El radicalismo está a menos de 24 horas de meterse en un nuevo embrollo o de evitarlo, y de constatar si el liderazgo de José Cano sigue siendo indiscutido. Porque aunque se trate de un proceso natural de renovación de autoridades, lo que los correligionarios debaten por estos días es algo mucho más profundo: una crisis de identidad disimulada por el entusiasmo inicial de integrar la alianza que gobierna el país.
El 2007, año de la primera reelección de José Alperovich, fue el último en que el distrito local de la UCR compitió en soledad por el poder. En aquella ocasión, el ya fallecido ex rector de la UNT, Mario Marigliano, terminó quinto detrás de Alperovich, de Ricardo Bussi, de Esteban Jerez y del peronista Osvaldo Cirnigliaro. La UCR recogió unos 15.000 votos; es decir, el 2% del padrón. Cano, que ese año buscó su reelección como legislador, lo logró con casi 12.000 sufragios. Fue el único de esa agrupación en ese período. Desde entonces, fue forjando el partido a costa de alianzas. En 2011, se probó como postulante al Poder Ejecutivo y perdió por paliza: el Acuerdo Cívico y Social obtuvo unos 122.000 votos, muy lejos de los más de 520.000 de Alperovich. Pero sentó cuatro legisladores. Cuatro años después, en 2015, reunió a justicialistas disidentes para confrontar con el candidato alperovichista, Juan Manzur. En fórmula con Domingo Amaya, sumó 380.000 adhesiones mediante el Acuerdo para el Bicentenario y ubicó a ocho legisladores de su mismo grupo sanguíneo. En ese mismo lapso, Cano acudía a la Justicia Federal para validar su primera postulación como presidente de la UCR (en 2012, la carta orgánica se lo impedía); y en 2014 lograba que se derogara esa cláusula y evitaba las internas para reasumir. Hoy, ya como funcionario macrista, su conducción y el papel del partido que él moldeó vuelven a ponerse en tela de juicio.
Desde diciembre, al asumir como titular del Plan Belgrano, Cano resignó su función en la UCR y el legislador Ariel García aprovechó su ausencia para posicionarse. A medida que aumentó su rol de operador de Cambiemos en el NOA, el vicepresidente segundo de la Legislatura intensificó sus críticas hacia el lugar del radicalismo dentro de la coalición gobernante, y potenció su acercamiento al vicegobernador peronista, Osvaldo Jaldo. El último desaire lo sufrió en agosto, a un año de los escandalosos comicios. Cano, ya acostumbrado a un estilo personalista de conducción, banquineó cuando tres legisladores (García, Fernando Valdez y Raúl Albarracín) y el intendente de Bella Vista, Sebastián Salazar, le dieron la espalda. Ese mismo grupo, al que se sumó la diputada Teresita Villavicencio y cuenta con varios concejales del interior en sus filas, tiene intenciones de disputarle la presidencia en los comicios del 2 de octubre.
El dato más difícil de comprender es que Cano haya decidido no buscar su segunda reelección. Entiende que su lugar de líder de la oposición es indiscutido y que está por encima de las rencillas de entrecasa. Además, con los resultados de las últimas elecciones a la vista, considera que la estructura partidaria de poco le sirve para sus aspiraciones de luchar por la Gobernación en 2019. Para eso se escuda en el macrismo y apuesta a sostener la heterogénea alianza que se inició en octubre de 2007. Más extraño aún es que no llevará como candidata a titular de la Junta de Gobierno a Silvia Elías de Pérez, la otra opositora de mejor perfomance electoral el año pasado: la senadora prefiere mantener su cargo en la conducción nacional. Sin pesos pesados que traccionen, el canismo igualmente vaticina que le sobra espalda para retener el sello partidario. Se encolumnan los legisladores José Canelada, Rubén Chebaia, Adela Estofán, Luis González y Eudoro Aráoz (¿el candidato?) y los intendentes Mariano Campero (Yerba Buena) y Roberto Sánchez (Concepción). También hay dirigentes con pasado legislativo, como Jorge Mendía, Federico Romano Norri o José Ascárate. El intendente peronista Germán Alfaro, que disfruta de jugar en internas, los empuja.
Difícilmente se logre el consenso. El canismo no quiere dejar la presidencia en manos de García, y el legislador no está dispuesto a ser segundo de algún referente de menor plafón que le imponga Cano. El fin de semana volvieron a fracasar las negociaciones porque la pelea oculta otro trasfondo: en 2017 y en 2019 el radicalismo deberá rediscutir sus acuerdos para los comicios legislativos en el Congreso y para las provinciales. García ya agotó su reelección en la banca y Cano podría ser el elegido del macrismo para encabezar las listas de diputados el próximo año. Por eso, el reparto de escaños en la convención de la UCR será igual o más importante que el nombre del futuro presidente. Ese órgano definirá las pautas bajo las cuales el centenario partido acordará o no con sus aliados. El legislador García reniega del papel que le dejó el macrismo a una agrupación con 125 años de historia, y como aliado político de Jaldo en la Cámara, contará con el siempre oportuno impulso del oficialismo para “molestar” a Cano. Enfrente, el funcionario macrista sabe que no puede rifar la estructura de Catamarca al 800 justo cuando aspira a llegar fortalecido para su tercera candidatura a gobernador. Uno, Cano, apeló a las mañas peronistas para sumar poder en esta década y estremecer al alperovichismo: alianzas alejadas de cualquier ideología, candidaturas múltiples y testimoniales, y acoples. El otro, García, es el radical que más se parece a un peronista -como ya lo dijo el columnista Indalecio Sánchez- y que más simpatiza con el vicegobernador, un hombre siempre dispuesto a sacar provecho de los desamores de terceros. Con esos antecedentes, discernir qué UCR se avecina es tan difícil como hacer un pleno en la ruleta. Porque la UCR, en los últimos años, pasó de ser una feria de saldos y retazos a una quermés repleta de puestitos con ofertas para todos los gustos.