Se abre el portón automático y sale un auto de la Casa del Malecón. A unos metros de distancia, alguien toca el timbre y entra. Un poco más lejos, la fachada de este complejo de departamentos con inconfundible impronta soviética se convierte en un supermercado. Toda esta “vida normal” moscovita se desarrolla en el contexto de un edificio “decorado” con placas incrustadas por doquier. Algunas de ellas exhiben relieves tridimensionales que salen al encuentro del peatón. Son, de alguna forma, lápidas que recuerdan a los moradores devorados por la Gran Purga de Iósif Stalin, el llamado “termidor” de la Revolución Bolchevique de 1917.
Ubicada sobre la ribera del río Moscova, la Casa del Malecón estuvo signada por el estalinismo desde su nacimiento. Fue el sucesor de Lenin quien ordenó la construcción de este emprendimiento de 505 unidades residenciales con el fin de albergar allí al funcionariado comunista y a sus familias que se habían trasladado desde Leningrado, ex capital imperial, y que temporariamente pernoctaban en los hoteles Nacional y Metropol. El proyecto encargado al arquitecto Boris Iofán -luego vecino de la residencia- encarnó los ideales de la vivienda comunal. Departamentos con superficie generosa (entre 80 y 200 metros cuadrados) disponían de cocinas minúsculas puesto que se suponía que sus inquilinos se alimentarían en el comedor colectivo. Equipada con comodidades inexistentes en el Moscú de la época (desde cine y agua caliente hasta correo y cancha de tenis), la Casa del Malecón es también un símbolo de las licencias materiales que los dirigentes marxistas-leninistas se dieron a sí mismos en tiempos de carestías y estrecheces generalizados. Stalin inauguró el complejo en 1931: desde el Kremlin podía ver la mole gris que alojaba a la élite de la Unión Soviética.
Señal de iniquidad
Así como la había levantado y poblado, el estalinismo luego purgó la Casa del Malecón -llamada así por el título del libro que Yuri Trifonov escribió sobre el edificio en el que también vivió con su familia-. La reconstrucción histórica de la tragedia refiere que alrededor de 300 de sus primeros ocupantes, la aristocracia del régimen, fueron asesinados por la acción del Comisariado del Pueblo para los Asuntos Internos (NKDV, otra sigla para la temible KGB) a las órdenes del camarada Nikolái Ivánovich Yezhov. Se dice que los agentes entraban a la Casa del Malecón durante la noche; se llevaban a sus prisioneros por el montacargas destinado a la basura, e, inmediatamente, tapiaban y clausuraban la puerta correspondiente. Día tras día, los vecinos se encontraban con la señal inequívoca de la iniquidad: el silencio. Y seguían viviendo allí. De hecho, nuevos inquilinos llegaron a los departamentos atacados, donde se encontraban con las pertenencias (consideradas de propiedad estatal) de los purgados. Entre las figuras ilustres exterminadas con esta metodología están Mijaíl Tujachevski, militar de actuación destacada en las contiendas que generó el Octubre Rojo, y Alekséi Rykov, revolucionario bolchevique del ala “moderada”.
Yezhov se traga a sí mismo
La Gran Purga de Stalin se manifestó con los juicios ficticios montados contra los líderes fundadores del Partido Comunista entre 1936 y 1938. Esos procesos limpiaron a los compañeros de Lenin (como Grigori Zinóviev, Lev Kámenev y León Trotski) de la primera plana del poder y, eventualmente, de la historia.
Los juicios escenificados en el Colegio Militar de la Corte Suprema de la Unión Soviética iniciaron la seguidilla de defenestraciones de antecesores que cada líder comunista practicó con su estilo al llegar al Kremlin. Ninguna purga fue tan violenta ni tan masiva como la de Stalin, que no sólo ejecutó a los mentores de la Revolución del 17 (quienes se autoincriminaron en crímenes espeluznantes), sino que también avanzó contra los cabecillas del Ejército Rojo. Cientos de miles de opositores al régimen perecieron -por las balas, la vejación o la confinación en los campos de concentración denominados gulag-, pero la aniquilación no se detuvo y, para confirmar la hipótesis de que nadie podía estar tranquilo, llegó hasta los propios cuadros gobernantes, un sector de ellos con domicilio en la Casa del Malecón. Como consecuencia de ese destino, el edificio recibió el mote tétrico de “Casa de los Fantasmas”.
Cuando el expediente de la limpieza se agotó, Stalin se volvió contra los que, siguiendo sus órdenes, la habían consumado. Así, Yezhov, responsable de la NKDV, terminó encerrado en la cárcel para prisioneros peligrosos que había administrado y luego compareció sin defensor ni testigos ante el Colegio Militar, que le suministró la pena capital en febrero de 1940. El terror concluía con terror y Yezhov fue borrado hasta de las fotografías: después de su caída en desgracia, la censura se encargó de eliminarlo de una instantánea en la que aparecía junto a Stalin, con el río Moscova de fondo.
Hogares entre cicatrices
Situada en la zona de influencia del Parque Gorki, la Catedral de Cristo El Salvador y las Galerías Tretiakov, la Casa del Malecón acabó, tras la disolución de la Unión Soviética y hasta 2011, con una insignia de Mercedes Benz en la azotea. Un museo municipal instalado en la propia residencia relata su pasado tenebroso. Esta institución consiste, en esencia, en la recreación de un departamento tal y como este había sido amoblado y decorado a comienzos de los años 30. Es la única chance de ingresar al complejo de viviendas que mantiene la función original, aunque el frente incorporó las placas conmemorativas de sus víctimas del terrorismo de Estado. Con esas cicatrices a cuestas, la Casa del Malecón sigue cobijando cientos de hogares. Inquilinos y propietarios duermen, noche tras noche, allí donde el horror estalinista alcanzó la categoría de lo indecible.