Katie Hafner / The New York Times

La mujer del otro lado del teléfono hablaba alegremente sobre la primavera y sobre su cumpleaños número 81, que había sido la semana pasada. ¿Con quién lo celebraste Beryl?, le preguntó Alison, que tiene como trabajo escucharla. “Nadie, yo…”. Y con eso, la alegría de Beryl se transformó en desesperación. Su voz empezó a temblar mientras se daba cuenta que no solo había pasado su cumpleaños sola en casa, sino que hace varios días que no veía a nadie. La charla por teléfono fue la primera que tuvo en más de una semana.

Alrededor de 10.000 llamadas de ese estilo llegan semanalmente a una modesta oficina en Blackpool -en el noreste de Inglaterra-, que alberga a “The Silver Lines”, un centro de llamadas que funciona las 24 horas para adultos mayores que necesitan satisfacer una necesidad básica: contactarse con otras personas.

La soledad desbasta silenciosamente. En Inglaterra es vista como un problema de salud serio, que merece fondos públicos y atención nacional y así han surgido varios programas que buscan mitigar la falta de compañía de los mayores. Hasta los cuerpos de bomberos fueron instruidos para que, cuando realicen inspecciones domiciliarias, no solo se fijen en la seguridad contra incendios, sino también en signos de aislamiento social.

Declive funcional y cognitivo

La ciencia ha encontrado evidencia considerable que relaciona la soledad con enfermedades físicas y un declive funcional y cognitivo. La doctora Carla M. Perissinotto, geriatra de la Universidad de California, San Francisco, afirma: “Ya no es aceptable, ni ética ni médicamente, ignorar a los adultos mayores que se sienten solos y marginados”.

En Gran Bretaña y Estados Unidos, aproximadamente una de cada tres personas mayores de 64 años vive sola.

Neurocientíficos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) identificaron una región del cerebro que se cree que genera los sentimientos de soledad. La región, conocida como núcleo dorsal del rafe, o DRN (por su sigla en inglés) es conocida por su relación con la depresión.

Kay M. Tye y sus colegas descubrieron en su laboratorio que cuando los ratones se encontraban juntos, las neuronas de dopamina en el DRN se mantenían relativamente inactivas, pero cuando el ratón era dejado solo por un período corto de tiempo y después se lo volvía a reunir con sus pares, la actividad en esas neuronas resurgía. “Esta es la primera vez que encontramos un sustrato celular para esta experiencia”, dice Tye.

John T. Cacioppo, profesor de psicología de la Universidad de Chicago y director del Centro de Neurociencia Cognitiva y Social de esa universidad, estudia el tema desde la década del 90. Según el científico: “negar que te sentís solo es como negar que tenés hambre”.

El estigma tácito de la soledad se hace muy evidente durante las llamadas a The Silver Line. La mayoría de las personas llama para pedir consejo sobre, digamos, cómo cocinar un pavo. Muchos llaman más de una vez al día. Una mujer llama cada hora para preguntar la hora. Solo en raras ocasiones las personas hablaron francamente sobre la soledad. Aun así, el solo impulso de llamar a servicios como The Silver Lines es saludable, opinó Cacioppo.

En una tarde, Tracey, consejera de Silver Line, escuchó a su interlocutor de 80 años embarcarse en un viaje nostálgico por sus películas favoritas. El siguiente en llamar le tocó el tema “Oh What a Beautiful Morning,” en su armónica. Después habló un hombre de 88 años que tenía una avalancha de recuerdos para compartir. Tracey, que solía ser enfermera, escuchó pacientemente por 30 minutos.

Los empleados de Silver Line dejan en manos de quien llame mencionar si se siente solo o no. Aun así, los consejeros son entrenados para escuchar signos de soledad y, gentilmente, llevar la conversación en consecuencia, ofreciendo tal vez vincular a quien llamó con un “Amigo Silver Line”, que es un voluntario que llama semanalmente o que escribe cartas a quienes se lo solicitan.

Sophie Andrew, jefa ejecutiva de The Silver Line, dice que ella se sorprendió por la explosión de llamadas que recibieron al poco tiempo de empezar con el servicio, hace tres años. Actualmente, el centro recibe 1.500 llamadas al día. Cacioppo elogia esfuerzos como los de The Silver Line, pero advierte que el problema de la soledad es complejo y las soluciones no tan obvias. Eso quiere decir que una llamada puede servir para reducir los sentimientos de soledad temporalmente, pero no va a poder reducir los niveles de soledad crónica.

Cacioppo mostró que la soledad afecta varias funciones claves del cuerpo: se asocia con un aumento de los niveles de cortisol (hormona del estrés) y una resistencia vascular mayor, que puede elevar la presión arterial y disminuir el flujo sanguíneo a los órganos vitales. Además, las señales de peligro activadas en el cerebro por la soledad afectan la producción de células blancas de la sangre, lo que puede afectar la capacidad del sistema inmunológico para combatir infecciones.

La soledad es investigada a través de una mirada médica hace pocos años; antes era mirada a través de paradigmas psicológicos o sociológicos. Perissinotto, de la Universidad de California, decidió estudiar la soledad cuando empezó a sentir que había factores que estaban afectando la salud de sus pacientes que ella no estaba viendo.

Soluciones organizadas

Aunque la mayoría de las investigaciones sobre la soledad se llevan a cabo en Estados Unidos, Gran Bretaña se encuentra bastante más adelante en cuanto a encontrarle una solución. Además de las líneas telefónicas, hay organizaciones, como Open Age, que realiza alrededor de 400 actividades a la semana en el centro de Londres: círculos de costura, discusiones sobre eventos actuales, club de lectura, clases de gimnasia y computación. Visitan a la gente en su casa y tratan de motivarla para que salgan.

Las mujeres y los hombres reaccionan distinto ante la soledad. El 70% de las llamadas a The Silver Line son de mujeres. “Nosotros tenemos este tipo de orgullo masculino”, cuenta Mike Jenn, de 70 años, trabajador de caridad retirado que vive en Londres. “Nos decimos: yo puedo cuidarme solo, no necesito hablar con nadie. Y eso es una falencia total. No comunicarnos nos ayuda a morirnos”, concluye.