Sin meditar sobre el respectivo proceso, ocurre que cada vez que pensamos en un suceso histórico cualquiera, invade nuestra mente, de modo automático, esa ilustración que lo representaba -dibujo, óleo, escultura- y que más nos impresionó en los textos escolares. El hecho hace valorar la tarea del artista que reconstruyó aquel suceso, y del cual -especialistas aparte- generalmente no conocemos más que el trazo de su firma. Las líneas que siguen se ocupan de uno de ellos.
Fue en los años finales del siglo XIX que el relato difusor de la historia argentina empezó a ocupar amplio espacio en las revistas. Esto hizo necesario que tales escritos estuvieran acompañados por las respectivas ilustraciones. Y también requerían ilustraciones, por cierto, las páginas de esos manuales escolares que empezaban a difundirse en apreciable cantidad. Entre los que revitalizaron, con su arte, los textos sobre el pasado, brilla con luz propia don Francisco Fortuny.
En Buenos Aires
Era un dibujante y pintor nacido en Montornés del Vallés, Barcelona, en 1865. Apuntan sus biógrafos que la necesidad lo llevó a realizar tareas humildes en su adolescencia. Pero sucedió que don Eusebio Güell y Bacigalupi, conde de Güell -y aficionado al dibujo y la acuarela- algo debió ver en el joven Fortuny, porque lo tomó bajo su protección. Esto le permitió ingresar a la Academia de San Fernando. Allí aprendió los secretos del dibujo y de la pintura, con Antonio Ferrán. Corría 1888 cuando decidió probar suerte en la Argentina. Se embarcó rumbo a Buenos Aires y, al poco andar, resolvió radicarse definitivamente en esa ciudad.
Los primeros tiempos fueron difíciles. Trabajó en los talleres gráficos del diario “La Prensa” y luego en la Compañía Sudamericana de Billetes de Banco.
Revistas y libros
Poco a poco se fue haciendo conocer. Su capacidad tuvo firme expresión en 1893, cuando el profesor Alfredo Grosso le confió la ilustración de sus “Lecciones de Historia Argentina”, texto de uso masivo en las escuelas primarias por entonces. Al año siguiente ilustró “Invasiones inglesas y escenas de la guerra de la Independencia”, de Filiberto de Oliveira Cézar. Y poco después, pasó a colaborar en revistas populares porteñas que eran favoritas del público. Tales “Caras y Caretas”, “PBT”, “La Vida Moderna”, “Fray Mocho”, “Plus Ultra”, por ejemplo.
Además de Fortuny, ilustraban esas publicaciones destacados dibujantes, como el gran maestro Alejandro Sirio, Cao, Zavattaro, Macaya, Málaga Grenet, Peláez, para citar sólo algunos. Pero la condición fundamental de Fortuny era su destreza para reconstruir, con gran eficacia, escenas de conjunto. Batallas, duelos, debates, episodios célebres, no había nadie como él para resolverlos con una maestría que los tornaba irresistiblemente atractivos.
Maestro del oficio
Así es como han quedado famosas entre sus pinturas, por ejemplo, aquel 25 de mayo de 1810, con un militar y dos vecinos -uno con cinta en la solapa- en primer plano; o aquella Batalla de Tucumán donde domina el conjunto el gaucho con guardamontes, lanza en mano, que avanza con su caballo encabritado en medio del tiroteo. Hasta hoy, constituyen las imágenes más utilizadas a la hora de ilustrar esos acontecimientos.
Maestro de su oficio, era igualmente virtuoso con la pluma, la acuarela, la aguada, la témpera o el óleo. Hay que pensar que Fortuny -como varios de sus colegas- ilustraba revistas semanales. Entonces, era muy poco el tiempo disponible para armar y entregar sus trabajos, esto aparte de la laboriosa ilustración de libros, que con tanta frecuencia se le confiaba. Además -y esto es muy importante- se documentaba a conciencia para cada encargo. Con ese fin, leía con mucha atención a los historiadores, en cuyas obras no pocas veces encontraba contradicciones.
Base documental
Así lo revelan sus cartas de 1933 al historiador Martiniano Leguizamón. En una, por ejemplo, le contaba que tenía en su archivo “más de 3000 grabados” que registraban el tipo de sombrero del gaucho rioplatense, en las diversas épocas.
“A mi entender, el artista debe inclinarse a estudiar lo usado exactamente dentro de cada época ¿No es así?”, decía. Y para ejemplificar, agregaba a la carta bocetos a pluma de una treintena de chambergos, precisando los años a los que cada uno de ellos pertenecía.
Claro que a veces no había más remedio que inventar, si no existía una fuente original. Fortuny decía con franqueza a su amigo, en otra carta de ese año 1933: “¿Cuántos retratos llevo inventados para la historia argentina? No se asombre, mi querido Leguizamón, sí le digo que de muchos de ellos me vi forzado a dejar su busto en un libro. Entre ellos, Hernandarias, del Paraguay; Güemes, que me sirvió de modelo su pariente el doctor Luis Güemes, hace la friolera de cinco años; Espora, Parera, Zapiola joven, por encargo de su hija Victoria y el doctor Camus; Beruti, el distribuidor de las cintas en la plaza de Mayo, de acuerdo con Pablo Beruti, el músico reputado. No le digo más”.
El famoso álbum
También había investigado largamente, por ejemplo, dónde colocaban el lazo los paisanos en su caballo. Encontró que no siempre era amarrado detrás de la silla, sobre las ancas. A veces “lo llevaban colgado en la parte derecha delantera de la montura, o enroscado al cuello del caballo”.
Gracias a internet se puede ensayar una breve lista de algunos de los muchos libros ilustrados por Fortuny. Se menciona a las “Leyendas Argentinas” de Ada M. Elflein; a “El Alma Argentina”, de Rafael Fragueiro; a los “Episodios Nacionales”, de Juan M. Espora; a “La Guerra del Paraguay”, de Jorge Thompson, por ejemplo.
Publicó, sin pie editorial ni fecha -al menos en el ejemplar que consultamos- un monumental “Álbum Histórico Argentino. Colección de 60 cuadros debidos al pincel del reputado artista Don Francisco Fortuny”. Es un importantísimo exponente de la alta calidad de su tarea. Los “60 cuadros” a la aguada, que llevan cada uno su leyenda explicativa, se abren con “Chiclana rompe la renuncia de Liniers” (1809) y se cierran con “La herida del general Mitre” (1852). Cada imagen está protegida por una hoja de papel transparente.
Invalorable legado
Fuera de las ilustraciones de libros y revistas, Fortuny pintó también cerca de una treintena de cuadros al óleo. En todos siguió registrando, incansablemente, la historia de su patria adoptiva. Mostró sus trabajos en varias exposiciones, la última de las cuales tuvo lugar en 1913, en el salón de Nordiska. Hace pocos años pudieron verse varios de sus óleos -junto con los de Eduardo Sívori- en el “Pabellón del Bicentenario” organizado por la Universidad Católica Argentina, en 2010.
Don Francisco Fortuny murió en Buenos Aires el 23 de julio de 1942. Su legado es invalorable. Resulta casi imposible dejar de lado sus reconstrucciones, cuando se quiere ilustrar de un modo vívido un texto sobre el pasado que atraiga al gran público. Como escribe Diego Abad de Santillán, “casi toda la historia del país, en sus acontecimientos más salientes, fue tema de sus óleos y dibujos”.