Inés González Alvo - Una tucumana en Santa Clara y La Habana
Viernes y sábado pasados fueron días históricos, llenos de emociones e intensas charlas. El sábado estuvimos en La Habana y luego en Santa Clara. Viajamos por una buena parte de Cuba atravesando tres provincias. En todos lados nos detuvimos a conversar con las gentes más diversas del pueblo cubano, además de extranjeros y otros argentinos. No pudimos conectarnos antes para contarles cómo se están viviendo aquí los acontecimientos. Fuimos recopilando charlas y escribiendo sensaciones. Pasar por La Habana, hablar allí con cada persona, detenernos en el Memorial y Mausoleo del “Che” con su llama eterna, ver algunos de sus efectos personales y fotos con Fidel, nos dejaron con las emociones a flor de piel. Estamos con la televisión encendida, viendo documentales y noticias sobre Fidel.
El pueblo cubano está tranquilo. Nos dijeron que en portales noticiosos de la Argentina hablaban de revueltas. Eso no es así. Todo transcurre con la tranquilidad -y tristeza- de cualquier luto. Hoy se escucha menos música en la calle que lo habitual. La gente, al hablar, rescata muchas cosas positivas del período que se cerró, y se sienten seguros del futuro cubano sin Fidel. Dicen que él sembró en la gente la educación y que sentó las bases para que no se desbarate todo lo logrado.
Viernes 25
El 25 de noviembre de 2016, un día histórico en La Habana. Paseando por las callecitas de La Habana Vieja cerca de las 23, noche, nosotros, dos visitantes argentinos, no sabíamos nada aún. En una calle un poco oscura, la calle Amargura para ser precisos, vemos a un hombre con la cabeza hundida entre los brazos, abrazándose fuerte a las rodillas sentado en un umbral. Vestido muy prolijo, con una guayabera blanca muy pulcra y una mochila debajo de sus piernas, daba la apariencia de ser un profesor.
La escena era muy impactante. No habíamos visto nada parecido hasta entonces. En el viaje ya habíamos vivido distintas sensaciones y experiencias a través del diálogo con la gente. Pero ese momento era conmovedor. Cerca de las 21, había comenzado a llover, y a esa hora el piso aún estaba mojado. El aguacero nos sorprendió, estaba todo demasiado tranquilo, apagado y triste.
Se suele hablar mucho de la alegría caribeña. En cambio, la tristeza cubana se siente para dentro. Las lágrimas caen al revés. Ese hombre estaba desconsolado, envuelto en un silencio ensordecedor. Nos alejamos mientras pensábamos en cuál sería su dolor. Más tarde sabríamos que había muerto Fidel.
Sábado 26
Ese día nos levantamos temprano. A las 7 se veía mucha gente en la calle, saludándose algunos, abrazándose otros. Gente con ojos húmedos, aunque tranquilos, muy calmos. Las banderas a media asta. Todas.
Estamos en la Plaza de la Revolución. En el mástil junto con la estatua de Martí, flamea suavecito su bandera caída. De fondo, el imponente teatro de La Habana. Pasa una señora que vende maní. No está cantando su tradicional “Maní, el manicero llegó…”. Nos cuenta que todos están de luto.
En Santa Clara visitamos el memorial y Mausoleo del “Che” Guevara. Allí, unos visitantes rusos nos piden que les expliquemos qué decían las inscripciones que se encuentran en el pedestal. Son las palabras de despedida del “Che”, en una carta a Fidel.
José, el guardia del memorial, nos dice: “Santa Clara se está preparando para hacer una gran despedida a Fidel”. Debajo del memorial descansa el “Che”. Atravesar la puerta de madera es como entrar a otra dimensión. Uno aparece en una cueva fresca y húmeda, donde se escucha el agua, todo está media luz, y podemos sentir cómo la piel se estremece. El alma se estremece.
Contra un pilar impacta un haz de luz en forma de estrella, la cara del “Che” tallada en una piedra incrustada. Y la llama eterna.
Un poco más tarde David, conductor de colectivos, nos cuenta: “Fidel me dio mucho, me dio tranquilidad. Sé que salgo a trabajar y mi familia está bien. Sé que tendrán educación y salud. Quizás a veces cueste conseguir la medicina, pero al final la encontramos. El pueblo está tranquilo, sabemos que, aunque haya muerto, lo que construyó no desaparecerá. Nadie nos puede invadir porque él se encargó de educar hasta el último campesino. No somos ignorantes. Nos regaló el arma más importante: nos dio unión”.
De vuelta en nuestro hotel, no hay música, nosotros también estamos de luto. ¡Hasta la victoria siempre!