El “Padre Ernesto Martearena” sale del letargo justo cuando el sol ha terminado su trabajo del día. Son los hinchas de Atlético y Sarmiento los que cortan el silencio. Pero sobre todo son los hinchas de Atlético los que invaden de a poco las tribunas. En comparación con el puñado de simpatizantes que llegó desde Junín, los de Atlético compondrían el combo de un tsunami. Arrasaron. Según los organizadores fueron 7.000 las entradas que les vendieron para el sector destinado al “Decano”. Anoche fueron locales lejos del Monumental.
No llegaron a 10 los fan de Sarmiento; quizás completen la decena si a ellos se le suman los dos policías que hacen las veces de escudo imaginario contra el resto del predio teñido de celeste y blanco. Quieren hacerse escuchar. No los dejan, claro. Justo cuando el caldo verbal entre la pequeña porción del estadio y “todo”, un par de miradas serias por parte de la policía hace mermar lo que podía haber dado un paso adelante hacia otro tipo de dedicatoria entre los hinchas.
Atlético es local en Salta. Sarmiento lo sabe. Su gente lo sabe. Y quienes están lejos de los gritones, de los tirados a guapos, deciden sentarse en una popular tan grande como el planeta Tierra mismo. Es para ellos toda la bandeja.
Está todo preparado para los movimientos precompetitivos. Es, ese momento, el de mayor unión y relación entre los hinchas porque es cuando se ven por primera vez actores y “aliento”.
Es día laborable pero los “decanos” que viajaron a Salta encontraron la excusa perfecta para pegar el faltazo a sus trabajos. “Es Atlético y hay que estar”, se dicen dos amigos. Y le comentaban a quienes les preguntaban cuando pasaron por la plaza principal, a hacer tiempo hasta la noche.
Sin banderas
El fútbol une. Pero también puede separar cuando las formas no son las correctas. Desde el alta voz se avisa que no habrá chances de colocar banderas en la tela olímpica. Durmió la La Voz del Estadio. Un rato antes, un pelotón de policías había entrado sin permiso a un sector de la popular “Decana” a sacar una bandera.
No se la llevaron, pero generaron ese pequeño caos que invita al terror y al temor de quienes no entendían porque la Fuerza retiraba una bandera. Fue un segundo, un mal trago. Punto.
Después salieron los jugadores a la cancha y todo cambió. Era hora de mirar hacia el césped y alentar, sin importar qué podía venir desde la tribuna contraria.