“Te dicen que sos uno de los mejores pianistas del mundo, te doran la píldora y nada más. Nunca viví algo así con la cultura en mi país. Que pongas el esfuerzo, tu experiencia y tu dinero y aun así tampoco se puedan hacer cosas... Hay una voluntad explícita para que las cosas no se hagan”, afirmó Miguel Ángel Estrella. El músico tucumano, uno de los más reconocidos del mundo, ofreció una mirada crítica de este tiempo cultural en el país y enfatizó la gravedad de la interrupción de decenas de programas musicales con función social. Lo hizo durante un diálogo con Télam en su reciente visita al país, la semana pasada.
“Nunca en mi vida vi algo igual a lo que está pasando. Todo se fue al tacho. Creamos centenares de orquestas en los barrios de la Argentina y ahora no funciona ninguna con subvención. Siento que me impiden que saque lo mejor de mi alma como pianista”, añadió el músico, de 76 años.
Estrella fue embajador en la Unesco entre 2004 y 2015. Había sido secuestrado y torturado durante la dictadura militar, y en 1982 fundó el movimiento Música Esperanza, ONG que trabaja sobre derechos humanos. “Tocar solamente bien no me satisface, tengo que unir esa música con la realidad”, sostuvo.
“Cuando salvé mi vida tras la tortura resolví que la opción por los pobres era un mandato. Y me juré hacer música contra la violencia, contra la tortura, contra las discriminaciones... Pero una voz interna me decía que debía ser algo propositivo y entonces fundamos ‘Música Esperanza’. Llegamos a sumar 30 programas, tenía mucha ayuda del Estado y creamos centenares de orquestas en los barrios de toda la Argentina. Todo se fue al tacho”, apuntó el pianista, cuyas interpretaciones de Bach, Brahms, Chopin y Beethoven son consideradas versiones de referencia en el mundo.
“Le aclaré a la canciller (por Susana Malcorra), que me hablaba con buena onda, que yo no podía ser embajador de este Gobierno pero que había un par de programas que no quería que se pincharan. Uno era ‘La voz de los sin voz’ (un programa de la Unesco, que se ejecutaba a través de la Cancillería, y que promovía y preservaba las expresiones rituales de la música y la danza de América Latina), y me dijo que no; al poco tiempo adujeron que no tenían dinero. Entonces puse a disposición dinero de Música Esperanza, pero aun así tampoco se hizo”, relató.
También lamentó que no se continuó el concurso de piano Chopin. “Todo se fue degradando y, además, te humillan”, aseveró.
- Usted toca para refugiados, en villas y en salas de concierto tradicionales ¿Qué influencia produce en el artista el contacto con públicos tan diferentes?
- Desde hace muchísimo tiempo me gusta mezclar músicas. Brahms, Bach, Stravinsky. Y a la vez tangos, milongas, el repertorio de Atahualpa Yupanqui que amo desde muy chico. Siempre me gustó mezclar y fue algo que el mercado nunca aceptó. Recuerdo una noche que nos quedamos con mi mujer hasta la una de la mañana haciendo una lista de los pro y los contra de asumir este modo de concebir el oficio del músico, lo que costaba esa opción, lo que costaba asumir el peronismo. El precio que había que pagar. Y a la vez todo lo que debíamos descartar -como la libertad de acción- si entrábamos al mercado. Porque alguien que hacía música clásica debía ser elitista. Hacer lo que hacía yo era mal visto. Pero desde hace 40 años que hablo con el público en mis conciertos, explico en qué se inspiraron Ravel o Debussy, doy ejemplos. Y eso el público lo celebra. Me siendo introductor de un público que no siempre tiene la posibilidad de saber quién es Chopin o Schonberg. Si sólo me limito a tocar bien, no estoy satisfecho. La vida me ha dado un lugar y un idioma y eso me permite hablar con la realidad. Esa es la función social de la música y la hay en toda profesión.
- ¿Qué rol juegan los medios en la divulgación de la música?
- Estamos gobernados por el mercado. Coincido con el Papa cuando dice que el mercado es el excremento del diablo... En un mismo sentido, no hay curiosidad de los medios por saber en qué ando. Fui durante 12 años embajador de la Unesco, organización a la que le debo mi vida. Son los que más trabajaron para que yo no sea un desaparecido para siempre. Estuve en un chupadero. Me torturaron durante seis días. Quien estaba a cargo del lugar (Estrella fue secuestrado en Montevideo en 1977 y liberado en 1980), me dijo: “Te vamos a hacer lo mismo que a Víctor Jara en Chile, te vamos a cortar las manos y después a matar”. Cuando escuché el sonido de la sierra eléctrica me corrió un escalofrío por la espalda... En cautiverio me decían: “sos peor que los guerrilleros porque tenés a la negrada en el bolsillo. Les hacés creer que tienen derecho a escuchar Mozart”. Por suerte la acción internacional impidió que me trasladaran a la ESMA y salvé mi vida. El mercado también quiso vender esa historia. Pero me exigían contratos, determinar cómo y dónde iba a tocar. Y decidimos la opción por los pobres. Pude recuperar mis dedos como si nunca me hubiera pasado nada y desarrollé mis proyectos.