La movida fuerte empieza a eso de las 17. El calor, alguna recibida en el barrio universitario, las vacaciones que llegan o se van, una despedida de solteros, un cumpleaños o la sed porque sí... lo cierto es que por acá nunca han faltado motivos para festejar y para juntarse a brindar con los amigos. Sobre todo los fines de semana, que empieza a latir desde el jueves, las juntadas en la “Chacapiedras” se han vuelto un clásico desde hace unos cinco años. Pero, según los vecinos, la tortura verdadera comenzó hace apenas unos siete meses.
Así se ve la Chacapiedras con los bares cerrados
Ríos de cerveza riegan las mesas de los ocho bares y drugstores afincados alrededor de la esquina de Chacabuco y Piedras, que desde el miércoles se ha vuelto un desierto. Al principio era más que nada para la previa a los boliches, pero de a poco se fue convirtiendo en un destino para toda la noche.
Quien transita por ahí a la madrugada lo primero que piensa es en el desorden, en excesos de alcohol, en ningún tipo de control, pero lo cierto es que nunca hubo noticias de problemas serios en la zona, más allá de las quejas de algunos vecinos por los ruidos y problemas para transitar. Todo eso duró hasta el fin de semana último, cuando se viralizó una brutal pelea filmada con un celular, lo que desencadenó una suerte de redada y clausura masiva de locales el miércoles, por distintos motivos. Ahora, en la zona reina el silencio y las caras largas de los comerciantes reflejan preocupación e incertidumbre.
"Alquilan locales de 2x2 y ponen 40 sillas en la vereda"
“La orden fue clausurar todo. Estemos o no estemos en regla”, dice Silvio Barrionuevo, propietario del bar ubicado en una de las esquinas, ahí donde terminó la pelea del fin de semana, aunque había comenzado en otro local, según los testigos. “Tengo hace cuatro años el bar y nunca hubo problemas de ningún tipo. Ni con los vecinos ni con el público. Los problemas comenzaron con el último bar que pusieron, que atrae gente inmanejable”, reniega el comerciante. A él, hasta ayer, no le habían clausurado el negocio, pero estaba esperando la faja de clausura en cualquier momento. “La orden es clausurar todo -reitera- y si ellos quieren (se refiere a la Municipalidad) algo te van a encontrar”, dice resignado.
“Pancho” Santamarina es músico y profesor de guitarra. Desde hace 13 años vive en el edificio que está pegado al nuevo bar, “La chaca club, jardín cervecero” (Chacabuco al 200). Junto con la sanguchería “El gigante” (Chacabuco al 300) son los dos locales más grandes de la zona, caracterizada por comercios pequeños que desarrollan el fuerte de su actividad en las veredas. “Desde que se instaló ese bar comenzaron los problemas. Nunca habíamos tenido quejas por ruidos molestos hasta que llegaron ellos y se instalaron donde antes era una enorme guardería. Es insoportable el ruido y el volumen de la música, de lunes a lunes”, cuenta el músico, que últimamente no tiene garantías de poder preparar alumnos en su departamento.
“Se lo hemos dicho de mil maneras, he bajado en plena madrugada a decirles que bajen la música, que hay vecinos que queremos descansar. Es un tema de conversación constante de la gente que vive acá. A nadie le puede molestar que otro trabaje, en buena hora, pero que no perjudique a todo el mundo”, dice Santamarina. Él carga también con una frustración: “los canales para denunciar no sirven. Llamás al 911 y no hacen nada, te piden que vayas a la Municipalidad y los trámites son eternos. Entonces uno se termina cansando y no hace nada”, lamenta.
Para Santamarina es un verdadero “martirio” el tema de la música. “Antes escuchábamos apenas un murmullo cuando había mucha gente en los otros bares, pero no pasaba nada. Ahora es la música. Te juro que, de enseñar folclore, estoy listo para enseñar reggaetón, porque ahora me los sé a todos”, ironiza.
Otro de los problemas que señalan los vecinos es el de la circulación. “Como ocupan todas las veredas, no se puede circular, y menos si pasás con un coche. Les pedís que se corran y no te dan bolilla, entonces tenés que bajar a la calle, pero resulta que hay un montón de autos en doble fila. Los que vivimos por acá no podemos dejar los autos en la calle porque están todos los lugares ocupados, y encima aparecen los ‘trapitos’ (cuidacoches) que se hacen los pícaros y quieren cobrar cualquier cosa. Nadie controla, nunca hay policías, nunca hay agentes de tránsito para organizar un poco todo este caos”, detalla Florencia, una joven mamá de un nene de dos años, pero prefiere no decir su apellido. “Uno nunca sabe qué te pueden hacer estos tipos”, justifica.