Un tren furioso, arrollador, impetuoso: Fito Páez ostentó en Tucumán la fuerza y la energía de una potente locomotora y, ni bien se abrió el telón del Mercedes Sosa, atrajo al público a su carril y lo condujo a un formidable viaje al pasado. No fue una retrospectiva melancólica, con dejos tristes o la sensación del tiempo irrecuperable: fue una auténtica celebración de la carrera pródiga del rosarino, con los 30 años de “Giros” como pretexto para repasar (para cantar, para bailar, para ovacionar) algunos de sus clásicos de siempre.
La apertura con “Giros” seguida de “Taquicardia” hizo sospechar que en el recital se respetaría el orden de las canciones del álbum homenajeado. Y así fue: los nueve temas de aquella joya surgida en 1985 se respetaron en su linealidad, con dos momentos de profunda emoción (en “11 y 6” y “Cable a tierra”) y una noticia que nadie había pronosticado: la entrada de Fabiana Cantilo, que apareció para hacer los coros de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
La presentación de esa “diosa cósmica”, como él la definió, y alguna que otra frase suelta (“qué hermoso es estar en esta sala, Mercedes Sosa, mi amor”) fueron los únicos paréntesis entre canción y canción: el convoy Páez no contempló casi paradas y a menudo el final de una canción -en versiones rimbombantes, prolongadas- se mechaba con el inicio de la siguiente. Todo esto instrumentado por una banda solidísima e impecable, meticulosa en sus arreglos ochentosos y a la altura del genio que tiene al frente.
Combustión espontánea
¿Y después de “Giros”, qué? Ya sin guión, Fito fue saltando adelante y atrás en el tiempo. Se calzó como vincha los lentes negros que hasta entonces le habían tapado los ojos y arrancó con “Yo te amo”. De a ratos era posible abstraerse y verlo sin sonido: el gesto tan suyo con las manos cuando se sienta al teclado, el latigazo que hace con la cabeza en los momentos de trance, los movimientos espasmódicos de su cuerpo para marcar el ritmo. Una leyenda del rock nacional erigiéndose a la vista de todos; Páez en combustión espontánea.
En medio de temas como “Naturaleza sangre”, “Instant-táneas”, “Lejos de Berlín” y “A las piedras de Belén” -todas con la energía altísima- hubo espacio para dos sorpresas más: un fragmento de “Fanky”, de Charly García (“gozá nena, gozá, que se va muy rápido”, arengó); y una presentación solista de Cantilo, que interpretó “Payaso”. Versiones alucinantes de “Circo Beat”, “Polaroid de locura ordinaria” y “Ciudad de pobres corazones”, ya con el público totalmente ajeno a la solemnidad de las butacas y aunado a los pies del cantante, marcaron una de las curvas finales del trayecto del tren.
Páez dijo despedirse, pero nadie se creyó la intentona: todavía faltaban varios clásicos. Volvió para estremecer a sus pasajeros con “Brillante sobre el mic”, agitarlos con “A rodar mi vida” e invitarlos a volar en la “Mariposa tecknicolor”. Una sola ovación se repartió entre todos estos hasta el tema definitivo, “Y dale alegría a mi corazón”, cantado varias veces a capella por la banda y el teatro completos.
“Inolvidable, inolvidable”, repetía Fito, ya en los aplausos finales. Y se sabe que el experto en encontrar los adjetivos justos es él.