Jonathan Martin and Alexander Burns - The New York Times
CASA GRANDE, Arizona.- Desde que se mudó a Arizona hace 15 años, Nieves Lorenzo vio crecer la cantidad de hispanos, pero solo se impusieron con vacilación como fuerza política. Luego llegó la candidatura presidencial de Donald Trump. “Ha despertado al gigante dormido”, dijo Lorenzo, originaria de Venezuela, parada en las oficinas locales de la campaña demócrata en esta localidad, en el desierto entre Phoenix y Tucson. Al alejar a mujeres, blancos instruidos y, los más significativos, bloques crecientes de grupos de minorías del Partido Republicano, Trump ha acelerado los cambios sociales y políticos que ya estaban en curso en dos regiones claves, el interior del oeste y la parte alta del sur, que no hace mucho tiempo se inclinaban hacia la derecha.
Ahora, aun cuando Hillary Clinton contiende con ansiedad demócrata inflamada por el renovado escrutinio a sus servidores privados de correo electrónico, estas zonas que fueron rojas _ una serie de estados que votaron dos veces por George W. Bush _ están proporcionando un insólito cortafuegos para su campaña. Los demócratas ya sienten una sólida confianza en la victoria en tres de ellos _ Colorado, Nevada y Virginia _ y creen que un cuarto, Carolina del Norte, también se vaya con ellos. Se añaden a la abrumadora ventaja del Partido en el Colegio Electoral, estos estados han impedido el camino de Trump para reunir los 270 votos electorales que necesita para ganar, lo cual ha limitado su capacidad para explotar las recientes vulnerabilidades de Clinton y lo ha obligado a pedir el apoyo improbable en sitios sólidamente demócratas, como Michigan y Nuevo México.
El cambio es tan crudo que los demócratas están presionando para conseguir la victoria en Arizona y Georgia, dos bastiones históricamente republicanos, en tanto que la posición de Clinton se tambalea en campos de batalla conocidos, como Ohio y Iowa. Clinton se ha movido agresivamente en Arizona y lo contempla como sustituto de cualquiera pérdida en el centro de Estados Unidos. Planeaba hacer campaña en Phoenix, junto con su compañero de fórmula, el senador Tim Kaine de Virginia, así como en Tucson, y ella y sus aliados han metido millones de dólares a comerciales en Arizona y Georgia, donde ven que es menos probable que pueda ganar.
Al contemplar la situación después de las elecciones, los republicanos temen que el dilema geográfico de Trump pudiera ofrecer un vistazo desalentador del futuro de su partido: a menos de que puedan recuperar electores a los que él ha alejado, las dos regiones de crecimiento más rápido del país podrían, definitivamente, seguir moviéndose hacia los demócratas.
“Creo que podríamos estar viendo que el piso se mueve bajo nosotros”, comentó el senador Tom Udall, demócrata de Nuevo México, parte de una de las familias políticas más persistentes del oeste. “Podría ser un gran punto de inflexión política”.
Sobre Trump, dijo: “Les ha hecho algún daño real a los republicanos en el ámbito nacional y en el oeste, por usar una retórica de lo más repugnante y enconada que hayamos tenido alguna vez en la política”.
Mientras Trump está haciendo una campaña con un dejo racial de restauración, prometiendo hacer que Estados Unidos vuelva a ser grandioso, los electores de las minorías en los estados que son cada vez más los que deciden las elecciones presidenciales, han estado trabajando para poder emplear el poder político que recién descubrieron.
En Nevada, que tiene las poblaciones de crecimiento más rápido de estadounidenses tanto de ascendencia hispana como asiática, los nuevos bloques de inmigrantes se han convertido en fuerzas motrices políticas. Los datos de las votaciones tempranas muestran a los demócratas con una ventaja tan clara en el estado que la contienda podría decidirse muchísimo antes del día de las elecciones.
“La gente que está organizada nunca antes se había organizado”, comentó el senador Harry Reid, el dirigente demócrata cuya carrera en el Congreso federal empezó cuando a Nevada se le asignó un segundo escaño en la Cámara de Representantes en 1982.
Muchos republicanos prominentes, alarmados por la candidatura de Trump y que están extremadamente familiarizados con los cambios que están ocurriendo en los grupos demográficos, creen que el Partido debe cambiar el curso de inmediato después de estas elecciones.
“Tienes que dejar de alejar a grandes porciones del electorado”, dijo el senador Cory Gardner, republicano por Colorado, quien le retiró el apoyo a Trump. “Y no solo me refiero a la comunidad hispana; hablo de hispanos, asiáticos, comunidades negras y mujeres”.
Trump, en tanto rostro del Partido Republicano, ha actuado como una especie de acelerador político en el sur y el Occidente, ayudando a los demócratas a movilizarse en suburbios demográficamente diversos alrededor de ciudades como Atlanta y Phoenix.
El senador Jeff Flake, republicano por Arizona, solo opina tan contundentemente sobre la necesidad de que el Partido expanda su alcance a la gente de los grupos de las minorías, y arguye que un ingrediente crucial para hacerlo es aprobar una reforma integral de la inmigración.
Los demócratas occidentales advirtieron que el Partido nacional no debería interpretar una victoria en el 2016 como la aprobación de una agenda fuertemente ideológica, tanto como un rechazo a Trump en una región cambiante.