De la lozanía pasaron a la enfermedad, de la simpatía a la preocupación. Con el paso del tiempo los gorditos se transformaron en obesos o en símbolos del sobrepeso. Así lo indican las estadísticas y los organismos internacionales. En su informe de junio pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló que desde 1980, la obesidad se ha duplicado en todo el mundo. En 2014, más de 1.900 millones de adultos de 18 o más años tenían sobrepeso, de los cuales, más de 600 millones eran obesos. En octubre de 2016, la OMS hizo un llamado global a los países para que aumentaran los impuestos a las gaseosas y otras bebidas azucaradas y así ponerle fin a la epidemia de obesidad y diabetes. “En el ambiente de las comidas de hoy día es muy fácil consumir mucho azúcar, especialmente de las bebidas, que son una gran fuente de azúcar en la dieta y su consumo está aumentando en la mayoría de países, especialmente entre niños y adolescentes”, dijo el organismo en su reporte.
En Tucumán, el 40% de los chicos de entre 6 y 19 años sufren obesidad o sobrepeso. Los especialistas advierten con preocupación que las gaseosas son las “culpables” de que los chicos ya casi no tomen agua ni leche. El Barómetro de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina indicó en un informe reciente que no tomar agua genera calorías extra, mala hidratación e incorporación de productos artificiales al organismo. La falta o escasez de este líquido esencial en las dietas afecta el rendimiento escolar e inicia un círculo vicioso que se retroalimenta con el sedentarismo y la obesidad.
En el caso de los chicos, la publicidad es el vehículo para ofrecerles desde juguetes hasta productos alimentarios que están asociados con una baja calidad nutricional.
En otras ocasiones, hemos señalado que la educación es esencial para crear hábitos saludables y combatir con mayor efectividad las adicciones y otros males. Se podría empezar con una política que combinara la educación, la salud, el deporte y el teatro. La creación en todos los establecimientos educativos de quioscos saludable, el dictado de una asignatura sobre alimentación sana, desde los primeros años, el incremento sustancial de las horas de educación física para combatir el sedentarismo, talleres para padres, educar a las madres desde el embarazo, podrían ser algunas iniciativas. Se podría firmar un convenio con el Departamento de Teatro de la UNT o la Escuela Provincial de Títeres para que sus estudiantes montaran creaciones colectivas u obras didácticas sobre la vida saludable en escuelas, paseos públicos, o en otros ámbitos.
Es cierto que todo efecto tiene su causa. Pero a veces los “causantes” son elevados a la categoría de culpables o de “malos de la película” cuando hay una incapacidad para resolver un problema o un deseo de no hacerlo por cuestiones de intereses. Adjudicarle al consumo de las aguas azucaradas una de las responsabilidades principales de la obesidad es tal vez excesivo. Con un criterio similar, se podría pensar, por ejemplo, en incrementar el precio de los televisores o de las computadoras porque “favorecen” el sedentarismo.
Se trata de una cuestión cultural, en la que tienen que ver los padres, el Estado y el poder económico que impulsa el consumo. El exceso de cualquier cosa siempre es negativo. La merma del consumo no hará desaparecer los males. El mejor modo de generar conciencia es la educación.