1. Víctor Chocobar habla con la seguridad del que ya ha transitado la experiencia. Esto es lo que va a pasar, dice: “después de verlo se te va a ir el sueño, el hambre, el cansancio, toda sensación negativa. Lo más probable es que no duermas. Quizás tengas que escribirlo todo inmediatamente, sólo para volver a vivir el show. Así quedé yo en 2010, después de River: amanecí escuchándolo otra vez. Te vuela la cabeza”.
Es cierto.
Maldita sea, es cierto.
2. No sabe -no recuerda exactamente- Ignacio Nores qué reacción ha tenido después de verlo. Sabe, sí, que era sábado, que había ido al aeropuerto de Córdoba por otro motivo (una reunión laboral), que al divisar los agentes de seguridad y la escolta de motos hizo el cálculo básico: “tal vez esté por llegar”. Y no mucho más; a sus asuntos.
La cadena de acontecimientos dignos de contar sucedió después, cuando Nores (tucumano, vecino de Córdoba desde hace un año, tras residir en Buenos Aires unos 14) quedó libre de trámites y se dirigió a su auto. “En ese momento veo cómo los canas se suben a las motos, se abre un portón y arranca la caravana. Estacioné y me crucé, aunque ni siquiera sabía en qué auto iba él”. Nores no planea los próximos movimientos: ciego, levanta los brazos hacia la escolta. Observa cómo, justo frente a él, los vehículos aminoran la marcha. Titubea. ¿Se anima? Se anima. Camina hacia uno de los autos, intenta escudriñar tras los vidrios polarizados. La ventanilla que está mirando empieza a bajar. Desde adentro del coche, le extienden una mano.
3. Las manos de Paul McCartney se ven nítidas en las pantallas gigantes del Kempes. Se deslizan ahora sobre el piano, pero antes han ejercido su magia con el bajo y la guitarra, y más tarde -en el recuerdo de George Harrison, con “Something”- harán hablar a un embelesador ukelele. Caben para él cada uno de los adjetivos que se le endilgan desde hace días: que es un dios, que es un astro, una leyenda viviente; que es un fundamentalista de la música, un fantástico, un iluminado eterno. Todo esto queda claro en la fría noche cordobesa, aunque en forma espontánea, sin estridencias forzadas. El show ha tenido su previa, por supuesto, pero Paul aparece en el escenario sencillamente, caminando desde un lateral al lado de sus músicos, y no hay preámbulos para “A hard day’s night”. Luego, sí, el genio se mete en el bolsillo al estadio completo con ese hit de cinco sílabas que compone in situ, “hola, culiados”, pero lo que sucede de allí en adelante tiene idénticas proporciones de lo natural y de lo extraordinario.
McCartney se entrega dócil a las ovaciones (desde las primeras filas le elevan carteles, banderas, hasta instrumentos), pero es él quien se agacha en reverencia a la multitud al término de cada canción.
McCartney sabe que está en sus manos la banda sonora de las vidas de muchos de los que tiene frente a sí y, sin embargo, es él quien agradece.
McCartney sabe que él es McCartney y que, a esta altura, hay prólogos que no hacen falta, y de todas formas explica: que escribió “My Valentine” para su esposa Nancy y “Maybe I’m amazed” para Linda; que “Nineteen hundred and eighty five” es un tema que posiblemente deslumbre a los fanáticos de Wings; que “In spite of all the danger” pertenece a la prehistoria de los Beatles; que “Four five seconds” –en trío con Rihanna y Kanye West- es su creación más nueva; que “Queenie eye” y “New” integran su último álbum.
McCartney -quién si no él- podría hacerlo, pero nada da por sentado y se entrega en absoluto, al punto de que en ciertos momentos parece natural convivir con un beatle, estar frente a un beatle, poder unir la voz en tiempo y espacio reales (en joyas como “Let it be”, “And I love her”, “Love me do”) a aquella que hasta ahora sólo podía encandilarnos desde un parlante.
Caben para él cada uno de los adjetivos que se le endilgan desde hace días y que se le seguirán atribuyendo esta semana, pero tal vez el que más se le haya ajustado en su primer show en Argentina sea el de servidor. En tierras quizá extrañísimas para él, Paul McCartney fue el domingo un anfitrión.
4. “Este hombre es la música. Escuchás un tema como ‘The long and winding road’ y decís ‘esto es Burt Bacharach’. Escuchás ‘Let me roll it’ y decís ‘esto es Led Zeppelin’. Escuchás ‘My love’ y decís ‘esto es José Feliciano’. Este hombre es la música, ¿me entendés? Todo lo que pasó en la música desde el 57 para acá pasó por el tamiz de los Beatles y de McCartney, que es el músico de los Beatles. Lennon ha sido el genio de la banda, nadie más podría haber escrito sus composiciones, pero McCartney es un ortodoxo; sus canciones son perfectas, redondas, la melodía empieza y termina donde el oído sabe que debe empezar y terminar, por eso perdura tanto. ¿Por qué si no, hay tanta gente acá, a 14.000 kilómetros de dónde él creó esas canciones, en otro idioma? Porque su música es excelente, no hay otra explicación”.
Chocobar -coleccionista beatle e integrante de la banda tributo La terraza de Apple- ha viajado casi siete horas desde Tucumán para disfrutar también, junto con su familia y parte de su grupo, de esa excelencia.
5. “Na, no me acuerdo”, responde Nores cuando se le pregunta cómo se siente al tacto Paul McCartney. En la despoblada salida del aeropuerto -no había otro fanático, sólo un par de periodistas-, el tucumano de 38 años fue el único en acercarse a Paul, en lograr un apretón de manos. O algo así: “fue todo casualidad, yo no era consciente de lo que pasaba. De hecho, hasta que no vi las fotos -tomadas y publicadas por el diario La Voz del Interior-, no recordaba bien qué mano le había dado o cómo había sido el saludo”.
- ¿Y ahora sabés cuál es?
- Sí, es esta.
El profesor de inglés muestra su mano derecha.
- ¿Alcanzaste a decirle algo?
- Sí, le dije en inglés que era un copado. Él me miró, pero no me contestó.
- ¿Cómo quedaste después de ese momento?
- No lo podía creer. Llegué a mi casa y le dije a mi mujer “no sabés lo que me acaba de pasar, ¡lo he saludado a Paul!” No sé, es gracioso todo esto porque yo soy más fanático de Lennon. Bueno… de McCartney también.
6. En el estadio, acaba de ocurrir algo gigante: “Blackbird”. Es un momento azul y negro, no del todo dulce, no del todo agrio. El público se entumece; no es nada que pueda verse, pero varios han entrado en un túnel que los lleva adentro de sí mismos.
No hay tiempo suficiente para recuperarse de ese escalofrío cuando Paul afila las uñas para la próxima estocada. En el español aparatoso que le dictan los apuntes, anuncia que ha escrito la siguiente canción pensando “en su amigo John”. “Here today” baja plácida del escenario, llena el silencio de las primeras filas, reverencia el respeto del campo, acaricia algunos párpados caídos.
¿En qué pensamos cuando pensamos en lo que no fue y podría haber sido?
7. Lejos, en el tiempo y la distancia, están para Ignacio las tardes en las que grababa canciones de los Beatles en cassettes que escuchaba una y otra vez. Ese, dice, fue la génesis de todo: a los 12, un amigo le grabó “Imagine” en un TDK que conservó durante un año; otro amigo le grabó “Hey Jude”. Todavía estaba en la provincia, de dónde recuerda con cariño al colegio San Patricio y al club Tucumán Rugby. Pero quien realmente lo apadrinó en la senda beatle fue un tío de Buenos Aires; a partir de él, de esos viajes y de esa doctrina, Nores se asimila como un auténtico fanático.
Otras cosas impensadas le han pasado antes: en uno de los recitales despedida de Soda Stereo recogió la púa que lanzó Gustavo Cerati y en un paseo por Abbey Road, un canal de televisión lo eligió entre tantos que allí había para entrevistarlo como fiel seguidor. “Por eso -dice- ni a mi mujer ni a mis amigos les parece increíble que Paul me haya saludado; siempre estoy en el lugar justo, en el momento indicado”. Al Kempes ha venido, además, con las personas indicadas: mientras él repasa su gloriosa tarde en el aeropuerto, le sonríen desde el VIP su esposa, Consuelo, y su “changuita”, Lola. En unos minutos se sentará con ellas, esperará el arranque del show con tranquilidad. Entre todos nosotros, Nores es un privilegiado que ha visto a Paul McCartney antes de ver a Paul McCartney.
8. Una nueva advertencia de Chocobar: “sí, probablemente este sea su última vez en Argentina. McCartney cumple 74 años el mes que viene y ya se lo ve algo deteriorado. Mirá, hace frío y corre viento, y eso es complicado para sostener un show de tres horas. Y dentro de dos días (por hoy) tocará de nuevo, y dentro de cinco tiene que tomar un avión y tocar de nuevo. Hace poco vi una entrevista en que le preguntaban por qué seguía tocando y él contestó ‘porque esto es mi vida, porque me gusta ver la reacción del público’. Eso es muy valioso en un artista, ¿quién lo hace? Yo tengo la teoría de que ha venido a hacernos felices, a que nosotros nos vayamos distintos de acá. Él sabe que es la música y ha venido a darnos felicidad”.
Es cierto.
Bendita sea, es cierto.
9. Para cantar “Yesterday”, sólo con su guitarra y tras un cortísimo bis, McCartney ha regresado al escenario con una campera sencilla, en cuya espalda están estampados su propios nombre y cara. Ya han pasado los momentos altos de “Live and let die” y “Hey Jude”, y lo que queda es el combinado despedida de “Golden slumbers”, “Carry that weight” y “The end”, los agradecimientos, un puñado extra de palabras en español, el saludo de la banda completa. Paul levanta los brazos en gesto final y de inmediato truenan bajo él unos disparos de humo denso que permiten que el genio se escabulla entre neblinas. Lo último que se ve de él, por las pantallas gigantes, es el reverso de su campera -que al mismo tiempo es su frente- perdiéndose en la noche oscura, misteriosa de las bambalinas.
De este lado, los aplausos se mantienen durante largo rato. El éxtasis es como un líquido que nos han volcado encima.