En un movimiento estratégico que muchos interpretan como un exilio para el cardenal Raymond Burke, uno de sus máximos opositores, el papa Francisco envió al prelado a la isla de Guam, ubicada en el océano Pacífico, a más de 12.000 kilómetros de distancia del Vaticano. La excusa fue que Burke, un reconocido experto en derecho canónico, se haga cargo de juzgar un caso de pedofilia. Presidirá el juicio canónico de Anthony S. Apuron, ex arzobispo de Agana (capital de Guam), acusado de haber abusado a monaguillos en la década de 1970.

La Oficina de Prensa de la Santa Sede sólo ha confirmado que un tribunal eclesiástico de primera instancia, constituido el pasado octubre, será encabezado por el purpurado estadounidense. No ha dado ninguna indicación respecto de cuánto tiempo el cardenal estará en Guam, ni qué destino puede esperar a su regreso.

Burke fue uno de los cuatro cardenales disidentes que a fines del año pasado le escribió una carta al Papa en la que le pedía que aclare cuatro “dudas” respecto de la exhortación apostólica Amoris Laetitia, que les abre las puertas a los divorciados que se vuelven a casar.

Burke, incluso, desafió abiertamente al Pontífice y se manifestó listo para poner en marcha un acto formal a fin de “corregir” al Papa si no respondía a las “dudas” sobre lo que considera errores doctrinales de la Amoris Laetitia.

El cardenal es, asimismo, muy cercano al ultra conservador Steve Bannon, consejero de la Casa Blanca, estratega de campaña y cerebro en las sombras del ahora presidente norteamericano, Donald Trump.

Según algunos analistas, el nuevo encargo del cardenal Burke se trata de una estrategia para alejarlo de Roma. Esta tesis cobra fuerza debido a que Burke fue destituido recientemente de todos sus cargos en la Curia romana.

Otros, en cambio, indican que se trata de una nueva oportunidad para el cardenal para practicar la penitencia y conversión a la que Francisco no cesa de llamar.