En medio de una crisis nerviosa, María Jesús Rivero rompió en llanto frente al tribunal. Tras confesar que volvió a caer en el consumo de psicofármacos, le reprochó a la querella: “no pudieron probar un solo delito de los que me acusan, hace 14 años que vivo presa injustamente”. El ambiente se volvió tenso y la jueza Alicia Noli ordenó un cuarto intermedio. Todo eso sucedió el miércoles, mientras se desarrollaba el juicio al Clan Ale.

La última audiencia había comenzado de manera tranquila y con testimonios poco relevantes. Siete testigos, entre civiles y miembros de fuerzas de seguridad que habían participado de algunos allanamientos a las propiedades de los 16 imputados, relataron lo que recordaban de esos operativos.

Fue la declaración del alférez de Gendarmería Nacional Rubén Eduardo Olazábal la que alteró los ánimos en la sala de debate. El hombre relató cómo se produjo el allanamiento a la casa de Rivero y aclaró que, antes de ingresar a esa propiedad, sus superiores le habían advertido que adentro podía haber personas armadas, lo que representaría un peligro para el personal. Reconoció que los gendarmes entraron por la fuerza y precisó que secuestraron tres armas de fuego, municiones, joyas y documentación.

Mientras Olazábal hablaba, el rostro de Rivero se desfiguraba. A través de sus defensores manifestó sus deseos de someterse a un careo con el testigo, pero el tribunal no hizo lugar. Entonces esperó que finalizara la declaración del gendarme y pidió la palabra.

Las armas

Rivero se sentó frente al tribunal e intentó contener las lágrimas. “Parece que el testigo no tenía en su recuerdo muy presente cómo fue el allanamiento. Ingresaron a mi casa rompiendo todo, desde la puerta de calle hasta la puerta principal. Roberto (Dilascio, su ex pareja que también está imputado en la causa) fue tirado al piso, esposado, le pusieron un pie en el cuello y lo apuntaron con dos armas. Vi que a mi hijo lo señalaron con la mira láser y yo, a los gritos, totalmente fuera de mí porque no entendía nada, les pedí por favor que bajen las armas”, dijo. También mencionó que apuntaron a su madre, una paciente oncológica que precisó asistencia médica.

Respecto a las armas, aseguró que fue ella quien se las entregó a los gendarmes. Noli le preguntó entonces por qué tenía tres armas en su casa. “A la primera la compré como en el 2000, es un 38 largo. A la pistola la compré más adelante porque una vez, cuando salía del estadio de San Martín, recibí un balazo en la luneta de mi camioneta. Y la escopeta fue un regalo de mi papá, a quien le gustaba cazar, hace como 20 años”, explicó. “Nunca usé mis armas para amenazar a nadie, simplemente han sido para cuidar a mi familia”, aseguró.

Crisis

Sólo el abogado de la Unidad de Información Financiera (UIF), Martín Olari Ugrotte, pidió hacer preguntas e indagó a Rivero acerca de la adquisición de su casa. Cuando la imputada respondió que la propiedad había sido comprada por su padre, Olari Ugrotte quiso saber a qué se dedicaba el hombre y si alguna vez trabajó para Rubén “La Chancha” Ale. Eso molestó a Rivero, que rompió en llanto. “Señora jueza, esta es la cuarta vez que me ofrezco a responder por la asociación ilícita y el lavado de activos. Nunca quisieron preguntarme nada desde la querella. Ahora el señor de la UIF me pregunta por mi papá, que está muerto desde hace cuatro años”, se quejó.

Al verla quebrada, Noli quiso saber si se sentía en condiciones de seguir declarando, a lo que Rivero contestó: “estoy pasando por un mal momento, he vuelto a caer en los psicofármacos, a consumir entre 15 y 20 pastillas de clonazepam, a no ser consciente de mis actos; sólo sé que sigo presa, hace 14 años que perdí mi libertad”. En ese sentido, explicó que el algodón que llevaba adherido a la parte de atrás de su cabeza se debía a una caída que había sufrido, por la cual debieron hacerle puntos.

En ese clima, la imputada giró en su silla, miró a Olari Ugrotte y le reprochó las acusaciones. “Dígame qué prueba tiene en mi contra, ni una sola. ¡Míreme! No se esconda detrás de la computadora”, le exigió. De inmediato la magistrada ordenó un cuarto intermedio y le pidió a Rivero que regresara a su lugar, pero la mujer seguía dirigiéndose al representante de la UIF.

Todos en la sala observaban enmudecidos a Rivero, que no dejaba de desafiar a Olari Ugrotte. Este, por su parte, no respondió en ningún momento. Antes de retirarse, la imputada levantó su pierna derecha, la apoyó sobre el escritorio de uno de los defensores, arremangó su pantalón y exhibió la tobillera electrónica que lleva colocada. “Así vivo desde hace 14 años”, vociferó.