% de la población cree ciegamente que era posible vivir in eternum rifando las reservas, manoteando las cajas públicas y disfrazando el desmanejo del Estado haciendo flamear las banderas de la distribución del ingreso y del “nunca menos”. Fueron espejitos de colores, como los que recibió el 33% que con igual terquedad confía en todo lo que sea “amarillo”. Es igual de peligroso darle a uno o a otro un cheque en blanco. En la Argentina sin grises, el otro 33% acompaña a cualquiera, porque es más fácil ese vaivén que razonar sin las nubes de las pasiones.