Se han metido en un cañaveral porque aman lo que hacen. ¿Habrá algo más valioso, en este efímero mundo, acaso? Aman la sensación del viento pegándoles en la cara. Aman saberse capaces de ir hasta donde sus piernas los quieran llevar. Aman el barro que salpican a su paso. Aman las cimas, esas donde se detienen a respirar. Han aprendido a ser valientes y equilibristas, solitarios y compañeros. Este domingo, cuando en Tucumán se corra el Trasmontaña -una carrera de mountain bike que carga con la fama de ser de las más duras y multitudinarias de América latina- ellos (y cientos más) sentirán, otra vez, eso que aman: pedalear con el cuerpo, primero; con el alma, después, y con el corazón, al final.

- Yo iba al gimnasio. El día que me sacaron a correr, dije: ‘chau, no entro más’. Después empecé con la bici. Hoy, pedaleo todos los días- dice Leo D’Agostini. Es la hora de la siesta. Él, siete compañeros suyos y el entrenador se encuentran en una plantación de caña de azúcar, en la ciudad de Yerba Buena, a unos pocos kilómetros de San Javier, donde en unos días se largará la competencia que atraviesa la selva tucumana. Y mientras se preparan para la fecha, cuentan que todos tienen una idea sobre lo que es pedalear, en la que coinciden: la bicicleta les ha cambiado la vida. Los ha transformado. Ha transformado sus pensamientos, su ánimo, su espíritu. El modo en que se relacionan con los demás. Hasta los números que pesan en la balanza. Cuando se presenta, el instructor Rodrigo Martínez Pardo, por ejemplo, dice que tiene 39 años, esposa, dos hijos y tres bicicletas. Aunque lo diga en broma, sus entrenados saben que -en rigor- es un adicto al ciclismo. Luis Manuel Pondal representa otro caso: se va de vacaciones sólo a lugares donde pueda llevar su bicicleta. “Es un pasajero más en el auto”, dice, con un gesto menor. Como si fuera algo natural. Y en realidad, lo es. La convivencia con la bicicleta es eso, una convivencia.

Mientras Leo espera a que llegue su mujer, Sol Carbonell, (ambos se entrenan en el grupo), añade que el ciclismo te enseña a concentrarte: “mientras adás, no podés pensar en otra cosa. Tenés que estar pendiente del camino”. Álvaro Viola acota que la bicicleta le resulta terapéutica; “uno se tranquiliza”. A sus 28 años, Matías Ladrón de Guevara es uno de los más jóvenes del grupo (la media de ésta escuela -y de todas, en general- va desde los 35 años hasta los 45 años). Según él, con esto se aprende, también, a tener una disciplina. Y la disciplina es necesaria en la vida, piensa.

Por lo visto, para estas personas, las palabras bicicleta y placer van unidas. Bicicleta y adicción, también. Bicicleta y matrimonio, ¿por qué no? Además de la pareja conformada por Leo y Sol, por estas sendan pedalean los esposos Karina Ayunta y Julián Garma. Ella -43 años, santiagueña-, cuenta que empezó hace unos años. Como a su marido no le gustaba que saliera a andar con otros hombres, se sumó. “Esto nos ha unido. La pasamos bien juntos. Nos organizamos con los chicos, con la casa, con las salidas. Quién lava las bicis. Quién lava la ropa”, dice. Entonces llega Sol, y relata su historia: nunca antes había hecho deportes. Hasta que, a los 35 años, se decidió. Le llevó meses vencer la vergüenza de ser, siempre, la última. Hoy, dice que “se puede”. Que es cuestión de voluntad. 

En fin, podríamos seguir oyendo testimonios toda la siesta, pero los ciclistas deben volver a sus obligaciones. Alvaro el biker debe convertirse en Alvaro el ingeniero. Sólo resta escuchar a Pedro Bormida, que se ilusiona con terminar la carrera en tres horas. Y si pedalear es el camino para transformarnos, entonces pedalee Pedro, pedalee.


A dias del 23° Trasmontaña un grupo de bikers muestran los puntos más hermosos y emblemáticos del cerro San Javier: La cascada del río Noque, La Antena y Las Salas. Foto de Alejandro Gosse
Será el Trasmontaña más duro de la historia. La subida hacia Alto Maciel -el punto más elevado de la prueba- con 1.478 metros sobre el nivel del mar, obliga a los instructores de mountain bike a diagramar un plan de carrera junto a sus dirigidos, tramo a tramo. LA GACETA / Fotos de Diego Aróaz
Será el Trasmontaña más duro de la historia. La subida hacia Alto Maciel -el punto más elevado de la prueba- con 1.478 metros sobre el nivel del mar, obliga a los instructores de mountain bike a diagramar un plan de carrera junto a sus dirigidos, tramo a tramo. LA GACETA / Fotos de Diego Aróaz
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