- ¿Cuánto medís, 1.50?
- Nooooo, ja, ja, ja. Un poquito más. Ponele, 1.58/9, je.
Jonás Romero es tan pequeño que podría caber en la mano de un gigante. Es tan pequeño que su tamaño lo convierte, a veces, en una ecuación indescifrable para quienes deben cortarle el paso si él entró en velocidad y en ritmo de competencia. Los que lo conocen desde la cuna, como su abuelo Juan Carlos, el más fan de su fans, saben que este chico jamás se cruzó con la palabra fracaso. Jonás Romero es un tan pequeño que podría caber en una valija, pero al mismo tiempo es una de las mayores inversiones deportivas de Atlético. Ya desde chico sus amigos le decían la “Joya”. Y él se ríe, con sólo recordarlo.
Cuando nació, justo en el año del Y2K (2000), “Petaca”, el último de seis hijos de Claudia y José, como que sabía desde el vientre materno dónde iba a terminar: jugando a la pelota en el patio trasero del complejo de Ojo de Agua. “Desde los siete años que estoy en el club”, cuenta orgulloso el debutante “decano” en uno de esos partidos en los que victoria se hizo presente a partir de su empuje. No participó en los goles a Independiente Jonás, pero fue el que intentó sostener el cielo raso del equipo el martes, cuando parecía que todo se venía abajo, en un tramo del primer tiempo para el olvido en Mendoza.
Jonás Romero es atrevido, encarador. No le tiene miedo a la historia viva de quienes enfrenta. “Yo juego como siempre, no me fijo en quién me marca o no. Traté de ser yo mismo, como me pidieron mis compañeros, como me dijo el técnico: que me sienta libre de jugar como sé yo”. Romero lo hizo. Y se ganó los aplausos de los extraños que no sabían de su existencia. “Siempre jugué al fútbol; es lo que me gusta, lo que sé hacer”, dice como aclarando que el recurso del estudio, por más que sea una obligación hasta terminar quinto año, no es lo suyo. Jonás tiene 17 años pero habla y piensa como un futbolista mayor. Es centrado, aunque temeroso de lo que no conoce. Y eso es hablar con la prensa. “Me da vergüenza”, se disculpa.
Recuerda al lugar propio, al Barrio Ejército Argentino. Ese es su lugar. Allí construye su casa. “Todo lo que gano se lo doy a mi mamá. Es para la casa que estamos haciendo”. Lo dicho, fue una declaración de amor por parte del volante ofensivo, del delantero de Atlético. Habiendo firmado a los 16 su primer contrato profesional, Jonás siempre supo cuál iba a ser el destino de ese dinero: ayudar a la familia; aportar, ahora que puede.
Pudo haberse mudado a la comodidad del centro, pero no. No quiso, según revelan los directivos. Él es feliz en su casa. Tiene argumentos. “Mi mamá y mi hermana, Fernanda (26), son las que me malcrían”. Su perdición, a diferencia del voto popular que caería entre el asado o las milanesas con papas fritas o puré, tiene aroma de cuccina italiana: “amo las pizzas de mi mamá. Son mi perdición. Cuando tengo un domingo permitido le pido que me haga. Con dos porciones ya estoy bien, je”, reconoce sobre su Talón de Aquiles Jonás, el Jonás conocido también como “Enano”.
La altura no es su fuerte, pero entre gigantes comenzó a hacerse un lugar. “Esto recién empieza. Estoy contento con lo que tengo, pero falta”, acepta quien encontró al mejor socio posible el martes por la noche. “Favio Álvarez. Es un crack”, elogia al compañero el Jonás que mira el celular como pidiendo la hora. El tipo quiere zafar de la formalidad. Es entendible.
A Jonás no le gusta el baile de boliche; le gusta el baile con la pelota atada a sus pies. A Jonás no le gusta despilfarrar la plata; le gusta invertirla en el amor de su familia. En el techo futuro. Hermano de Juan José (29), Gonzalo (27), Fernanda, Fernando (25) y David (21), intenta explicar desde el silencio lo que fue para él haberse realizado cuando llegó a Primera. “Vi a muchos chicos buenísimos no llegar. Por eso creo que llega el que tiene condiciones, pero también el que tiene suerte. La suerte sí juega en esto”, opina Romero, el que jamás conoció de reveses en el fútbol. El que teniendo 17 piensa en cómo seguir mejorando a partir del silencio del anonimato, porque así se construyen los sueños. Y el suyo es: “jugar en la Selección. Nunca me veo lejos de nada, así que quién dice”.
Desde chico ya era noticia
Hace tres años, Jonás Romero ya hacía ruido en las inferiores del club. Más precisamente, como parte de la ofensiva de la Novena, desde la que llamaba la atención de los entrenadores rivales. “Lleva el potrero adentro. Es petiso, pero se enfrentó a los defensores altos y los superó”, contaba su entrenador, Jorge Artero, en una nota publicada en LG Deportiva en octubre de 2014.
Entre precoces, el caso Cuello
En aquella Novena, Jonás Romero se lucía junto a Tomás Cuello, la otra joya de las inferiores, quien firmó su primer contrato casi al mismo tiempo que aquél. En abril de este año, Tomás se convertiría a los 17, y contra San Lorenzo, en el primer jugador argentino nacido en el nuevo milenio en jugar de manera oficial en Primera División.
Fe de erratas
En nuestra edición de ayer, por error, se consignó que David Barbona ingresó por Ismael Blanco en el partido que Atlético le ganó a Independiente en Mendoza, por la Copa Argentina. En realidad lo hizo por Favio Álvarez.