Es fácil agarrarlo a Myke Tyson. Él mismo escribió un libro autobiográfico, un documental y hasta viaja por el mundo realizando shows unipersonales y contando en primera persona los delitos de un pasado por los cuales, hay que decirlo, ya pagó condena. Primero le prohibieron entrar en Chile, donde el ex campeón de los pesos completos viajó el jueves pasado para dar unas charlas y participar en un programa de TV al que invitado. “Todo extranjero que haya sido condenado o procesado por cualquier delito, puede ser impedido de ingresar al país”, dijeron funcionarios de la Policía de Investigaciones (PDI). La funcionaria Natalia Alvarado enumeró sus causas: “delitos sexuales, posesión, consumo de drogas y conducción bajo efectos de droga”. Nada que el propio Tyson no nos haya contado.
Horas después, también Argentina repitió la medida chilena. Algunos medios, todavía empeñados en dividir todo lo que sucede en este país a partir de una letra (la K, por supuesto), se preguntaron qué diría Diego Maradona, ya que él mismo (simpatizante K) había invitado en 2005 a Tyson para su programa La Noche del 10. Olvidan decir que Tyson volvió a Buenos Aires el año pasado (bajo el nuevo gobierno) y que vino justamente para ofrecer su show en el Luna Park. Un show en el que hace pura catarsis de su pasado. ¿Por qué este gobierno le permitió entrar en 2016 y no ahora? A principios de año el presidente Mauricio Macri firmó un decreto que endureció los controles migratorios y prohíbe el ingreso a extranjeros con antecedentes delictivos en sus países. Tyson, entonces, es la primera víctima VIP del artículo 29 inciso C de la ley 25.871 y el Decreto de Necesidad y Urgencia PEN Número 70/2017.
El caso Tyson nos informa que ya no bastará no tener ningún pedido de captura para que igualmente se prohíba el ingreso de un ciudadano extranjero al país. ¿Aplicará Migraciones el nuevo decreto de modo equivalente para todos? Es cierto que Tyson es un ciudadano de Estados Unidos (un país poderoso). Pero también es cierto que es un ex boxeador. ¿Señores acusados de los llamados delitos de cuello blanco (delitos que suelen tener menos prensa y menor desaprobación social) sufrirán también como Tyson las consecuencias del nuevo decreto? En Chile, el académico Luis Eduardo Thayer, presidente del Consejo Nacional de Migraciones, explicó que la decisión de impedir el ingreso de Tyson pudo haber tenido más motivaciones políticas que jurídicas (algo así como decirle a la población que se queja por falta de trabajo y porque los migrantes delinquen que no cualquiera puede entrar al país). Thayer alertó que la medida implica una “doble condena” y que las organizaciones de Derechos Humanos recomiendan aplicarla sólo para delitos de lesa humanidad.
Cuando tenía apenas 10 años de edad, Tyson ya había disparado con un rifle de asalto. A los 11 probó cocaína y tenía prontuario. A los 13 golpeó a un grandote que quiso robarle una paloma. Sumaba 38 arrestos. En los reformatorios le daban antipsicóticos. Cus D’Amato, su primer entrenador, casi un padre, decidió llevárselo a su casa. Sacarlo de Brooklyn, donde dormían cuatro en una cama para soportar mejor el frío (tres hermanos y la madre, a veces acompañado de algún hombre que pagaba por sexo).
Tyson, que sentía poder diciendo que él era hijo de un proxeneta, asistía a peleas domésticas que terminaban a los tiros y ollas de agua hirviendo. De bebé, su madre lo dormía con ginebra. Volvió al barrio de Brownsville siete años después, rey pesado con apenas 20 años, en limusina con jacuzzi, con salva de disparos y tirando al aire billetes de 100 dólares. Años de fama. De 167 autos, motos, mansiones en Las Vegas, cachorros de tigre, joyas, Versace, prostitutas y mucha cocaína.
El delito más recordado en estos días, motivo central de la prohibición de entrar a Chile y Argentina, fue la violación contra Desireé Washington, la joven de 18 años que en 1992 subió a su habitación en la noche, tras un concurso de belleza (ella participante, él jurado) y acusó al campeón, que tenía 25, de haberla forzado a mantener relaciones.
Tyson pasó tres años preso. En una cárcel de 2,5 metros por 3,5, sin cama ni baño. Preso número 922.935. Se refugió “de la mierda de la prisión” leyendo a Voltaire, George Bernard Shaw, Maquiavelo, Mao, Che Guevara y Arthur Ashe. Se hizo musulmán.
Otra vez “libre”, volvió a ser negocio de la TV de pago. Más mansiones, autos de lujo, chicas y cocaína. En su show del año pasado en el Luna Park contó que viajó tres meses drogándose por Rusia, Ucrania y Lisboa y que llegó a tener siete tigres en su palacio de Las Vegas.
En 2003 se declaró en quiebra, tuvo que seguir peleando para pagar indemnizaciones a las víctimas de su violencia, a los abogados y a los psiquiatras. Entre 2006 y 2009 cumplió al menos cuatro condenas de cárcel por drogas.
El quiebre, cuenta en sus shows, fue la muerte de Exodus, su hija de cuatro años que se ahorcó en pleno juego. Se hizo vegano. Se casó con Lahika, la mujer que estuvo a su lado en plena desgracia y con la que quiso entrar en Chile y Argentina. Pero a los 51 años, Tyson, según parece, sigue pagando por su pasado. Y por su fama.