“Cuando se quiere conservar aquellos Estados acostumbrados a vivir con sus leyes y en República, es preciso abrazar una de estas tres resoluciones: debes o arruinarlos, o ir a vivir en ellos, o dejar a estos pueblos sus leyes, obligándolos a pagarte una contribución”. Nicolás Maquiávelo, El Príncipe (1513), capítulo V.
La indignación no debe ser la única reacción que generen las imágenes de los principales funcionarios del Gobierno tucumano aprovechando la cíclica desgracia de los inundados comprovincianos del sur para hacer política. Claro que es espontáneo, y legítimo, sentir que las vísceras gritan cuando se ve a gobernantes y ministros posando para la toma, para que se vea bien que se sienten mal frente a los que están mal. Pero la bronca por todo resultado respecto de semejantes indignidades es el peor trámite que se puede dar a la manera en que poblaciones completas vienen siendo abusadas por el poder político.
Cuando el empleo de los tucumanos como instrumentos serviles a los intereses de las autoridades escandaliza, opera una ceguera. Ante la barata política subtropical, el proceder del funcionariado es reducido por la crítica ciudadana a desvergüenza, barbaridad, descaro y oportunismo, y una larga lista de insultos. Sin embargo, ellos no son los agentes de los anti-valores. Son los referentes de un añejo andamiaje de sojuzgamiento. Lo que hacen los que gobiernan se alimenta de un sistema, inclusive, anterior a la modernidad. Ese montaje consiste en arruinar poblaciones completas para someterlas y mantenerlas tributarias de las demandas del poder de turno. Pero esa estructura ya ha sido naturalizada: no está debajo de los demagogos, sino alrededor de todos. No es que no se vea: su cronicidad la ha vuelto parte del paisaje y por eso, aparentemente, se ha invisibilizado para la mayoría.
Luego, todos se sorprenden por la altura que alcanza el agua cuando cubre los pueblitos rurales. Muy pocos se sobresaltan por la altísima pobreza que se ve por sobre el nivel del anegamiento. Todos esos ranchos desvencijados seguirán ahí cuando bajen los ríos. Sus ocupantes, eso sí, volverán más pobres.
Nada
Si en La Madrid y alrededores el desastre de estos días ha sido peor que el de 1992 eso quiere decir que nada se ha hecho en los últimos 25 años, a pesar de la bonanza económica del decenio anterior y de la evolución de la tecnología. Es decir, nada se ha hecho para que el sistema de destrucción y sometimiento de los que viven tierra adentro deje de funcionar a la perfección.
Nada se hizo desde un primer momento. LA GACETA realizó una larga investigación durante 2000 para avisar sobre el destino de los Aportes del Tesoro Nacional (ATN) que el menemismo había enviado a Tucumán: en total, 100 millones de dólares. Los ATN más escandalosos correspondían a La Madrid. Habían enviado 2 millones de dólares para ayudar a la reconstrucción de la comuna y una de las certificaciones de obra decía “cloacas”. En los 90, si uno se ponía a excavar en La Madrid, era probable que encontrase petróleo antes que cloacas.
Otro tanto de nada se hizo en el medio. Esto fue planificado y comunicado por el ex gobernador José Alperovich. En agosto de 2010, reunió a los 93 delegados comunales para informarles que, con los recursos para trabajos públicos que la provincia iba a transferirles, debían encarar obras de alto impacto político y electoral. Léase: asfalto y cordón cuneta.
Más nada se hizo, finalmente, en los últimos años. La gestión nacional anterior se autocalificó como la “Década Ganada”. Los dos tucumanos más influyentes en el kirchnerismo fueron Alperovich y el secretario de Obras Públicas de la Nación. José López. Los dos compartieron la boleta electoral en octubre de 2015: el primero, candidato a senador; el otro, a parlamentario del Mercosur. Hicieron campaña juntos: el entonces gobernador pidió que los tucumanos fueran agradecidos con todo lo que el funcionario nacional había hecho por la provincia. Después, López fue detenido cuando trataba de ingresar en un convento 9 millones de dólares en bolsos. Ese dinero equivale a un barrio de 130 viviendas sociales. Suficientes para los vecinos de Arroyo Atahona, Sud de Sandovales, Ingas… Prácticamente lo mismo que los 200 millones de pesos retirados en valijas de la cuenta oficial de la Legislatura, dentro de los 90 días previos a las elecciones de 2015, cuando Juan Manzur era el vicegobernador de Alperovich.
Ahora, Alperovich y López, juntos otra vez, enfrentan un pedido de elevación a juicio en la causa que investiga el uso de los dineros del plan Más Cerca. Con ese programa de obras públicas se hizo un canal de cintura para evitar las inundaciones que sigue sufriendo Juan Bautista Alberdi... Hasta la historia lo denuncia: en definitiva, usaron fondos públicos para sumergir la localidad que lleva el nombre del padre de la Constitución.
Nadie
Entonces, no se trata de que los gobernantes incurrieron en dolo eventual de la miseria; no se trata de que vieron una inundación y sonrieron para la foto. Es algo inmensamente más terrible. Algo que se traduce en el hecho de que el castigado sudeste de la provincia sólo reportó triunfos electorales a los gobiernos de turno, que nada hicieron por procurarle, aunque más fuere, una subsistencia sin los ríos dentro de las ciudades. Y el problema es que así seguirá siendo. Es decir, no importa el signo político que gobierne, estos pueblos arruinados durante décadas seguirán siendo tributarios con su fuerza electoral de quien sea que les brinde una ayuda después de cada inundación. Porque los inundados no se abrazan a los funcionarios que van a verlos: se aferran, en realidad, a quien encarna la asistencia estatal para volver a empezar. Para el menesteroso es menester sobrevivir. Entonces, ¿quién querrá cambiar ese sistema? ¿Quién les devolverá república y libertad?
La última obra de gran envergadura sobre el río Marapa fue encarada en 1937 por el gobierno fraudulento del conservador Agustín P. Justo. Si la “Década Infame” proyectó para estos pueblos los últimos bienes mayores, en un mundo de entreguerra sumido en la crisis posterior a la “Gran Depresión”, ¿cómo habrá que llamar, en verdad, al último decenio, que gozó de última gran bonanza del capitalismo, y sólo echó a andar una democracia pavimentadora?
Nunca
Las aguas de las inundaciones son la manifestación simbólica del sistema objetivo de ruina y sometimiento. Y (como Mnemósine y Lete, los manantiales de la mitología griega que brotaban cerca del oráculo de Trofonio) esas aguas también llevan y traen la memoria y el olvido.
En la provincia más chica de la Argentina, los pobres de tierra adentro son los parientes lejanos de la ciudadanía. Los políticos sólo visitan cada cuatro años los caseríos perdidos en el interior del interior, en las vísperas de las elecciones, que en Tucumán siempre son celebradas durante la estación seca. Las aguas de la memoria, en cambio, los inundan al inicio de casi todos los años, para recordar cómo viven todos esos seres humanos dentro de este mismo territorio.
Es una tragedia social que la memoria no equivalga a entendimiento, y entonces hay mucho burgués de pavimento, macaco de barrio y bolchevique de salón culpando a los pobres de su destino y preguntándose por qué los inundados vuelven, en vez de irse a otra parte. La pobreza no puede ser dueña de ninguna materia: sólo es poseedora de la forma. Por ello, construye una vida tan inseparablemente asociada a la forma que la una y la otra se tornan indisolubles. Se convierten en forma de vida. Mientras se sucedan gobiernos miserables, que sólo reparten despojo, eso no cambiará. Y es lógico: si es una certeza estadística, generación tras generación, que no les importan al poder político, se quedarán con lo poco que tienen antes que buscar la quimera del “futuro mejor” que, en los hechos, para ellos sólo es un eslogan.
Cuando la Argentina estaba fundándose, Esteban Echeverría concibió la patria como el lugar donde se podían ejercer los derechos ciudadanos. Si en la provincia donde nació su amigo Alberdi, la patria es irremediablemente el lugar donde poder criar unas cuantas cabras, cerdos y aves de corral, aunque todo se cubra de agua una vez al año, evidentemente, el progreso era mentira. A la independencia que acunamos en 1816, en el bicentenario, la siguen evacuando…
Pero en la cola de las crecidas siempre llegan las aguas del olvido. Las aguas seguramente cederán, la mera indignación bajará, y la realidad de los que deben rehacerse desde el barro volverá a tornarse difusa. Mucho peor aún, el olvido hará perder de vista que los evacuados sólo son pobres en términos materiales y que, por supuesto, hay pobrezas mayores. Una es la de la estirpe de los Maquiavelos, que prefieren pueblos sumisos. Sobre la otra advirtió Echeverría, y aún puede leerse en su monumento en Buenos Aires: “Miserables de aquellos que vacilan cuando la tiranía se ceba en las entrañas de la patria”.