Por Mauro Schrotlin - LA GACETA
Querida Anita: Espero que te encuentres bien. Te envío este boletín que me regaló el jefe, además de una sidra y un pan dulce, por ser el mejor cabo segundo de la División. Hermana, lo único que te pido, por favor, es que a los viejos trates de aconsejarlos y que no se hagan tanto problema, de verdad. Yo no sé cuándo termina esto, pero ruego que no termine en un movimiento armado. No es porque yo tenga miedo; sino por ustedes. Más por mami, que la conozco como es ella.
Néstor Daniel Corbalán le escribió con trazo firme una carta a su hermana el 23 de diciembre de 1978. Estaba en Ushuaia, en pleno conflicto con Chile por el canal de Beagle, y sabía que su casa, el Crucero Belgrano, sería uno de los primeros en llegar a ese territorio, donde los estarían esperando con una ráfaga impiadosa de disparos y muerte. Con el mismo temple recibió la noticia de la guerra de Malvinas tres años y medio después. Valiente; esa es la palabra que escogieron sus hermanos para recordarlo en La Posta, su pueblo al sur de la provincia, a la vera de la ruta 38.
Ana guarda aquella carta como un tesoro. “En esa ocasión, mi papá le escribió para decirle que tenía que ser bien fuerte, porque se iba a la guerra. Y él le respondió: ‘gritemos papá, los dos juntos, ¡viva la Patria!’”, recuerda su hermana mientras lucha contra las lágrimas.
Néstor siempre quiso servir en la Armada. Ese propósito lo alejó de los miedos, aún cuando era muy consciente de los peligros que corría. Esto quedó claro durante sus últimas vacaciones en el sur tucumano. La guerra le daba vueltas en la cabeza y tenía que decírselo a su madre, pero no sabía cómo; era su preferido, no quería lastimarla. Finalmente, optó por largarlo sin ningún atisbo de drama. Aprovechó que ella cosía y le dijo: “si no vuelvo, mamá, con el papá tienen que cobrar el seguro con este papel”. La respuesta fue cortante: “no hable así, mijo”. Al otro día él partió y jamás volvieron a verlo.
“Era lo que a él le gustaba. Nadie lo llevó hasta ahí, era su sueño, y por eso no tenía miedo”, suspira otro de sus hermanos, José Omar.
El hombre
“No estaba casado ni tenía hijos, pero novia seguro que sí. De muy chico se mudó a Buenos Aires para servir en la Fuerza. En cada carta nos mandaba saludos para sus amigos, porque eran un montón. En La Posta todos lo querían. Era bromista y le gustaba mucho charlar”, recuerda Ana mientras mira una foto. Tanto cariño recibía su hermano que en la última despedida del pueblo hubo una fiesta. La última vez que compartieron un rato con él fue con música y risas de por medio.
Todo en la casa evoca a Néstor, incluyendo un cartel que reza encima de un estante: “Buque Crucero General Belgrano, navega aún en las Malvinas”. Y aunque no tuviera miedo, eso no lo convertía en un hombre duro. “Era una persona cariñosa y demostrativa, siempre te daba un abrazo”, se suma un tercer hermano, Héctor Alfredo.
Cuando se sacaba el uniforme, se ponía los pantalones cortos para jugar al fútbol o miraba a su River querido en el televisor a color que le había comprado a la familia, toda una novedad en su pueblo a principios de los 80. “No era muy alto pero sí tenía buen porte. Era el malcriado de todos, no se lo podía tocar. Mi madre le daba algo para comer y le decía que lo hiciera rápido, antes de que llegáramos los demás. A ella la adoraba”, agrega José.
Una familia en vilo
Néstor nunca pudo avisarle a su familia que se iba a luchar. No tuvo tiempo. Pero en La Posta nadie dudó de su destino cuando comenzó la escalada del conflicto. Todos estuvieron atentos al famoso discurso de Leopoldo Galtieri en Plaza de Mayo. “Odio ese momento; sentí odio por él. ¿Cómo podía decir esas frases, en vez de ir al lugar donde estaban los pobres soldados? Era muy cómodo decirlo desde su balcón”, acusa Ana.
La familia estuvo pendiente del televisor a toda hora, aunque no creían del todo lo que veían. Jamás pensaron que fuera cierta la posibilidad de ganarle una guerra a una potencia mundial. El bombardeo al Belgrano los sorprendió de madrugada; todos estaban despiertos. La única información con la que contaron durante una semana fue que cientos de tripulantes habían perdido la vida. Fueron los siete días más difíciles que recuerden.
“Lo peor fue para mis padres, un golpe devastador. Mi madre nunca se recuperó. Murió en 2006, esperando que su hijo volviera”, sostiene José.
La confirmación fatal la brindó un allegado que trabajaba con Héctor en el campo. Lo más difícil fue no haber recuperado el cuerpo. Hoy, en el cementerio de La Cocha puede verse una foto de Néstor en un nicho al que nunca le faltan flores. Un lugar simbólico donde van a visitarlo, porque sus restos no están allí.
Ese maldito instante
En La Posta no pudieron hacer nada más que agarrarse la cabeza cuando un hombre con tonada cordobesa llegó rengueando al pueblo y golpeó las manos en la casa de los Corbalán. “Era un compañero de Néstor. Vino a visitar a mis padres y a agradecerles. Les dijo que 10 minutos antes de que recibieran el impacto mi hermano lo había relevado en su puesto y que ahí fue donde más se sufrió el golpe”, apuntó Ana.
Pero hubo algo que no se animó a contarle a los padres pero sí les confesó a los hermanos. “‘¿Ves esa puerta? Bueno, así fue el boquete que se abrió en el buque. Todos empezaron a gritar que llevaran chapas y soldaduras, pero era imposible arreglarlo. Al instante los gritos se convirtieron en pedidos de auxilio’”, relata Héctor.
Cada 2 de abril es un suplicio para la familia. Todo les recuerda, una vez más, que en la mesa familiar hay un lugar vacío.