Son las 16.30 y las faldas del cerro El Pelao, entre Tafí del Valle y El Mollar, están salpicadas del color de las ropas de los 20.000 espectadores que, según estiman los organizadores, se han dado cita para presenciar la puesta en escena de “Vida y pasión de Dios hombre”, de Carlos Kanan.
Al pie del cerro El Pelao, entre Tafí del Valle y El Mollar, el viento (sopla a 12 kilómetros por hora, según el Servicio Meteorológico Nacional) acentúa la sensación de frío. El termómetro marca, apenas, 12°. El cielo está cubierto de un gris intimidante, que suelta amenazas en forma de una lluvia mínima, pero persistente. Todos siguen firmes y atentos, sin embargo.
“Magnífico”, suspira María Florencia Ritz, que vino desde Santa Fe. Sus hijos (María José, de 16 años; José Ricardo, de 11; y Emilse, de 8) lloran. Los consuela su esposo, José Luis Mignano, quien revela que no consiguieron alojamiento, por lo que deberán seguir hasta Cafayate (Salta).
“Al interactuar con el público siento que el público no puede ser objetivo y por eso se emociona mucho”, explica, luego, Mario Costello, el actor que personifica a Jesús. “Esta puesta abierta hace imposible que la gente no se conmueva. Tengo la impresión de que los espectadores no ven una representación ficcional, de que por momentos se olvidan de que es una obra con actores y miran al personaje como si fuera un Jesús de verdad. Por eso se acercan y hasta quieren tocarte”, relata.
Eso mismo testimonia con sus lagrimas Margarita Reinoso de Carrizo, una abuela salteña que viene a ver la obra para cumplir una promesa. “Sé que estos es una puesta en escena, pero ya estoy vieja y estas cosas me movilizan mucho. Mis hijos me dicen: ‘no llorés viejita’, pero siempre me pasa lo mismo… A esta edad uno está más cerca de Dios que cuando se es joven, ¿no?”
A unos metros, los porteños Camilo Ovejero, Sergio Spoltore, Benito Segura y Juan Carlos Munich aplauden a rabiar. Esos gestos emocionan a los actores, como el tafinista Jorge “Terquía” Gutiérrez. “Mi papel es el de un romano que castiga a Jesús, aunque en la vida real soy incapaz de ofender a mi Dios, a mi Jesús”, aclara el artesano de la piedra.
María Inés Uro Díaz de Romero también se siente orgullosa con su rol. “Es el de una viuda que tiene en brazos a su hija enferma. Jesús me dice que no llore porque no está muerta sino dormida, y la resucita”.
Alejandro Liendo se metió en la piel de San José. “Me gusta el papel porque él se dedicó, junto con María, a criar y a educar a Jesús. Me emociono cada vez que salgo a escena porque la gente me transmite sus sentimientos”.
Cerca, Cara Jiménez, Miriam Román, Romina Sosa, Maira Yapura, Fernanda Alvarado y Rosa Avalos le aportan todavía más frescura a la tarde legítimamente otoñal. “Somos odaliscas”, explica una de ellas y todas, sonrientes, cimbran las caderas. “Estamos bailando cuando mandan a detener a Juan El Bautista”.
La obra concluyó y los espectadores se marchan morosamente. Parece magia, pero a las 18.40 comienza a llover en serio.