El sistema de organización de la bodega comunitaria Los Amaichas es simple, al menos de describir. Los 40 comuneros asociados a la producción se encargan de cultivar las uvas y luego de la vendimia las venden a la bodega. Ellos cobran un adelanto de dinero según la cantidad de uvas (este año pagaron $8 el kilo) y luego de las ventas del vino reparten un porcentaje de las ganancias. Simple de enunciar, pero no tanto de organizar, teniendo en cuenta que se busca un vino parejo y de calidad óptima que conquiste mercados internacionales.

El director de esta orquesta es Agustín Lanús, un enólogo que se ha puesto frente a la línea de producción y comercialización de Sumak Kawsay, el vino que acaba de nacer bien cerca del cielo. Es ingeniero agrónomo, porteño viajado por el mundo tras los pasos del vino y ahora está instalado en Cafayate, donde lleva adelante tres proyectos vitivinícolas propios. Para él, hay dos desafíos primordiales en la bodega Los Amaichas: la lógistica (sincronizar la cosecha y el traslado de la fruta hacia la bodega) y aumentar el rendimiento de la tierra. “El acompañamiento es fundamental. Estamos todo el año capacitando en cómo podar las plantas, en las formas de cosechar, en el traslado de la fruta... Es un trabajo grande, pero estamos convencidos de que va a tener grandes frutos”, dice Lanús.

Según el enólogo, la calidad y la personalidad del vino amaicheño compensa, al menos en esta primera experiencia, los bajos rindes de la tierra. La comparación con Cafayate es inevitable: a 2.200 metros sobre el nivel del mar, Amaicha se ubica a 400 metros por encima de la vecina salteña. “Los problemas que se presentan en los cultivos en Amaicha son maravillosos. La uva se enfrenta a condiciones más extremas de sol, por lo que se tensiona y desarrolla una cáscara más dura, y un vino más intenso, oscuro. El sabor es más especiado y se encuentran notas de frambuesa, mora, arándanos y frutos secos”, describe.

Una ventaja, que al mismo tiempo requiere de cuidados especiales, es el viento en Amaicha. “El viento y el clima seco son grandes defensas frente a las plagas. El gran problema de la vid es la humedad, porque las uvas están muy amontonadas en los racimos, entonces se generan hongos y proliferan insectos, pero eso acá no pasa. Entonces no usamos pesticidas porque el clima es el pesticida natural”.

Patero recargado

Dos varietales de vino se producen en la bodega comunitaria Los Amaichas: el malbec y el criolla. El primero ha sido introducido hace pocos años, cuando se comenzó a fortalecer la producción vitivinícola en Amaicha; el segundo se elabora con las vides criollas que cultivan desde hace siglos los amaicheños en sus casas y que siempre fueron usadas para consumo de mesa y para la elaboración del vino patero. De poca cáscara y mucha pulpa, esa uva da un vino claro, casi rosado y con un sabor que remite al vino patero, pero seco, porque ahora usan otras levaduras. “Es la uva que lleva siglos acá y que se ha adaptado al clima y a la tierra. Aguanta todo. Es una verdadera ‘perla enológica’, como la llamamos nosotros. La gente del lugar siempre hizo con ella vino patero, pero ahora estamos produciendo un vino de más calidad. Este va a ser el vino estrella de la bodega, el sello distintivo, no el malbec. Acordate de lo que te digo”, desafía Lanús.

La bodega tiene capacidad para 50.000 litros y planean ampliarla para producir más vino. Pero todavía está hay que incrementar el rendimiento de los cultivos. “Entre las cosechas 2015 y 2016 juntamos 40.000 kilos de uva. El rendimiento estimado es de 1.000 kilos por hectárea de uva malbec y 500 en el caso de la uva criolla. En Mendoza el rendimiento puede llegar hasta 10.000 kilos por hectárea... la diferencia es abismal. Por eso nuestra apuesta debe ser y es la calidad”, detalla el enólogo cuando se le consulta por el precio del vino que, en bodega, el lunes se vendía a $200. “Tiene que aumentar, la vamos a vender a $250, porque es una producción exclusiva”, retrucó.

Lanús tiene pensado insertar el vino Sumak Kawsay en los circuitos más selectos del país y del mercado internacional. “Cuando se vende vino, se vende historia -explicó-. Este es un vino hecho por el pueblo indígena de Amaicha, que se opone a todo lo egocentrista del mundo del vino: todo enólogo quiere poner su nombre y ser dueño de un vino, pero acá es al revés, es trabajo colectivo. Y eso vende”.