El grito desaforado, contenido y loco de Diego Cagna, sus colaboradores y todo el banco “Santo” tras el segundo gol de Ramón Lentini demostró lo que significó la victoria de ayer para San Martín.
El “Santo” sumó una victoria que cotiza en bolsa, justo cuando la etapa clasificatoria ingresó en la curva descendente.
San Martín sufrió el partido en la complicada cancha ubicada en el barrio “La Isla”. Pero así y todo, lo de ayer puede tomarse como una muestra de carácter para un grupo que venía golpeado y de repente sacó de la galera dos triunfos consecutivos lejos de su casa.
El partido arrancó de la peor manera. Casi ni tiempo de pararse en el campo tuvo San Martín, Cagna no pudo ver cómo sus jugadores intentaban poner en práctica los conceptos que él les había inculcado durante la semana, cuando tuvieron que mover desde el medio, ya es desventaja.
Güemes arrancó con todo y de movida arrinconó a un equipo tucumano desorbitado. A los 10’ Walter Ibáñez ingresó sin marcas por el medio del área y desparramó a César Taborda para asestar un golpe que parecía de nocaut. Gol: 1-0.
Ese mazazo pareció letal para el huésped. En desventaja, ante el peor equipo de la zona E y con la necesidad de revertir el mal presente parecieron demasiadas obligaciones para un San Martín que no encontraba la pelota y carecía de orden.
Samuel Díaz remató ancho en una escalada sin marcas y Alexis Ferrero estuvo gigante para sacarle el segundo a Maximiliano Díaz que se pasó de listo y, por querer hacer el gol del año, terminó recibiendo la reprobación de sus hinchas.
Cagna pegó unos cuantos gritos, acomodó el barco y el “Santo” comenzó a crecer apoyado en la firmeza de Agustín Briones, un “León” que quitó todo lo que le pasó cerca. Pero claro, el primer tiempo definitivamente no era el momento de San Martín; sólo así se explica el gol que falló Iván Agudiak sobre el final.
Pero en el complemento, el equipo fue otro. El ingreso de Víctor Rodríguez le dio otra dinámica y lo que parecía una utopía en la primera mitad, se hizo realidad en el complemento.
San Martín monopolizó el juego y arrinconó a su oponente. Lo hizo con amor propio, garra y coraje. Y de tanto ir se encontró con un “penalazo”. Rodrigo Pombo se comió a Ferrero y Lentini definió con clase para poner el empate.
Allí la visita jugó con calma y aplomo y aprovechó una contra para que el “Tanque” definiera de palomita y desatara el festejo desmesurado y la locura de un vestuario visitante que fue una fiesta por un victoria que invita a creer que todo es posible. Fue un regreso con gloria.