“La puntualidad es una de las reglas básicas de la urbanidad y las buenas costumbres. Además es uno de los requisitos básicos del protocolo, en todos los ámbitos, no solo en el empresarial”, sostiene Patricia Ibazeta de Posse, especialista en protocolo y ceremonial.

Por el contrario, la impuntualidad es vista como una descortesía, una falta de respeto hacia el otro. Pero también es cierto -según Ibazeta de Posse- que hay sociedades más exigentes que otras en cuanto a la puntualidad.

Para muchas sociedades occidentales, el tiempo vale oro. Esta concepción muy económica de los minutos y segundos hace que la puntualidad sea considerada un valor que inspira precisión, seriedad y credibilidad.

En Alemania o en el Reino Unido unos pocos minutos de retraso pueden ser suficientes para ofender a quien espera. No pasa lo mismo en Latinoamérica, por ejemplo.

“Los chinos y japoneses son muy exigentes con los horarios. Es una cuestión de que en estas sociedades, por ejemplo, los códigos de urbanidad y buenas costumbres son las primeras cosas que se enseñan”, remarca. Y opina que los tucumanos solemos ser más flexibles con los horarios.

“Igualmente, una persona que es impuntual de forma crónica cae mal. Te invitan una, dos, tres veces y después no te invitan más. Existen códigos universales y hay que ajustarse a las normas porque llegar tarde es, principalmente, una falta de consideración hacia otras personas”, resalta.

Si bien admite que el tránsito capitalino es un atentado contra la puntualidad, eso no puede de ninguna manera justificar al impuntual. “Si sabés que hay cosas que no podés controlar, salí 10 minutos antes. Así y todo pueden surgir contratiempos. La regla es avisar que se llegará tarde. Hoy disponemos de todos los medios para hacerlo. Creo que para dar inicio a una reunión o acto se puede ser flexible 10 o 15 minutos, en función de homenajear y distinguir a los puntuales”, recomienda.