El agua de lluvia se mezcló con las lágrimas de los puesteros, y hasta con el dolor de los promesante. “Veníamos tan ilusionados …”, confiesa Alicia Arroyo, del barrio Victoria de la capital, mientras retuerce una colcha empapada. “Nos hemos venido el martes para acomodar el puesto. Y mire cómo ha quedado todo esto!”, señala el piso barroso y sus pies enlodados en sus ojotas de goma. A un costado, sentada, Adela Sarmiento se derrama sobre una silla. Tiene las piernas en alto sobre otra silla. No se puede mover, del dolor de cuerpo producto del ataque de nervios que le dio en la víspera de la fiesta, cuando el viento comenzó a derribar las estructuras de metal que sostenía su puesto sobre la ruta que conduce al santuario de la Virgen del Valle, en La Reducción, en Lules, donde la feligresía enfrenta las inclemencias para honrar a la Inmaculada Concepción.
Y si la lluvia y el viento no aguaron la fe, sí frustraron las esperanzas de muchos feriantes que viven de las ventas en las fiestas religiosas y festivales. En el puesto de Diego Vega, solo hay desolación. El pan de los sándwiches está todavía en la bolsa de la panadería, pero empapado. Los freezer que con tanto sacrificio trajeron hasta allí, inútiles. Dos ayudantes tiritan en sendas sillas, tapados con una colcha. Están desvelados. A Celia Mernez, de Lules, le duelen las heridas de los puntos de la cesárea que le sacaron hace un mes, pero la necesidad de hacer unos pesos la había decidido a sumarse a la expedición con otros feriantes. Pero todo fue inútil. “Venimos mal desde el 26 de noviembre cuando fue el festival de Lules. Pagamos 8.000 pesos para estar ahí y al final se largó una tormenta torrencial: venimos fundidos. Aquí también perdimos plata, entre el lugar que tenemos -que nos cobran por metros cuadrado- la luz que nos vende aquel vecino, el que cuida, bueno, ya estamos fundidos”, reniega.
La tormenta lo arruinó todo. “Anoche, a eso de las 12, todo el predio estaba lleno de carpas como todos los años, y la primera misa fue hermosa, lleno de peregrinos. Pero después empezó a llover y ya todos los que habían acampado se tuvieron que ir. Los promesantes que saben quedarse por acá varias horas, tomaron gracia de la imagen y se volvieron”, contó Marta Pérez, servidora.
El arzobispo monseñor Alfredo Zecca ofició la misa a las 9. “Hubo mucha gente, pero se esperaba más. Por la lluvia muchos no pudieron venir”, dice Andrea Salazar. “Siempre llueve para esta época pero esta es la primera vez, en los años que vengo, que llueve tanto el día de la fiesta”, comenta Daniel Soria, de Yerba Buena, mientras levanta su carpa (quizás la última que ha quedado en todo el predio) porque ha comenzado a inundarse.
Los peregrinos caminan resignados bajo la lluvia. Con capas, paraguas y zapatillas empapadas. Es día triste, más silencioso que otros años. Solo se escucha la voz de los vendedores ambulantes que gritan con todos sus pulmones: “paraguas, paraguas, a $ 80 y a $ 120! ¡Capas a $30! Son los únicos que hicieron su agosto.
Monseñor Rossi reclama respuestas
“Empieza el tiempo de las lluvias y la gente revive la angustia de las inundaciones. No hace falta que llueva mucho, con poca agua se producen desbordes en los ríos que pasan por Medinas y por Sud de Lazarte porque la arena tapa los cauces”. La preocupación es del obispo de Concepción, José María Rossi, que clama una solución para los vecinos. “Yo no sé qué obras se hicieron, lo que sé es que la gente está con agua otra vez. Hubo presencia de funcionarios, lo que no hubo es solución”, aclaró en una conversación con LA GACETA.
Monseñor Rossi se refirió ayer en su homilía a la falta de diálogo en la sociedad, porque la gente no es escuchada. Y esto pasa en todos los órdenes. “La gente no se siente escuchada, entonces no hay diálogo, y mucho menos respuesta. Otras veces las respuestas se dan sin haber escuchado, entonces no responden a lo que la gente demanda. Esta sensación de no ser escuchado es grave. Mire cuando hablamos de adicciones. La misma palabra nos está diciendo: a-dicto. Cuando no se dice, cuando falta diálogo, cuando los chicos no tienen quién los escuche pasan estas cosas”, señala. “Los adultos tenemos que aprender a dar respuestas, pero para eso, antes tenemos que aprender a escuchar. Y esto pasa en todos los niveles. En la medida en que uno es autoridad, ya sea padre de familia o de una institución o lo que sea, uno tiene que abrir su corazón para escuchar y dar una respuesta”, remarcó.
“Cada vez peor”
Monseñor Rossi señaló que a pesar de las propuestas de los vecinos y de la Iglesia, el problema de las inundaciones no está resuelto. “La gente del sur se inunda todos los años, pero cada vez es peor porque se siguen talando bosques y todas esas ramas y la tierra, el sedimento, viene a tapar el cauce de los ríos. Hace poco se inundó la zona del río Medinas. Nosotros hemos planteado el problema y la posible solución, pero todavía no hemos recibido una respuesta. Nuestra propuesta es dialogar con la gente para que pueda encontrar un lugar que no se inunde todos los años. Pero eso todavía no está resuelto”, lamentó.