LA HABANA.- En Viñales, exuberante valle localizado más o menos a 160 kilómetros de La Habana, los choferes de taxi están cobrando a los extranjeros varados U$S 10 por dormir en la parte trasera de sus vehículos.

En Varadero, varios grupos están siendo redirigidos a centros turísticos a dos horas de distancia, que los estadounidenses no se supone que estén visitando realmente. A su llegada en La Habana, los turistas a veces enfrentan demoras de cinco horas, debido a que el aeropuerto carece de las escaleras móviles que se necesitan para desembarcar y las cintas transportadoras para procesar equipaje.

“Es gracioso, es como si los estadounidenses estuvieran corriendo a Cuba antes de que los estadounidenses corran a Cuba”, afirmó Tony Pandola, guía de turistas.

El marcado aumentó en los viajes de EEUU a Cuba y está ejerciendo presión sobre los negocios privados y del Estado en la isla, dando origen a la escasez de algunos productos y a un abrupto aumento en los precios. Los hoteles ya aumentaron precios en casi un tercio, conforme la demanda de alojamiento supera la capacidad para cubrirla.

La administración de Barack Obama anunció nuevas reglas que permitirán a los estadounidenses efectuar viajes por sí solos a Cuba, sin las ataduras de un itinerario grupal organizado de antemano.

Agentes viajeros y especialistas de la industria dicen que esta acción garantiza que se desate una nueva ola de visitantes a Cuba, donde hoteles y populares restaurantes ya están a plena capacidad y luchan por encontrar un abastecimiento constate de comida, agua y gas para seguir abiertos.

La falta de infraestructura es tan solo uno de los muchos desafíos que Cuba enfrenta a medida que fortalece vínculos económicos y diplomáticos con Estados Unidos. La isla, que ha sufrido una fallida economía por varias décadas, carece del número de habitaciones que le permitiría ponerse rápidamente al mismo nivel de la ola de visitantes.

Incluso con al menos tres grandes proyectos de construcción hotelera en marcha, los expertos dicen que se necesitarán años antes de que La Habana pueda absorber el número de viajeros que llega cada año: el turismo alcanzó un récord el año pasado, cuando 3,5 millones arribaron, según medios informativos del Estado. En lo que va de 2016, un millón de personas la ha visitado, aumento de casi 15% respecto del mismo período del año pasado. La cantidad de estadounidenses que viajó a Cuba subió el 77% en 2015 respecto del año previo, con base en el Havana Consulting Group.

“Es casi imposible encontrar habitaciones justo ahora; la demanda es simplemente increíble”, admitió Peter Sánchez, presidente de Cuba Tours and Travel en Miami. “No solo son los estadounidenses. También es el resto del mundo que quiere ver Cuba -el clisé- ‘antes de que cambie’”, agregó y precisó que hoteles en ciudades más pequeñas están llenos hasta 2017, y otros están cobrando hasta U$S 375 por noche. Para la segunda semana de mayo, una habitación en el Habana Libre -ex Hilton, tan urgido de reparaciones que Sánchez se niega a hacer reservaciones a sus clientes- cuesta U$S 300 la noche.

La empresa estatal de turismo, Gaviota, dijo que planea sumar 50.000 habitaciones hoteleras para 2020, con La Habana como máxima prioridad. El objetivo es “posicionarla como uno de los principales destinos de turismo urbano en el Caribe”, mediante la inauguración de tres hoteles en 2018.

Airbnb, el servicio para compartir hogares, anunció esta semana que en su primer año de operaciones más de 13.000 viajeros reservaron estadías en Cuba. Casi 4.000 propietarios de casas las han registrado, anunció la empresa.

La presión sobre la industria de la hospitalidad es particularmente aguda en La Habana, debido a que el gobierno cubano se ha enfocado durante años en la construcción de hoteles en centros de playa populares entre europeos, pero que están vedados a estadounidenses, quienes incluso bajo las nuevas reglas tienen prohibido participar en excursiones al estilo vacacional.

Cuba tiene alrededor de 70.000 cuartos hoteleros, pero solo el 20% de ellos están en La Habana. En lugares como Viñales y Trinidad, hay tan pocos hoteles que empresarios particulares que alquilan habitaciones han intervenido para llenar el vacío. “Se ha dado una explosión de nuevos negocios”, destacó Annalisa Gallina, quien administra el Café Bohemia, que se localiza en la Vieja Habana y que también ofrece dos apartamentos de una habitación y un cuarto en alquiler. Señaló que es un desafío proporcionar productos de calidad consistente en un país donde la carencia es común. “Algunos días no sale agua de la tubería. A veces, el gas es tan lento que cuando estás cocinando con él, te causa serias demoras”, reconoció.

Emilio Morales, el presidente del Havana Consulting Group, dijo que las posadas y los restaurantes privados, conocidos como paladares, están cubriendo la demanda del turista en las tiendas de las que dependen los cubanos para llenar sus alacenas. En un sondeo reciente, 12 de 25 locales que Morales revisó no tenían pollo, y más de la mitad de los establecimientos no tenía gaseosas o agua embotellada. “Estos cambios van a desatar una avalancha, y Cuba no está preparada para eso. Esto es una gran oportunidad. Si no suben a este tren, lo van a perder”, alertó.

Los restaurantes ya requieren reservaciones de antemano y con más cruceros inundando la región de viajeros, los expertos dicen que se volverá incluso más difícil encontrar un lugar para comer. Hay una ventaja: los pasajeros de los barcos no requieren hoteles.

Los expertos dicen que es improbable que Cuba sea capaz de procesar los 110 vuelos nuevos a diario que las aerolíneas estadounidenses esperan programar en este año. La terminal que maneja vuelos estadounidenses en el Aeropuerto Internacional José Martí solo tiene dos cintas de equipaje. La portavoz de American Airlines, Martha Pantin, dijo que su equipo de operaciones está trabajando con las autoridades cubanas para asegurar que la base esté lista para el servicio programado. “Sentimos que estamos bien posicionados, dado que hemos operado vuelos charter a Cuba durante el último cuarto de siglo”, explicó.

Collin Laverty, estadounidense que organiza grupos turísticos, es más escéptico: “ese aeropuerto definitivamente no está preparado para el desafío. Puedes tener un vuelo de 45 minutos, y después seis horas para salir de allí. Luego de un registro de pasajeros de tres horas en Miami, eso puede significar un largo día”.