Por Juan José Fernández - Para LA GACETA - Buenos Aires
Mel Gibson vuelve al foco de la industria y del reconocimiento de Hollywood con su última película, Hasta el último hombre, candidata a seis nominaciones de la Academia, incluyendo mejor película y director. El film, basado en los libros El objetor de conciencia (2005), una biografía escrita por Frances M. Doss, y en El médico: milagro en Hacksaw (2014), novela de Adam Palmer, tiene como primer virtud el hallazgo de un episodio notable de la Segunda Guerra Mundial. El de Desmond Doss constituyó el primer caso de un voluntario del Ejército norteamericano que, por motivos religiosos, se negó a usar armas y que, a pesar de ello, obtuvo la Medalla de Honor, máxima distinción castrense en los Estados Unidos.
El protagonista nació en un pueblo de Virginia y fue un miembro devoto de la Iglesia adventista. Se enlistó en las Fuerzas Armadas y sufrió el acoso de sus compañeros y superiores durante su entrenamiento, quienes intentaron que pidiera la baja. La presencia de Doss cuestionaba el rol que los militares debían desempeñar durante el conflicto. No obstante, resistió las acusaciones de cobardía por negarse a manipular armas y desembarcó con su pelotón en Japón. “Mientras todo el mundo esté quitando vidas, yo estaré salvando algunas. Esa será mi forma de servir”, dice el verdadero Doss en el documental La objeción de conciencia, que sirvió de base a Gibson, y que repite Andrew Garfield, el actor que lo encarna, en la pantalla.
La película se concentra en el episodio más notable de la experiencia bélica de Doss en Okinawa. Gibson, respondiendo a una marca propia plasmada en sus anteriores películas, apuesta por el realismo duro en las escenas de violencia y logra algunos de los tramos más vívidos y memorables de la filmografía bélica, a la altura de los del desembarco en Normandía de Rescatando al soldado Ryan o los segmentos finales de Pelotón.
Un hombre más
Hacksaw Ridge, el título del film en su versión original, es el sobrenombre que el ejército estadounidense le dio a un acantilado en el que se libró una de las batallas más sangrientas de la Segunda Guerra, en mayo de 1945. En el enfrentamiento hubo muchas luchas cuerpo a cuerpo y un altísimo porcentaje de bajas.
En medio del pandemónium, Desmond Doss se dedicó a asistir a los heridos que se multiplicaban entre las tropas de su bando. En la primera jornada de la batalla, los japoneses lograron que los norteamericanos se replegaran y bajaran del acantilado. Por la noche, arriba del acantilado solo quedaron muertos y heridos del Ejército estadounidense... y Doss, quien improvisó un sistema de cuerdas para bajar, uno a uno por el acantilado de 120 metros de altura, a más de 70 heridos. Entre ellos, a uno de sus superiores que, durante su formación, lo había presionado para que dejara el Ejército.
Doss sufrió heridas que le generarían secuelas durante el resto de su vida. Mel Gibson decidió omitir en su película una escena de la historia real pensando que resultaría poco creíble para el público. Cuando era retirado en camilla del campo de batalla con graves heridas, Doss se arrojó al piso para dejarle su lugar a otro herido y permaneció cinco horas más arrastrándose bajo el fuego enemigo y ayudando a sus compañeros.
Desmond Doss fue condecorado con la Medalla de Honor por el presidente Harry Truman y murió en 2006, a los 87 años. Fue el reverso del héroe de las épicas tradicionales, el protagonista de una historia que nos hace reflexionar sobre el culto convencional al coraje. El hombre que se juega su vida para mantener vivos sus principios encarna un mensaje de cordura en un terreno en el que se ha retirado la razón.
“Con el mundo a punto de desgarrarse, no me parece una mala idea tratar de recomponer una parte de él”, predica Doss.
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Juan José Fernández
Crítico de cine.