Un viejo poeta, asiduo concurrente a las tertulias bohemias de la noche tucumana, solía decir que “si querés arruinar a un escritor mandalo a estudiar Letras”.
Puede que haya buenos escritores que se hayan convertido en docentes, pero es improbable que un docente de Letras termine siendo un buen escritor.
El conocimiento de la lengua y la literatura es una cosa, el talento es otra, eso lo sabemos, pero lo que este poeta sentenciaba iba más allá de esta diferencia: él desafiaba a la academia y la responsabilizaba de estropear a los talentosos.
Es que sólo los maestros enseñan, el resto a lo sumo transmite conocimiento.
Podemos estudiar historia del arte, todas las técnicas, escuelas y movimientos, pero para enseñar a pintar hay que saber pintar. Y eso no se aprende en los libros, ni mirando fotos, ni en los museos; esa magia está en las manos, en la cabeza y en el corazón y, también, en la suerte de poder trabajar junto a grandes maestros.
Cuando el whisky transformaba al poeta en boxeador, se calzaba los guantes de Muhammad Alí y disparaba frases a la mandíbula del que quisiera escuchar:
“Los profesores de letras son escritores frustrados y cuando detectan un talento en la clase no paran hasta frustrarlo”.
“La Facultad de Artes está llena de pintores fracasados, de actores mediocres y de borrachos que se creen artistas”.
“Los críticos de arte no sirven ni para decir cuánto cuesta un cuadro. Cuando quiero hablar de arte hablo con pintores y escultores. Lo mismo con los críticos de cine; no conozco gente más soberbia y resentida que un crítico de cine. No filman ni un cumpleaños pero te analizan a Bertolucci”.
“Cuando más cerca de la gente está el arte, más se aleja de la academia”.
Hoy nos preguntamos qué diría este escritor -cuya identidad reservamos por respeto a su memoria- sobre el Nobel de Literatura otorgado a Bob Dylan.
Es probable que hubiera experimentado sentimientos encontrados. Por un lado, quizás, hubiera celebrado, porque Dylan encarna a la anti academia, a la anti literatura de claustros, es el fundador de las canciones de protesta modernas, y un ícono en contra del sistema opresor y dominante. Además de ser un escritor descomunal.
Por otro lado, tal vez, no podemos estar seguros, hubiera afirmado que este premio ratifica su aseveración, como otros muchos veteranos de las letras, sobre que los jóvenes ya no leen ni escriben. “Le dan el Nobel a un músico porque ya nadie lee”, imaginamos que hubiera dicho, dos whiskies más adelante.
Y en este punto nunca coincidimos con el poeta, pese a las largas horas de debate.
Más lectores, no menos
A partir de los 80, con la masificación de los dispositivos audiovisuales y de internet, empezó a instalarse la idea de que los libros comenzaban a perder supremacía, lo mismo que los diarios y las revistas, y que los jóvenes estaban dejando de leer, sobre todo poesía, el género Cenicienta de la literatura moderna.
Analicemos primero los números fríos. Una película subtitulada tiene entre 5.000 y 10.000 palabras, según la cantidad de diálogos o voces en off que posea. Ningún cuento de Borges o de Chejov supera en palabras a la película más pochoclera.
Si una persona mira un filme o un capítulo de una serie subtitulada por día habrá leído en el transcurso de un mes el equivalente a una novela “gorda”. Aún si no lee los subtítulos, escuchará esa misma cantidad de palabras, muchas veces textuales de novelas o cuentos de la “alta literatura”.
Los jóvenes ven mucho más de una hora de TV por día, o de pantallas, sumadas a las horas que “leen” y “escriben” en WhatsApp, Facebook, Twitter, foros y correos electrónicos, entre otras redes y plataformas. Nunca antes en la historia de la humanidad una persona leyó y escribió tanto como hoy. Respecto de la calidad, es otro punto.
Suponemos erróneamente y con prejuicio que en la década del 60, sin internet y con pocos hogares con TV en la Argentina, los chicos leían masivamente a Borges o a Cortázar.
Estos escritores son muchos más conocidos hoy que en esa época y tan poco leídos como entonces. Siguen siendo consumidos sólo por una minoría.
¿Cómics o historietas? Mafalda sigue batiendo récords y ninguna historieta de los 70 vendió tantos libros como Gaturro, por citar dos ejemplos. Y el youtuber chileno Germán llevó más jóvenes que nadie a la Feria del Libro y vendió más ejemplares en tan poco tiempo que cualquier otro autor para adolescentes en la historia.
¿Acaso Mujercitas era más profundo que Hanna Montana? ¿O Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, mejor que Lost o cualquier película o serie de aventuras de hoy?
Por el contrario, los chicos hoy son menos ingenuos que antes. Están más informados y mejor formados y no están obligados a ver o a “quemarse la cabeza” con Bonanza, El Gran Chaparral o la Familia Ingalls, culpa de que había un solo televisor en la casa. Hoy fracasan en muchos exámenes, es cierto, pero con parámetros enciclopédicos, que poco sirven para el mundo actual. Google vale más que un millón de enciclopedias.
Hoy tienen menos cultura general en promedio, es verdad, pero poseen mejores conocimientos específicos.
Parecía el final
En los 60 comenzó, de forma incipiente, la debacle de la poesía escrita, al menos en apariencia. La verdad es que empezó a ser sustituida por las letras de las canciones. Letras de muy buena calidad (le acaban de dar el Nobel a uno de ellos) aunque también de pésimo gusto y nivel, lo mismo que siempre ocurrió con la poesía. Incluso, nos arriesgamos a afirmar que en términos de cursilerías, frivolidades y bagatelas de todo tipo, la poesía escrita supera por mares de tinta al rock, al jazz, a la trova, a los boleros, al tango y al folclore, por ejemplo.
Los jóvenes comenzaron a leer canciones, a recitarlas, a cantarlas, a “graffitearlas”, dibujarlas, citarlas y a escribirlas masivamente. Y si coincidimos en que Cambalache o Alfonsina del mar son poemas, entonces también vamos a coincidir en que nunca antes se leyó, escuchó, recitó y escribió tanta poesía como en la actualidad.
Joaquín Sabina, poeta contemporáneo de Dylan (se llevan ocho años), contó una vez que empezó a hacer canciones porque ya nadie leía sus poemas y así pudo volver a seducir chicas.
¿En qué se diferencian Neruda de Serrat? En que a Serrat lo leyeron y recitaron millones de personas más. Y gracias al catalán miles de personas más conocieron las poesías de Antonio Machado o de Miguel Hernández. O que gracias a Víctor Heredia muchos jóvenes supieron quién era Pablo Neruda.
Cuántas decenas de millones menos hubiéramos leído a Dylan si esas letras no tuvieran música. Cuántos no hubiéramos leído al genial Spinetta si sus poemas hubieran muerto en el estante de una librería.
Millones de personas que lloraron y se emocionaron con grandes letras, que se enamoraron o que las usaron para enamorar, que les hicieron pensar, cambiar de profesión, de país o de vida, que les hicieron cantar en la ducha, bailar bajo la lluvia, soñar despiertos, sufrir hasta los huesos, sentir ganas de matar o reír hasta que dolía. ¿No es eso la poesía?
Quizás este premio Nobel represente o sintetice esto, la transmutación cultural y generacional de Dylan Thomas hacia Bob Dylan. Y el reconocimiento, por fin, de que la poesía -y la literatura en general- en otros formatos y en diferentes plataformas, series o canciones, sigue más viva y apasionada que nunca.