Por Alfredo Ygel - Para LA GACETA - Tucumán
El 6 de mayo de 1856 nacía en Frieberg (Moravia), en el Imperio Austro-Húngaro, Sigmund Freud, el hombre que asestó una de las tres grandes heridas que recibió el narcisismo colectivo de la humanidad. El primer golpe lo realizó Copérnico al postular que la tierra no es el centro del universo. Fue Darwin quien le asestó una nueva hendidura al sostener que el hombre no es una creación especial, sino que es un eslabón más en la cadena de la evolución de las especies vivientes. La tercer herida narcisista la realizó Freud al postular que el hombre no es el amo de sus pensamientos, que no maneja el hilo de sus acciones, sino que está gobernado por fuerzas desconocidas. El padre del psicoanálisis llevó a la dignidad del concepto eso que constatamos en la vida cotidiana: que cuando hablamos no sabemos lo que decimos, o que realizamos actos contrarios a lo que nos habíamos propuesto en nuestra voluntad consciente. ¿Cuántas veces nos sucede que decimos más de lo que queríamos decir o menos de lo que pretendíamos? ¿En cuantas situaciones registramos que lo que hicimos no se correspondía a lo que deseábamos hacer, o que realizamos un acto contario a nuestro pensamiento o voluntad? El descubrimiento freudiano del Inconsciente significa que estamos determinados por fuerzas y motivaciones que se presentan incógnitas a nuestra conciencia, que nuestros actos obedecen a causas que ignoramos.
Lo que Freud dejó a la humanidad es un saber sobre esas fuerzas desconocidas que determinan gran parte de nuestra vida. Eso que permanece oculto impulsa nuestras elecciones amorosas, nuestros éxitos y fracasos o los avatares de nuestra vida afectiva y laboral. Asimismo determina la forma en la que nos relacionamos con aquellos que amamos, los odios a veces incomprensibles que se desencadenan en cada uno de nosotros, el modo como tratamos a nuestros semejantes o la forma en que nos hacemos tratar por los demás. En nuestra clínica vemos aparecer sujetos que padecen de angustias, inhibiciones y síntomas que solo encontrarán alivio en la medida en que cada uno descubra la verdad que permanece desconocida, ese saber no sabido que guía nuestros actos y preside nuestros pensamientos.
La hazaña freudiana fue no solo crear un crear un método de investigación del psiquismo que posibilitó descubrir esa verdad que anida en cada ser humano, sino la de inventar el dispositivo de la cura psicoanalítica que permite al sujeto salir de su padecimiento y liberarse de aquello que lo mantiene atrapado en su patología impidiéndole alcanzar el goce de la vida.
Supervivencia
Borges decía que un hombre está verdaderamente muerto cuando muere a su vez el último de los hombres que lo ha conocido. No hay dudas que a 160 años de su nacimiento ya no hay hombres que habiendo conocido a Freud continúen con vida. Lo que sí es seguro es la supervivencia de Freud en lo más valioso que puede dejar un hombre: su obra. Esta se transmitió no solo en la escritura de los más de 20 volúmenes de sus obras completas, sus más de 300 artículos, la gran cantidad de notas, borradores, agendas, dedicatorias, anotaciones, sus más de 20.000 cartas, sus entrevistas. Además Freud se transmitió en la gran cantidad de Instituciones Psicoanalíticas y de formación de analistas dispersas por casi todo el mundo occidental dando cuenta de la riqueza de su legado. Pero en lo que fundamentalmente su obra se transmitió es en haber brindado una nueva luz sobre los grandes enigmas de la humanidad, en aquellas cuestiones que permanecían ocultas desde la noche de los tiempos: la complejidad del deseo humano, el enigma y los avatares de la sexualidad, el conflicto insoluble en el lazo social, la posibilidad de la palabra y de los recursos simbólicos para enfrentar la emergencia de lo real de la vida.
La vigencia del descubrimiento freudiano podemos atribuirla a que fue quien asignó a la subjetividad un lugar central en la vida de los hombres. Pero su permanencia e influencia fue efecto de lo que la cura psicoanalítica posibilitó, permitiendo a quienes atravesaron la experiencia del Inconsciente liberarse de sus síntomas psicopatológicos, al producir el desocultamiento de su verdad y extraerlo de lo que lo mantenía en sufrimiento.
Un maestro sobrevive por su obra, por el recuerdo que tienen de él quienes le sobreviven y continúan su camino siguiendo su enseñanza, abriendo nuevas sendas sobre las rutas que él trazó. Freud sobrevive en cada uno de los analistas que se apropiaron de sus conceptos del psiquismo y sus avatares, de quienes continúan practicando el psicoanálisis apostando a transitar la angustia como modo de liberarse del sufrimiento, resistiendo a las celadas del confort que hoy ofrecen las falsas salidas de las farmacopeas milagrosas que ofrece el mercado de los laboratorios. Permanece vivo allí donde cada analista reinventa el psicoanálisis en cada análisis que sostiene frente a las nuevas formas del malestar en la cultura y el sufrimiento psíquico. Sobrevive en cada analizante que, en la travesía de un análisis, encuentra la verdad que lo determina para así adueñarse de los destinos de su vida. Así, cada analista, cada analizante, hace suyas las palabras que el gran novelista alemán Stefan Zweig pronunció como oración fúnebre luego de la muerte del maestro vienés, acaecida el 23 de Septiembre de 1939 en Londres, cuando sus cenizas se depositaron en una crátera de la antigua Grecia: Gracias por los mundos que nos has abierto y que ahora recorreremos solos, fieles para siempre y venerando tu memoria, Sigmund Freud, el amigo más precioso, el maestro adorado.
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Alfredo Ygel - Psicoanalista.
Profesor de la Facultad de Psicología de la UNT.