La visita de figuras de la cultura o de diferentes ramas de las artes eran esperadas en Tucumán con gran expectativa. De la misma manera que las compañías teatrales colmaban las salas a lo largo de sus presentaciones los escritores o intelectuales que nos visitaban hacían lo mismo: llenaban las instalaciones de las sociedades Alberdi y Sarmiento.

En el marco de los actos que se llevaron a cabo por un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, en 1936 las dos conferencias del escritor y poeta Arturo Capdevila tuvieron un marco imponente. El público desde hora temprana esperaba la apertura para ingresar a la sala que en minutos quedaba totalmente ocupada sin que pudiera entrar alguna persona más.

El odio al libro

El escritor cordobés llegó a Tucumán para hablar sobre “El odio al libro”. Entre el público se destacaba la figura del gobernador Miguel Campero. Los presentes junto a un coro mixto y acompañado por la orquesta de cuerdas de la Academía de Bellas Artes bajo la dirección de Alex Conrad entonaron las estrofas del Himno Nacional.

El cronista se refirió a la charla de la siguiente manera: “inútil tratar de resumir en una breve crónica la conferencia, pues ella fue no sólo conceptos, sino también una forma muy particular y muy propia de expresarlos: la del poeta enamorado del idioma y de las expresiones originales y elegantes. Aun cuando lográramos presentar sus ideas, siempre se nos escaparía el encanto sutil que sabe dar a sus palabras y el cual impresionara al auditorio. Y destacó: no podemos dejar pasar por alto sus conclusiones, crudas a veces, pero efectivamente reales sobre la escasa preocupación del habitante de nuestro país por instruirse en el libro”.

Ya era tarde. Se indicaba que era cerca de la medianoche del 24 de mayo cuando Capdevila dejó la Alberdi para dirigirse hasta nuestro diario donde departió por poco tiempo con miembros de la redacción.

El escritor ya había visitado nuestra provincia antes cuando aún era un estudiante, y sus vivencias, como las generadas en otras recorridas, quedaron plasmadas en el libro “Tierra mía”. Las impresiones deben haber sido generadas en plaza Independencia y se expresaban así: “tardes fragantes, olor a Cantar de los Cantares. Tarde que viste de blanco el azahar. Las niñas de sociedad van y vienen de un extremo a otro por un solo costado de la plaza, hasta que entra la noche”.

En la Sarmiento

Al día siguiente, el mismísimo 25 de Mayo, el salón de la Sarmiento presentó un lleno total, hasta hubo personas en los pasillos. Algunos viendo la imposibilidad de escuchar la conferencia decidieron dejar el lugar. El coro de señoritas del Instituto Musical de Tucumán cantó el Himno para luego interpretar “El cantar del arriero”, “El lunar” y “Consejo” de Enrique Casella. Tras las presentaciones de rigor Capdevila comenzó su exposición “Sarmiento en Chile, entre un gran cuerdo y un gran loco”. La nota relataba: “consideró la vida del autor de Facundo durante su estadía en Chile, citando al respecto numerosas anécdotas poco menos que desconocidas para todos. Al escucharlo, el público tuvo la impresión de que estaba leyendo una de las mejores páginas del gran poeta cordobés, pues su manera de hablar y su estilo literario corren parejos en atildada pulcritud”. Los aplausos de la multitud se prodigaron a lo largo de la noche y uno de mayor magnitud se escuchó al finalizar la charla.

Capdevila fue un prolífico autor de poesía, teatro y prosa. Algunas de sus obras poéticas son: Jardines solos (1911), Melpómene (1912), El poema de Nenúfar (1915), El libro de la noche (1917), El libro del bosque (1948), La fiesta del mundo (1921) y Los romances argentinos (1950). En teatro es autor de La sulamita (1916), La casa de los fantasmas (1926), El divino marqués (1930), Cuando el vals y los lanceros (1937), entre otras.

En referencia a la obra de Capdevila, Ángel Mazzei señalaba: “pienso que este don de oralidad se instaló en toda su creación y se registra en los géneros más diversos: la poesía, la narrativa, preferentemente la crónica; la historia con buen acopio de biografías; el teatro; la gramática y lexicografía, la filosofía, el derecho, y los aportes finales a la medicina”.

Una figura que no sólo se destacó en el campo de las letras ya que fue abogado, magistrado, docente y filósofo. Su producción, que abarca 80 libros (de los cuales un cuarto son de poesía), se inició en 1911 con Jardines solos y se cerró con un homenaje a su colegas como fue Alta memoria, publicado por la Academía Argentina de Letras de la que fue miembro.


Una figura clave para las letras
Nació en Córdoba el 14 de marzo 1889. Fue poeta, dramaturgo, narrador, ensayista, abogado, juez, profesor de filosofía y sociología e historiador argentino. Su primer libro, Melpómene, de tono elegíaco, despertó gran interés; un poema incluido en él, Santificado seas, contiene valores perdurables y ha sobrevivido a las modas literarias. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1920, 1923 y 1931. La Sociedad Argentina de Escritores le dio el Gran Premio de Honor en 1949. Fue miembro de la Academia Argentina de Letras y miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua. Además de miembro y presidente de la Academia Nacional de Historia en 1959. Su libros abarcaron temas históricos desde Juan Manuel de Rosas pasando por Dorrego o José de San Martín o las Invasiones Inglesas; así como cuestiones literarias o del castellano. Ejerció la docencia media y universitaria en la Universidad de Buenos Aires y en la de La Plata. También abarcó temas de índole médico general y pediátrico, además de nutricionales. Murió en Buenos Aires el 20 de diciembre de 1967. La necrológica de La Nación expresó: “fue un escritor estremecido de sensibilidad para todo lo humano. La tierra y el hombre argentinos le interesaron de un modo directo y emotivo. La palabra patria tenía en él resonancias especiales”. Por su parte LA GACETA señalaba: “en sus romances históricos recreó nuestro pasado dándole un tono cálido y humano”.

Una figura clave para las letras

Nació en Córdoba el 14 de marzo 1889. Fue poeta, dramaturgo, narrador, ensayista, abogado, juez, profesor de filosofía y sociología e historiador argentino. Su primer libro, Melpómene, de tono elegíaco, despertó gran interés; un poema incluido en él, Santificado seas, contiene valores perdurables y ha sobrevivido a las modas literarias. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1920, 1923 y 1931.

La Sociedad Argentina de Escritores le dio el Gran Premio de Honor en 1949. Fue miembro de la Academia Argentina de Letras y miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua. Además de miembro y presidente de la Academia Nacional de Historia en 1959.

Su libros abarcaron temas históricos desde Juan Manuel de Rosas pasando por Dorrego o José de San Martín o las Invasiones Inglesas; así como cuestiones literarias o del castellano. Ejerció la docencia media y universitaria en la Universidad de Buenos Aires y en la de La Plata.

También abarcó temas de índole médico general y pediátrico, además de nutricionales. Murió en Buenos Aires el 20 de diciembre de 1967. La necrológica de La Nación expresó: “fue un escritor estremecido de sensibilidad para todo lo humano.

La tierra y el hombre argentinos le interesaron de un modo directo y emotivo. La palabra patria tenía en él resonancias especiales”. Por su parte LA GACETA señalaba: “en sus romances históricos recreó nuestro pasado dándole un tono cálido y humano”.