Angélica Orellana luce demolida por la angustia. Y está ahí, triste, sentada en la galería de la entrada a su casa de la Colonia 1 de Santa Ana. Tiene la mirada fija, perdida hacia la calle. Es como si permaneciera a la espera de los que nunca regresaron. Cuando la que se presentó fue la pesadilla más temible, el 16 de febrero pasado.
Ese día su vida operó un giro inesperado y dramático. Cuando la noche despedía la tarde y Angélica cumplía su ritual doméstico, recibió una noticia que la noqueó. Despertó en el hospital del lugar. Su esposo, Rubén Quinteros (61 años) y su hijo Franco (35) habían fallecido en un impresionante accidente de tránsito que protagonizaron en la ruta 38, al chocar de frente con una camioneta, cuando regresaban en un auto de trabajar en la fábrica Alpargatas. Habían perdido la vida junto con otros tres operarios de la misma planta fabril, que también volvían a su casa de Santa Ana. Eran parientes y vecinos cercanos. Esa noche el pueblo se paralizó por la tragedia.
“Estaba esperando que lleguen a descansar. Les tenía ya el agua caliente para que se bañaran y preparaba la comida. Era la rutina de todos los días. Nunca me imaginé que no iban a retornar jamás. Y lo peor es que la ausencia se hace más pesada con el paso de los días”. Llora.
“A mí todavía se me ocurre verlos llegar”, confiesa Angélica. Y agrega que la pareja de Franco, con quien él tuvo un hijo, tampoco logra emerger de la penuria. “Ella llora todos los días y espera que mi hijo regrese”, reconoce.
Tanto Angélica como su otro hijo, Rubén, están bajo tratamiento psicológico y psiquiátrico a causa del estrés que acusan por la desgracia que sacudió a la familia. “Él mejoró y ahora ha podido regresar a trabajar después de tres meses. Pero sigue siendo asistido, al igual que yo. Con lo sucedido es como si nada tuviera sentido. No tengo ganas ni de mover un dedo. Y me angustio más al pensar que se acercan las fiestas de fin de año. Antes nos daba mucha alegría”, recapitula.
“Asesino”
Los Quinteros parecen signados por la tragedia. El matrimonio, hace unos 25 años, había perdido a una niña de ocho años: murió atropellada por un colectivo cuando salía de la escuela.
“Pensé que jamás iba a sentir el dolor que sentí en ese entonces, pero estaba equivocada”, se lamenta Angélica. El impacto económico también fue duro para esta madre viuda. Angélica apenas sobrevive con una pensión no contributiva.
“Lo único que me queda pedir es que se haga justicia, porque a ellos no los voy a recuperar. Los peritos dijeron que el conductor de la camioneta que destruyó a cinco familias manejaba ebrio y bajo efectos de la droga. El tipo no tiene que salir nunca de la cárcel. Ahí se tiene que podrir por asesino” expresó.
“Las rutas son terroríficas por los irresponsables como este; y porque también están en malas condiciones y con escasa iluminación” agregó.
“La verdad es que desconozco cómo está la causa porque no estoy en condiciones de andar en diligencias. Sólo espero que los jueces dicten una sentencia ejemplar, para que nunca más muera tanta gente por un asesino en el volante”, concluyó.
En la Colonia 1 la muerte de Carlos Cano, en el mismo percance, dejó huérfanos a cinco niños; mientras que la de Ignacio Garzón dejó sin papá a otros tres menores. El dolor por los vecinos fallecidos está vivo en el pueblo. Hay llantos que se agitan todos los días a la hora en que las víctimas regresaban a sus hogares. La ausencia golpea sin piedad.