Cuando Mario Enrique Flores supo que debía abordar el Crucero Belgrano firmó un poder para que su esposa, Natalia Monje, pudiera cobrar su sueldo. Se habían casado el 2 de mayo de 1975, vivían en Puerto Belgrano y tenían un bebé de 11 meses al que llamaron Mario Lorenzo. Cuando ella tuvo el documento en sus manos, lo rompió. Sintió que su esposo había asumido que iba a morir en la guerra. Entonces él le dijo: “tenés que saber que me voy tranquilo porque te dejo lo más importante que tenemos juntos. Y yo, internamente, sé que no voy a volver”. Así se despidió de su familia, con la seguridad de que no volvería. Y no lo hizo: murió el 2 de mayo de 1982, el día que cumplían siete años de casados.
Eran las 16.15 cuando el primero de los dos torpedos perforó las planchas de acero del crucero. Flores, suboficial segundo de la Armada y especialista en control de armamento en altamar, había terminado su turno 15 minutos antes. Su familia estima que se encontraba donde impactó el misil. Tenía 33 años. “Creo que tal vez ni se dio cuenta de lo que pasó. No tengo manera de saberlo, pero por los relatos no creo que haya sido de los que murió nadando, congelado”, analizó su hijo, que hoy tiene 36 años y vive en Neuquén.
Flores acababa de regresar de una capacitación en Italia cuando comenzó a entrar en ebullición el conflicto. No había presenciado el nacimiento de su hijo, el 13 de mayo de 1981. Tampoco pudo festejar su primer cumpleaños: fue embarcado en abril y falleció 11 días antes de que el bebé soplara la primera velita. “Necesitaban a alguien de su especificidad y lo mandaron. Nunca había estado en el barco”, detalló Flores (h), integrante del Centro de Veteranos de Guerra de Neuquén.
¿Y entonces?
Mario Enrique Flores, el mayor de nueve hermanos, nunca pisó suelo tucumano. No visitó Tafí del Valle durante el invierno ni apreció un atardecer desde del cerro San Javier. No disfrutó del aroma de los azahares durante la primavera ni tomó mates en el parque 9 de Julio. Tampoco fue a refrescarse a El Cadillal ni perdió su vista entre las simétricas plantaciones de caña de azúcar y de limón. Sin embargo, su nombre integra la lista de tucumanos que perdieron la vida en la guerra.
“Él nació en Villa Tulumba, Córdoba. Hay una calle y una escuela que llevan su nombre”, aclaró Monje. Además, la casa donde se crió Flores reviste la categoría de museo y en 1990 se inauguró en el pueblo la plazoleta Malvinas Argentinas, a modo de homenaje. ¿Cómo es entonces que su nombre llegó a nuestra provincia? En el Centro de ex Soldados Combatientes en Malvinas Tucumán explicaron que figuraba como tucumano en uno de los pocos documentos entregados por la Armada luego del conflicto. “Aún hoy es difícil conseguir documentación y contactar a los familiares de los ex combatientes”, reconoció Enzo Toledo, referente del grupo.
A diferencia de Flores, su familia sí está ligada a estos pagos. Luego de la guerra, Monje se mudó a Tucumán con su pequeño hijo en brazos y rehízo su vida junto al marino tucumano César Arce. Los tres vivieron durante varios años en el barrio Modelo antes de mudarse a Neuquén. “Fueron los mejores años de mi vida. Pasé la mejor infancia que puede tener un nene”, afirmó Flores (h).
Recordó que desde niño preguntó sobre su padre y siente que logró conocerlo a través de distintos relatos. Lo definió como alguien de mucha confianza en sí mismo y de un gran corazón. “Preguntar qué pasó no fue un trauma. Los traumas vinieron después, por lo que hicimos los argentinos: no darles bola a los veteranos. El Crucero Belgrano está bajo el agua y el resto de los familiares, bajo tierra”, sentenció.
“Trato de honrar su legado todos los días pero no necesito un héroe de bronce. A los tucumanos les diría que piensen y sientan que Malvinas es mucho más que una guerra. Hay chicos que creen que las Malvinas son inglesas porque perdimos la guerra. Hay que acercarse a los veteranos y saber cómo están, no darles la espalda. No es bueno confundir la guerra de Malvinas con la causa”, insistió.
De su padre sólo tiene dos fotos: la del DNI y una que le tomaron en sus brazos, en los pocos meses que compartió con él. No existe un álbum del marino. Flores se llevó todas las fotos de su familia al General Belgrano. Tal vez para no olvidar sus rostros. Quizás para sentirlos más cerca. O simplemente porque siempre supo que no regresaría y quería sentirse como en su hogar, en el fondo del mar.