- “Cuando la gente llega, se olvida de que eligió esto. Y empieza a quejarse. Por ejemplo, reniega de no poder salir en auto cada vez que llueve, porque las calles son de tierra”, dice Julieta Carilla, bióloga.
- “Capaz que acá no te podés clavar siete capítulos seguidos de Netflix, porque falla la conexión a internet. Pero podés salir afuera, a ver siete variedades de pájaros carpinteros”, bromea Sebastián Simonero, bioconstructor.
- “Si te mudás a la montaña, tenés que hacerlo a sabiendas de que vas a renunciar a algunas comodidades”, añade Jorge Camps, arquitecto.
Nueve de la mañana. Un día de la semana, cualquiera. Pan caliente y mate en bombilla. Lo primero que llama la atención en la casa del arquitecto Camps es un estanque situado en el jardín de atrás. Lo segundo, ese jardín: abundante en plantas. Los tres -vecinos de la “comarca piedemontana” de El Corte (como les gusta llamarla)- comparten el desayuno. Mientras el mate va de mano en mano, dicen que quienes se mudan allí deben ser conscientes de que no pueden vivir a costas del medio. “Uno tiene que incorporarse al lugar; no el lugar a uno”, explican.
“Si fuera intendente -redondea Camps una idea del grupo- además de los planos, les pediría a quienes pretenden construir en El Corte que reflexionen si creen que soportarán las condiciones del entorno”. Y cuando habla de condiciones se refiere, entre otras cosas, a habituarse a la humedad y a los mosquitos, a saber que las víboras andan afuera o a salir a pie después de una tormenta -como proponía Carilla en el encabezado-. “Aquí no podés talar los árboles para que tu patio tenga luz solar en invierno. Si lo hacés, en verano vas a rezar para que no te arrastre el agua”, añade Simonero. Para ellos, la ecuación es sencilla: si yungas (la región en la que viven) significa selva de montaña, esa esencia debe ser respetada; no modificada. Porque esa esencia es -justamente- la que los hace sentir que han hallado su lugar en el mundo.
La mudanza
Ni gentes. Ni prisa. Ni bocinas. En vez, el silbido del viento. O los cerros que simulan estar al alcance de las manos. Cada vez más personas migran de las ciudades a los entornos naturales. La tendencia se encuentra en alza, especialmente en Yerba Buena, donde las tierras con posibilidades de expansión se hallan alejadas de los centros urbanos. “La modernidad nos vende el concepto de vida al aire libre. Ante eso, Yerba Buena genera tracción, porque se trata de una ciudad jardín”, explica el arquitecto y desarrollista Javier Zerda.
Los pobladores de El Corte pueden considerarse pioneros de este éxodo, pues los registros de asentamientos en ese sector se remontan a la década del 70, al menos. Hoy, la costumbre se ha consolidado y extendido. Los barrios Alto Verde -en Cebil Redondo- representan apenas unos casos de estas mudanzas hacia áreas verdes. Casos, también, del corrimiento de los límites territoriales.
La vida después de la vida
Carolina Schlick vive en Los Azahares, cuyos parcelas son -literalmente- tobilleras de la montaña. Cuando llegó por primera vez, y vio esos cerros, pensó: “acá me quedo; acá quiero morir”. Y cambió. Cambió su vida, por ese lugar. Catorce años han pasado de aquella vez. En este tiempo, ha visto -cuenta- a mucha gente del centro de San Miguel de Tucumán que ha sufrido para acomodarse. No ha sido su caso, pues ella ha encontrado paz y espiritualidad. “Este lugar es mágico”, dice.
Cuando se le pregunta por qué cree que otros no han logrado habituarse, su vecina, María Colombres, es quien responde. Llegó al barrio cuando sus hijas eran pequeñas. Por consiguiente, se criaron inmersas en ese mundo, entre chuñas (unas aves que corren en vez de volar), teros y lechuzas. Al cabo de una década, las niñas han crecido. “Han empezado a tener sus actividades. Necesitan ir de un lado a otro, pero no pueden hacerlo solas”, explica. ¿La razón? Dos años atrás, en marzo de 2015, una tormenta despedazó, como a dentelladas, tramos de la avenida Lorenzo Domínguez, que conecta ese country con el resto de la ciudad. Por consiguiente, el ómnibus ha dejado de circular. “Como los accesos están en mal estado, los colectivos no entran. Tampoco se puede salir de noche, poque la calle no tiene luces”, describe. Con todo, ambas siguen priorizando el entorno, por sobre otras comodidades.
Los dueños
El biólogo Pablo Quiroga -de la Reserva Experimental de Horco Molle- aclara que la transformación en el piedemonte, donde se asientan los nuevos barrios rurales, comenzó hace décadas. En un principio, el paisaje autóctono fue modificado por la actividad agrícola, con plantaciones de cítricos y con cañaverales. Hoy, esos espacios productivos están siendo reemplazados otra vez, aunque con viviendas. “Si miramos hacia San Pablo o hacia el norte de la Perón, podemos ser testigos del cambio en el uso del suelo. Es evidente: es más rentable lotear un campo que hacerlo producir”, deduce.
Desde su perspectiva, el desafío pasa -entonces- por aprender a convivir con la naturaleza. Técnicamente, las sierras de San Javier son el hábitat de más de 200 especies de aves. Podemos contribuir a que continúen en su hogar, o a que se marchen. “Si los countries siembran vegetación exótica, seguramente los pájaros desaparecerán”, advierte. Del mismo modo -prosigue-, deben ocuparse de colocar pasadores de fauna, porque los alambres cortan el tránsito de los animales.
Ni una más
Los primeros días de mayo, la Municipalidad de Yerba Buena le envió al Concejo Deliberante un proyecto para que la unidad ambiental cinco (El Corte y sus alrededores, básicamente) se divida en dos subzonas. La primera ha sido denominada A, y comprende el oeste del río Muerto (cerro arriba). En ese sector, los gobernantes pretenden prohibir los desarrollos urbanos a gran escala. Ni countries, ni clubes de campo, ni barrios cerrados. Nada. En la zona B, al este del río Muerto, aspiran a controlar, de modo estricto, las edificaciones.
Entre las razones principales de esa presentación se lee lo siguiente: las grandes urbanizaciones sobre los faldeos orientales de la sierra de San Javier producen deforestación; modifican la superficie del suelo y alteran el equilibrio de las precipicitaciones (...). A esa conclusión arribó el Comité de Estudio para la Evaluación de la Problemática del Pedemonte, conformado en 2016 e integrado por direcciones municipales, provinciales y nacionales. De concretarse, puede que la noticia contente al trío de El Corte, que se ilusiona con silenciar las motosierras. O a la señora Schlick, quien se acuerda de los zorros que antes deambulaban por los jardines, pero hoy han desaparecido. “Hemos invadido su hábitat. Dios quiera que no subamos más en la montaña”, dice ella.
Calles que dan miedo
Pero estos ciudadanos aguardan más respuestas. Así como anhelan que se controle la urbanización en los sectores agrestes, quieren también que se los dote de infraestructura. En los caminos hacia Los Azahares y Alto Verde, por ejemplo, en cualquier momento puede saltarles el peligro. Y no lo dicen ellos, únicamente. Los primeros días de abril, el secretario de Obras Públicas del municipio, José Luis Ferroni, le envió una nota a la Dirección Provincial del Agua (DPA), pues los canales que corren paralelos a esas trochas corresponden a su jurisdicción.
“Debido a las lluvias, se encuentra erosionada una pared del Caínzo, en la zona del campo deportivo del Country Jockey Club. Eso representa un peligro”, se lee en un párrafo de ese documento, fechado el 3 de abril. En las líneas siguientes, Ferroni solicitaba una urgente intervención. Al cabo de dos meses la escena sigue igual.
La misma erosión se observa en los alrededores del canal Yerba Buena, frente a los countries Las Yungas, Las Jarillas y Los Azahares. Para peor, el puente localizado a la salida de la calle La Rioja se encuentra descalzado. LA GACETA intentó comunicarse en varias ocasiones con los directivos de la DPA. Tras las insistencias, una secretaria respondió que el área de prensa del Gobierno es el único canal de comunicación.
¿La máxima que rige?
Unos 38 kilómetros cuadrados, más de 100.000 habitantes, ¿hacia dónde vamos? Se le pregunta al concejal Héctor Aguirre cuál es su percepción, dado que durante varios años estuvo en el Gobierno del otrora intendente, Daniel Toledo. Entre otros conceptos, él destaca que Yerba Buena se ha transformado de un modo brutal; acelerado. “Fue tan fuerte la explosión urbana, que los servicios han quedado por detrás”, reflexiona.
- ¿Cree que la espontaneidad ha sido la respuesta a los problemas coyunturales?, se le pregunta.
- Siento que no estamos preparados. Que no damos abasto. De repente, todo el mundo quiere vivir aquí.
Desde su perspectiva, la corredora inmobiliaria Verónica Barbero esboza una síntesis del fenómeno. Para empezar, ella percibe una tendencia hacia un estilo de vida relajado (”me pasa de sentarme con amigas, profesionales y exitosas, pero que están podridas de laburar todo el día”). Ante eso, Yerba Buena tiene un cúmulo de ofertas, en relación con otras localidades (”se entiende que los entornos naturales mejoran la calidad de vida”). Pero entonces surgen los problemas. El principal tiene que ver con el estado de los caminos (”mientras más te acercás al cerro, peor es la infraestructura”). Otro inconveniente que observa Barbero es que se sigue talando el pedemonte (”los aptos ambientales son dudosos”).
En conclusión, resulta evidente que muchas personas quieren vivir tranquilas. Aunque no tengan un almacén en la esquina (todavía). Aunque carezcan de transporte público. Auunque los accesos se vean rudimentarios. Esa es la Yerba Buena privada, la indómita. La otra Yerba Buena, la pública, aún procura acomodar los tantos para contener a la anterior, para darle respuestas y para evitar más desmadres.
- ¿Hay una tendencia a vivir en entornos naturales?
- Sí. Se trata de una tendencia en el mundo, no sólo en Tucumán. La modernidad nos vende el concepto de vida al aire libre. Ante eso, Yerba Buena genera tracción, porque es una ciudad jardín. Eso supone una mejor calidad de vida. Hoy, por ejemplo, los valores de venta del metro cuadrado construido en suelo yerbabuenense superan a los de Barrio Norte, en San Miguel de Tucumán.
- ¿Considera que estas zonas agrestes están preparadas para ser habitadas?
- Creo que, a veces, las ilusiones de quienes se mudan chocan con la falta de infraestructura. Hay escasez de agua. El gas no tiene presión. El tendido cloacal no llega. Al norte de la avenida Perón, por ejemplo, cada emprendimiento inmobiliario tiene que instalar sus propias subestaciones transformadoras de energía. Es decir que, para garantizar las condiciones mínimas de habitabilidad, los desarrollistas tienen que solucionar esas fallas.
- Enfóquese en la Perón, y diga cómo visualiza esa calle en una década.
- La Perón será un éxito. Pese a que los distintos gobiernos municipales se empeñan en ahogarse en lo cotidiano, en vez de dedicarse a lo importante, será un éxito.
- ¿Y qué es lo importante?
- Planificar. Yerba Buena necesita que la planifiquen, que la provean de infraestructura, que mejoren sus accesos y que se prioriza al peatón y al ciclista. De lo contrario, seguirá siendo un caos. Se necesita un proyecto de avenida de circunvalación, para garantizar la accesibilidad.
- ¿Por qué cree que se ha llegado a esta situación, de áreas verdes que no están consolidadas?
- Entre otras razones, porque la inversión privada tiene una velocidad que no ha sido acompañada por el Estado. Hoy, la ciudad exhibe un nivel de servicios privados de excelencia, con los mejores colegios, clubes y centros comerciales.
- Con todo eso, ¿cuál cree que es el desafío?- Evitar que esto se desmadre. Los ciudadanos, los emprendedores y el Estado debemos preocuparnos para siga siendo una ciudad jardín. Pero la tarea más importante le atañe a los gobernantes, que todavía no han fijado reglas de juego claras.
Años atrás, Silvana Queiro fue la primera vecina en mudarse a La Cañadita, en San Martín al 1.600. Sus palabras sintetizan una tendencia: "vivir en las afueras de Yerba Buena es tranquilísimo. Tenés que tener auto, eso sí. Y si tus hijos son adolescentes, debés estar dispuesta a llevarlos y traerlos a todas partes. De todos modos, uno gana en calidad de vida".