Un buen puñado de días después de su operación, Luciana caminaba con una amiga por su barrio. A paso lento, riendo despacito para que no duelan los puntos, mirando con ojos nuevos los naranjos y los adoquines de las calles, aparece una vecina.

— ¡Luciana! ¿Cómo estás? Hacía mucho que no te veía. ¿Dónde andabas?

— Bien. Bueno, recuperándome. Estoy con cáncer en este momento, pero mejorando.

— ...

La respuesta dejó heladas a la vecina y a la amiga de Luciana. La primera le dijo que se veía muy bien y que esperaba que siguiera mejorando. La segunda le dijo que tal vez no debería decirlo así, con semejante desenfado y sobre todo sin advertencias previas. “Pero es lo que me pasa ahora, lo que estoy enfrentando y no creo que haya que andar con rodeos. Estoy un poco enferma, sí, y mi enfermedad es cáncer. Ya está”, responde Luciana hoy, algunas semanas después de ese encuentro. Y sí, entiende que a la gente le puede impactar esa información tan de repente, sobre todo si viene de alguien que padece la enfermedad, pero también entiende que las cosas tienen que cambiar y perderle el miedo a la palabra. “Sí, tengo cáncer. No pasa nada”, insiste.

Es que si algo aprendieron de su primer round contra la enfermedad más aterradora de este tiempo es que es una batalla que no se puede ni se debe librar en soledad. Que hay que hablarla, contarla, viralizarla y abrirse a recibir el apoyo de las personas más cercanas y de las no tanto también. Aquel primer encuentro con el cáncer fue hace 15 años, en Estados Unidos, lejos de los afectos y envueltos en la caparazón de papel que se crean como primer impulso las familias atravesadas por la enfermedad. Pero esta vez no. Esta vez se sabe todo de ellos, cuándo entra y cuándo sale Luciana, la “Luli”, del quirófano; cuándo mejora, cuándo sonríe con su compañero de la vida, Gabriel, y con sus dos hijos: Calista y Lucio.

Cáncer para crecer

Calista tenía un año y medio cuando a su mamá le anunciaron que tenía un linfoma, uno de los tipos de cáncer que se escribe al final de los rankings encabezados por el cáncer de mama o de pulmón. Un cáncer no muy frecuente, que nace en el sistema linfático pero puede diseminarse rápido en el cuerpo y que afecta principalmente a la gente joven. Luciana tenía 27 años, Gabriel 23 y hacía dos que se conocían. Estaban comenzando a edificar la vida y la familia en Estados Unidos cuando llegó la novedad.


Con Calista en brazos se mudaron a la ciudad de Madison, en el estado de Winscosin, donde podrían recibir la mejor atención médica posible. El precio a pagar era alejarse de la familia de Gabriel y de los amigos de ambos, pero lo hicieron. Fueron 11 meses de quimioterapia, vividos en soledad cada uno desde su lado: Gabriel salía a trabajar y Luciana se tenía que quedar con sus náuseas y con Calista. Gabriel volvía y tenía que ayudar a Luciana y cuidar a Calista. Hubo visitas desde Argentina de la familia de Luciana, pero en algún momento la soledad regresaba. “Estábamos muy solos, lo hicimos solos y todo se hace más difícil”, cuenta Luciana.

Gabriel se recuerda a sí mismo gritando como un loco, desgarrado. “Fue un choque muy duro con la condición humana”, dice con su español todavía áspero. “Crecimos muy de golpe”.

Cáncer para creer

Ahora, 15 años después, el cáncer ha vuelto pero a ellos los encuentra diferentes. Pero desde el primer momento Gabriel decidió hacer público y lanzar a las redes las noticias de la “Luli”. Que todo el mundo sepa. Y el que quiera comentar con mensajes de aliento o lo que sea, lo puede hacer. No hay palabras de compromiso: escribe el que lo siente y lo hace desde lo más genuino de su ser. El que no tiene qué decir, simplemente pone un “Me gusta” o sigue de largo.

“Son horas de sentarse a leer lo que nos escriben, gente que considerás amiga y gente que por ahí no es muy cercana, pero que dicen una frase, una palabra, algo que te sorprende y te alegra. Yo leía los posteos desde el sanatorio, después de la operación y me hacía muy bien”, describe Luciana. Calista afirma y dice que se siente la energía de la gente, algo en lo que definitivamente comenzó a creer.

Por supuesto, esta apertura fue algo conversado, debatido y decidido por todos. “Gabriel vino a plantearlo, y conversamos sobre los pro y los contras de hacerlo. Sí, es exponerse demasiado, pero lo que se obtiene a cambio es muy positivo”, sopesa Luciana.

Los dos entienden que el primer impulso de un enfermo de cáncer sea retraerse, aislarse, porque el temor a las miradas compasivas no ayudan y porque así el momento vulnerable se vuelve carne viva. En eso tienen un punto a favor para anotar en el tablero argentino: “acá se lo vive de otra manera, la gente te abraza, te quiere transmitir cariño más que compasión. En Estados Unidos, de alguna forma se alejan, es algo demasiado incómodo todavía”, compara. En el imaginario el cáncer sigue siendo sinónimo de muerte y de tratamientos espantosos, a pesar de que en EE.UU haya bajado 25% la mortalidad por cáncer y de que las nuevas terapéuticas sean cada vez menos invasivas.

“No es nada esotérico ni mucho menos, más allá de que uno pueda o no creer en cosas espirituales. Pero lo que la gente te transmite es algo muy real, muy concreto, toda la familia siente un gran abrazo”, agrega Gabriel.

Cáncer para crear

Además de compartir su historia con todo el que la quiera escuchar, este segundo round contra el cáncer fue una oportunidad para poner en marcha un nuevo capítulo de un sueño familiar. Desde que se instalaron -tal vez- definitivamente en Argentina, Gabriel inició Mixtayo, una marca de diseño de indumentaria que mixtura las culturas estadounidenses y argentina. Una empresa familiar con todas las letras, porque cada uno hace su aporte.

El cáncer de Luciana dio origen a la colección “Viva la Luli”, una serie de bolsos, pañuelos y otros accesorios estampados con ese grito de guerra. “Es un grito de celebración en realidad -explica Gabriel-. En los asados familiares, los hermanos de Luli brindan, levantas las copas y gritan ‘que viva la Luli’”.

Gabriel y los chicos aprendieron a estampar y la técnica de la serigrafía. Además de las palabras “Viva la Luli” estampan hojas de ginko biloba, un árbol que tienen en la casa donde viven y que es conocido como el símbolo de la esperanza en Japón, por ser el único que sobrevivió a Hiroshima.

“Luli” se recupera de su última operación y ya comenzó a trabajar, primero a medio tiempo y en unos días volverá a su rutina normal. También tiene un ojo puesto en la colección que carga con todo el amor de su familia y que lleva su nombre por todos lados. Ya se está acostumbrando.


Protagonistas 
Luciana Cisneros
Tiene 41 años, es bióloga pero trabaja en una empresa de tecnología, donde oficia de nexo idiomático entre los clientes y los creadores de software. En Mixtayo teje con lanas naturales que compra en Amaicha.
Gabriel Reed
Tiene 37 años, es estadounidense, diseñador y creador de Mixtayo, una marca que en su primera colección mixturó una prenda típicamente de su país con un firulete argentino. Lo enamoran de Tucumán el calor de la gente y de la tierra.
Calista
Tiene 15 años y es la que más presionó para quedarse en Argentina. Si ellos decidían volverse, ella se quedaba. Entonces todos vieron que era una opción quedarse. Es la crítica más implacable de las creaciones de Mixtayo.
Lucio
Tiene 11 años y extraña muchísimo las comidas de Estados Unidos, aunque “banca” fuerte el sánguche de milanesa. Extrañó a su mamá cuando estuvo en el sanatorio recuperándose, pero nunca dudó de su fortaleza ni sintió miedo. Dibuja muy bien y quiere ser diseñador.


Protagonistas 

Luciana Cisneros
Tiene 41 años, es bióloga pero trabaja en una empresa de tecnología, donde oficia de nexo idiomático entre los clientes y los creadores de software. En Mixtayo teje con lanas naturales que compra en Amaicha.

Gabriel Reed
Tiene 37 años, es estadounidense, diseñador y creador de Mixtayo, una marca que en su primera colección mixturó una prenda típicamente de su país con un firulete argentino. Lo enamoran de Tucumán el calor de la gente y de la tierra.

Calista
Tiene 15 años y es la que más presionó para quedarse en Argentina. Si ellos decidían volverse, ella se quedaba. Entonces todos vieron que era una opción quedarse. Es la crítica más implacable de las creaciones de Mixtayo.

Lucio
Tiene 11 años y extraña muchísimo las comidas de Estados Unidos, aunque “banca” fuerte el sánguche de milanesa. Extrañó a su mamá cuando estuvo en el sanatorio recuperándose, pero nunca dudó de su fortaleza ni sintió miedo. Dibuja muy bien y quiere ser diseñador.