El autor de “Si se calla el cantor” falleció a los 91 años, y dejó tras de sí una trayectoria de 70 años y de 57 discos que marcaron la etapa de oro del folclore popular argentino. 
El autor de “Si se calla el cantor” falleció a los 91 años, y dejó tras de sí una trayectoria de 70 años y de 57 discos que marcaron la etapa de oro del folclore popular argentino. 

En 2015, El Potro se negó a seguir cumpliendo años. Faltaba un mes para que llegase a las nueve décadas de vida, pero le respondió a LA GACETA que hasta ahí llegaba. “Yo ya no cumplo más. Cumplilos vos si querés, jodete”, contestó el santafesino Heraclio Catalino Rodríguez Cereijo, antepenúltimo de 14 hermanos e hijo de un indígena correntino y una española de León.

Desde fines de la década de 1940, nadie lo llamaba por su nombre real. Ya se había transformado en Horacio Guarany, el poeta y cantor popular que nunca se calló, ni siquiera con la muerte que lo alcanzó ayer a los 91 años, luego de 20 meses alejado de los escenarios por una insuficiencia cardíaca.

La pobreza lo empujó a la Capital Federal antes de la mayoría de edad, y tuvo múltiples trabajos, hasta fue marinero, antes de incorporarse a la orquesta de Herminio Giménez para cantar temas paraguayos en guaraní (de allí su nombre artístico). Nada fue igual luego de un viaje a la Moscú comunista, de donde volvió con un compromiso expreso con esa ideología. Nada le impidió ser pionero en el Festival de Cosquín en 1961 y comenzar a firmar sus propias canciones, como “Guitarra de medianoche”, “Milonga para mi perro”, “La guerrillera” o “Si se calla el cantor” (derivó en una película con Olga Zubarry, en 1974) o compartir composiciones con el poeta tucumano Juan Piatelli (“Canción del perdón” y “No quisiera quererte”, entre otras).

El exilio ante las amenazas de la Alianza Anticomunista Argentina lo llevó a peregrinar por Venezuela, México y España, mientras que era prohibido en el país. Volvió en diciembre de 1978, pero sólo pudo actuar en pequeñas salas del interior del país, lo que le permitió reconstruir su relación con la gente. Con la vuelta de la democracia, retorna a los grandes escenarios como un emblema del cantor popular.

En 1989 apoyó la candidatura presidencial de su amigo, Carlos Saúl Menem, aunque luego tomó distancia de sus medidas neoliberales. Su figura lo excedió desde entonces, y se transformó en un ícono, mientras recibía reconocimientos del Congreso de la Nación Argentina, el Gardel y el Konex a la trayectoria, aparte de decenas de discos de Oro y de Platino a sus 57 producciones.

Tucumán lo tuvo como visitante frecuente desde la década del 70, y la última vez que vino fue en abril de 2015, para presentar su cuarto libro “Mujer de la vida” y cantar en el teatro Mercedes Sosa. Su nombre volvió a corearse este año en el Festival Atahualpa del Bicentenario, dedicado a su vida artística.

Queda por verse ahora si se le cumple el deseo de ser enterrado en tierras de vides, para “Volver en vino”, como pregonó en su letra. De ese modo cumplirá el designio de nunca irse, de ser pueblo y de calentar gargantas con una bebida que las prepara para entonar un canto inmortal.