El año electoral ya está en marcha y a toda máquina. A partir de ahora todo lo que un funcionario o dirigente político diga forma parte de la campaña.
En un país donde la política antes que nada es un negocio, donde cada sublema es una Pyme y donde los partidos, las agrupaciones y los frentes electorales están por encima de las instituciones del Estado, siempre las declaraciones y las acciones estarán viciadas por intereses particulares, sólo que en estos meses lo estarán mucho más.
Iniciamos un período donde los políticos empiezan a obsesionarse con un solo tema: la opinión pública.
Imagen positiva, negativa, nivel de aceptación o desaprobación son índices con los que desayunan, almuerzan y cenan. No hablan de otra cosa. Su futuro depende de estos números, tanto para los que detentan cargos electivos como para los que ocupan puestos designados.
Algunos nunca han trabajado. O mejor expresado, no han trabajado en otra actividad que no sea la política y, por lo tanto, perder una elección equivale a bajar las persianas de la Pyme. Por eso algunos, antes de convocar a los acreedores, se asocian a otra Pyme. Casi todos. Esta es la razón por la que los nombres, en general, casi siempre son los mismos.
Para otros la política no es un negocio, en primer lugar. Es una cuestión de poder, el mayor afrodisíaco jamás conocido. Poder que posibilita hacer muchas cosas, entre ellas, negocios, pero que además permite darse con los gustos, que abre numerosas puertas, ofrece oportunidades, que proporciona un enorme placer, incluso el de ayudar a la gente que lo necesita.
El poder acaricia el ego como ninguna otra cosa. Mandar, ordenar, castigar, premiar. La adrenalina fluye con intensidad por las venas. La gente les teme, los admira, los envidia, los necesita, los odia, pero nadie los ignora.
Andar por la vida rodeado de custodios o de séquitos de colaboradores, secretarios, aduladores o mendicantes de todo tipo. Viajar en helicópteros o aviones privados, autos polarizados con chofer, acceder a los edificios más importantes, darse la mano y conocer a la gente más millonaria y poderosa del mundo, a deportistas y artistas famosos, a los ídolos populares, a las personas más bellas. El poder es un súper viagra recontra concentrado.
Hasta el político más denodado, que no duerme pensando en el sufrimiento ajeno, que deja la vida al servicio de los otros, es adicto al poder, al poder hacer, a la exposición pública, a liderar la manada, a decidir y dirigir el destino de la gente, a quedar grabado en la historia de los héroes.
Algunos enferman de poder, se convencen de que son seres especiales, únicos, elegidos, semidioses, y pierden contacto con la realidad, como la ex presidenta Cristina Kirchner, que hoy debe estar preguntándose cómo puede ser que en un año pasamos de ser Canadá a ser Argentina. De golpe comenzó a hablar de inflación, de pobreza, de salarios docentes de miseria, de crisis energética. Es como si Cristina hubiera despertado de un largo letargo, de un profundo sueño donde ella y él reinaban el país de Alicia y las maravillas. Y se despertó en Argentina.
Y Cristina es, justamente hoy, el talón de Aquiles del presidente Mauricio Macri.
Encuestas de opinión
Hay en este momento, al menos, tres encuestas sobre el escritorio del gobernador Juan Manzur.
Una es de Hugo Haime y Asociados, otra de Quality Latinoamérica, y una tercera de Mario Nahuz. Quizás haya más, no lo sabemos.
Las tres muestras tienen coincidencias importantes, que no sorprenden ni distan demasiado del clima general que se percibe en la calle, y también arrojan datos que sí llaman la atención.
La imagen de Macri está en su peor momento desde diciembre de 2015. Para Haime ha pasado del 63% de aprobación, en ese momento, al 37% en febrero de este año y con una clara tendencia a seguir bajando, y ha pasado de un 20% de desaprobación hace 16 meses al 55%, hace un mes y medio. Este relevamiento se hizo sobre 1.000 casos de todo el país.
Según Quality, con mediciones más recientes, de marzo, el 47% de la población califica de mala o muy mala a la gestión de Macri, mientras que el 22,5% de buena y el 3% de muy buena. El relevamiento de Quality se realizó en la provincia de Tucumán e incluyó a 2.200 casos.
De la encuesta de Nahuz sólo obtuvimos las conclusiones, no los números, y no diferiría con las anteriores.
Se comenta en la Legislatura, medio en broma medio en serio, que el vicegobernador, Osvaldo Jaldo, utiliza la muestra de Nahuz para “asustar a los intendentes” y para disciplinar a algunos legisladores.
Si bien la percepción negativa del gobierno de Macri es alta y va en aumento, cuando se le pregunta a la gente si piensa que la situación del país mejorará, se mantendrá igual o empeorará, el 41% responde que mejorará, el 21% que seguirá igual y sólo el 29% que empeorará.
Es decir, las expectativas favorables siguen acompañando al presidente. La idea de que “las cosas están mal pero van a mejorar”, continúa siendo un capital de Cambiemos, aunque una luz amarilla indica que la fecha de vencimiento está más cerca.
La revolución pendiente
Más lejos de lo técnico y más cerca de los sentimientos, los números tampoco le sonríen al hijo de Franco Macri. Según Haime, el 46% de los argentinos dice sentir bronca, el 33% estar triste o desanimado, y apenas el 17% contentos y esperanzados. La revolución de la alegría está tardando en llegar.
No hace falta ser estadista para entender que subir la tarifa del gas justo cuando comienza el frío, por segundo año consecutivo, es como prohibir la sidra el 30 de diciembre. Más que inoportunos parecen asesorados por el enemigo.
Lo mismo cuando se le pregunta a la gente ¿para qué sector social gobierna el presidente Macri? El 62% responde para “los ricos”, el 25% para “todos los sectores”, el 8,4% para “la clase media”, y sólo el 0,8% para “los necesitados” y “los trabajadores”.
Lo que impacta de este dato, es que 0,8% significa que ni siquiera los funcionarios ni los militantes de Cambiemos piensan que Macri gobierna para los trabajadores.
Entre los tucumanos los guarismos son similares a los del resto del país. Respecto de las elecciones de octubre, a nivel nacional, según Quality el 38% piensa que ganará el gobierno de Macri/Cambiemos, el 31% la oposición/peronismo, y el 13% la oposición/Massa. Quiere decir que Macri aún conserva un caudal de votos importante en Tucumán.
Consultados sobre a qué diputados nacionales votarán, los tucumanos de toda la provincia respondieron que el 39% lo hará por el oficialismo/peronismo, el 32% por la oposición/Cambiemos, el 10% por la oposición/Massa y el 19% aún no sabe.
En la capital los resultados difieren: el 36% votará por Cambiemos, el 30% por el oficialismo/peronismo, el 16% por candidatos de Massa/Stolbizer, y el 17% no sabe.
La imagen de Manzur
Acerca de la percepción del gobierno provincial, según Quality la consideración de Manzur y su equipo ha mejorado respecto de 2015.
A principios de marzo -antes de las inundaciones-, el 3% de los tucumanos evaluaba a la gestión de Manzur como muy buena, el 37% como buena, el 41% como regular, el 12,5% mala y el 4,5% muy mala.
Esto se traduce en un 40% de imagen positiva y un 17% de imagen negativa.
Al igual que Macri, el casillero de “regular” en Manzur es muy alto. Son los votos más jabonosos, más resbaladizos, más cambiantes.
En el caso de Manzur lo ha beneficiado su impronta más dialoguista y conciliadora con sus adversarios, con más humildad, al menos en las formas, contra la soberbia y la prepotencia de José Alperovich.
También se ha favorecido Manzur porque los hombres de Cambiemos en Tucumán, si bien hoy miden muy bien, no están siendo empujados por el gobierno nacional.
Los cinco fuertes de Cambiemos en la provincia (José Cano, Domingo Amaya, Germán Alfaro, Silvia Elías de Pérez y Roberto Sánchez) rankean bien arriba en los sondeos, pero quizás estarían aún mejor si la imagen positiva de Macri fuera más alta. Y eso está indirectamente beneficiando a Manzur.
El principal problema que tiene el gobernador es que le costará transformar ese alto nivel de aceptación en votos, porque carece de candidatos potables, al menos los que asomaron la cabeza hasta ahora. Todo un dilema.
Las adhesiones que está perdiendo Macri son muy nítidas: es el voto claramente anti Cristina. Es el amplio sector de la sociedad al que no le caía bien Cristina y que votó a Macri sólo en oposición a ella. Podría haber sido Macri o cualquier otro.
Ante la falta de resultados, principalmente y casi excluyentemente económicos, esa gente empieza a darle la espalda al presidente.
Sumas y restas
El 25/35% de imagen positiva que conserva Macri corresponde a los sectores altos, al antiperonismo fanático, y a los asalariados aún no alcanzados por la caída del poder adquisitivo.
La gente con bajos salarios o sin empleo, así como el comerciante y el cuentapropista que ya venían padeciendo la inflación y la recesión desde 2007, es la gente que le comienza a decepcionarse de Cambiemos, porque está igual o peor.
El gobierno nacional se aferra a seguir polarizando con Cristina y ante cualquier dificultad apunta todos los cañones de su enorme poder mediático contra la ex presidenta. Esta estrategia de a poco empieza a caerse porque cada vez más gente balbucea “basta de Cristina, queremos resultados”.
Y si Cristina finalmente decide no ser candidata en octubre, el gobierno tendrá un gran problema, porque deberá buscar otro enemigo y no lo tiene, porque los que tiene mejor no hablar: inflación, recesión, bajos salarios, pobreza en aumento, inseguridad, tarifas por las nubes, paritarias permanentes, huelgas…
Al menos es lo que están diciendo, por ahora, las encuestas, y lo mismo que decía Juan Domingo Perón: “la víscera más sensible del hombre es el bolsillo”.