Jane E. Brody / The New York Times

A fin de parar la presente epidemia de obesidad, no se puede discutir con el adagio de que una onza de prevención vale una libra de cura. Como sabe demasiado bien todo adulto con sobrepeso, deshacerse de los kilos de más y mantenerse sin ellos es mucho más duro que ganarlos, para empezar. Sin embargo, asegurar una generación joven más esbelta y más saludable pudiera requerir que los esfuerzos empiecen incluso antes de que nazca el bebé.

La mayoría de los bebés son esbeltos al nacer, pero para cuando llegan al jardín de niños, muchos han adquirido exceso de grasa corporal que sienta las bases para un problema de peso a largo plazo.

Estudios recientes indican que la razón por la cual tantos niños estadounidenses terminan con sobrepeso es mucho más complicada que el consumo de más calorías de las que queman, aunque esto es ciertamente un factor de importancia. Más bien, prevenir que los menores adquieran grasa corporal excesiva pudiera tener que empezar incluso antes de que sus madres se embaracen.

Trayectoria

Algunos investigadores están rastreando los orígenes del exceso de peso y la obesidad incluso hasta el peso previo al embarazo de la madre y el padre del menor, y sus explicaciones van más allá de la sola herencia genética. Se conocen 23 genes que incrementan el riesgo de volverse obeso. Estos genes pueden actuar en las primeras etapas del desarrollo para acelerar el aumento de peso en la infancia y durante la infancia intermedia.

En la trayectoria usual del peso, los niños nacen esbeltos, se vuelven regordetes durante la infancia y después se vuelven esbeltos de nuevo como infantes, cuando van creciendo y se tornan más activos. A los 10 años aproximadamente, la grasa corporal aumenta en preparación a la pubertad, fenómeno llamado repunte de adiposidad.

En niños con genes de obesidad, “el repunte de adiposidad ocurre antes y es más alto”, notó el Dr. Daniel W. Belsky, epidemiólogo en la facultad de medicina de la Universidad Duke. “Ellos dejan de volverse esbeltos antes y empiezan a adquirir grasa antes, así como a adquirir más de ella”.

De cualquier forma, estudios de gemelos y familias han mostrado que muchos niños con estos genes siguen delgados. Lo que es más, estos mismos genes existían indudablemente en las décadas de los 60 y 70, cuando la tasa de obesidad entre niños representaba una fracción de lo que es actualmente.

Sin retorno

¿Entonces, qué es diferente con respecto a la década de 2010? Los menores actualmente están rodeados de un exceso de alimentos nada saludables, de fácil consumo y densidad de calorías, así como bocadillos, acompañado de un déficit de oportunidades para quemar esas calorías adicionales mediante actividad física con regularidad. Además, actualmente es más difícil contrarrestar un ambiente sedentario y rico en calorías de lo que debería, con el presente énfasis pesando en aspectos académicos, la renuencia de los padres de familia a dejar que los niños jueguen afuera sin supervisión e intensa competencia de aparatos electrónicos. Todas estas circunstancias pudieran darles a los genes de la obesidad una mayor oportunidad de expresarse.

“Ya no hay regreso a un mundo en el cual las calorías escasean y obtenerlas es exigente en términos físicos”, escribió Belsky en un editorial de la revista JAMA de Pediatría. “Además, gobiernos y sus poblaciones han mostrado escaso entusiasmo por regulaciones que restringen acceso a alimentos paladeables y saturados de calorías”.

Es crucial reducir el consumo de bebidas azucaradas y mantener comida chatarra de alto contenido calórico fuera de la casa y otros ambientes donde pasan tiempo menores de edad. Esto es de importancia particular para infantes y niños con enorme apetito que no quedan satisfechos con facilidad.

Niños activos

También es esencial que los padres de familia presenten un modelo de buenos hábitos de alimentación, coinciden los expertos. “Si usted lo hace, ellos lo harán”, dijo David S. Ludwig, especialista en obesidad por el Hospital Infantil de Boston. “Los niños pequeños son como patitos: quieren hacer lo que hacen sus madres”.

A la vez, destacó Belsky, es “permitir que los niños en ambientes institucionales -en cuidado diurno, preescolar y escuela primaria- sean tan activos como lo elijan, en vez de obligarlos a sentarse en silencio en sillas durante la mayor parte del día. Estar físicamente activo fomenta un metabolismo saludable. Los niños activos no están hambrientos constantemente”.

Agregó: “En vista de la epidemia de obesidad, es una vergüenza eliminar el puñado de oportunidades para que los niños estén activos durante el día. La conducta sedentaria se torna patrón de vida”.

La figura del padre

Otro tema crucial es el círculo vicioso del sobrepeso que empieza con futuras madres y padres que presentan sobrepeso u obesidad. “Si queremos niños saludables, necesitamos mamás saludables antes del embarazo y durante el embarazo”, dijo Belsky. “Hay múltiples caminos mediante los cuales niveles de peso nada saludables antes y durante el embarazo pueden influir sobre el peso del menor de ahí en adelante”.

Como explicó Ludwig: “Si bien los genes no son modificables, sí lo es el peso de la madre antes y durante el embarazo. El aumento excesivo de peso durante el embarazo predice no solo el peso del bebé al nacer, sino también la probabilidad de obesidad en la infancia intermedia”.

Resulta que el peso del padre también es importante, dijo Ludwig. “Factores adquiridos influyen sobre la expresión genética”, dijo. “Ser pesados altera el ADN en el esperma que cambia la expresión de genes y puede ser transmitido a la siguiente generación”.

“No quiero comer eso”

La mayoría de los estudios han vinculado una duración mayor del amamantamiento con un riesgo menor de sobrepeso en los niños. Si bien Ludwig dijo que el efecto “no es drástico”, un beneficio de mayor importancia de dar el pecho pudiera ser la “exposición del bebé a una gama más amplia de sabores con base en lo que su madre esté comiendo. Si una madre lactante come una gran variedad de alimentos nutritivos, es más probable que le gusten al menor”.

Sin embargo, la administración de antibióticos en las primeras etapas de la vida pudieran contrarrestar cualquier beneficio potencial del amamantamiento para el aumento de peso, arrojó un nuevo estudio. Investigadores en la Universidad de Helsinki en Finlandia informaron que cuando infantes en lactancia son atendidos con antibióticos, los antibióticos matan bacterias que promueven la salud y viven en el intestino. “Los efectos protectores de la lactancia en contra de infecciones y sobrepeso fueron debilitados o eliminados por completo por el uso de antibióticos en las primeras etapas de la vida”, escribió el equipo en JAMA Pediatría el mes pasado.

Incluso si los niños ya empezaron por la senda de hábitos alimentarios deficientes y exceso peso, Ludwig dijo que no es demasiado tarde para hacer cambios saludables. Como fundador del programa Peso Óptimo de por Vida y autor de “Poniendo fin a la lucha con la comida: Conduzca a su hijo hacia un peso saludable en el mundo de la comida rápida y comida falsa”, él promueve un estilo parental autoritativo, mas no autoritario, que elimina el estrés y conflicto en torno a qué y cuándo come un menor. “Nunca obligue a comer a un niño”, insiste. “Mantenga su posición de una manera gentil pero firme, y prepárese para negociar un poco. Cuando un niño se niega a comer la comida servida, guárdela en el refrigerador para comerla más tarde. Si el niño dice ‘No voy a comer eso’, la respuesta debería ser, ‘Está bien, solo ve a la cama’, no ‘De acuerdo, te prepararé macarrones con queso’.

“A los niños debería permitírseles controlar sus cuerpos, pero los padres tienen que proporcionar la guía y controlar el ambiente”, destacó Ludwig.